La Semana Santa del coronavirus

Semana Santa Cádiz 2020

Es Domingo de Ramos, aunque las calles no digan eso y la ciudad no amanezca dispuesta

Nos quedamos sin ver el respiradero del Prendimiento, los nuevos palcos o el Resucitado en la Catedral

La Catedral, con la rampa instalada y la estructura de los palcos / Fito Carreto

Hoy debía ser el día grande. El día señalado en rojo durante todo un año para los cofrades. Pero este domingo no se verán palmas en las iglesias y ramas de olivo prendidas de las solapas de las chaquetas, no habrá capirotes rojos y blancos recorriendo las calles de extramuros en busca de San José o de Salesianos, no sonarán los tambores de Polillas por las calles de la ciudad, no caerá la noche viendo avanzar lentamente Amargura por San Francisco y Nueva, no disfrutará la Plaza Gaspar del Pino de la intimidad de una hermandad de Las Penas con cirios derrotados que ya se dirige de vuelta a San Lorenzo, no vivirá Sopranis con el corazón encogido desde que el misterio de La Cena se marcha camino de San Juan de Dios hasta que regresa a casa… Hoy es Domingo de Ramos, pero no lo es. Hoy comienza la Semana Santa, pero las calles de la ciudad no dicen eso.

La epidemia del coronavirus nos dejará este año sin una Semana Santa que se presentaba sin los sobresaltos de años anteriores, con todas las cofradías de penitencia trabajando desde hace meses con absoluta normalidad con las miras puestas en este inicio de abril. Una Semana Santa en la que la carrera oficial quería seguir consolidándose con los nuevos palcos que gracias a la colaboración del Ayuntamiento y la implicación de la Fundación Cajasol iban a instalarse en la Plaza de San Juan de Dios y de la Catedral, cuyo pasillo camino del templo se iba a estrechar considerablemente, mejorando estéticamente este punto del recorrido de las cofradías.

La Semana Santa que no veremos es la que quería desarrollarse por las calles de la ciudad al completo, incluyendo ese Miércoles Santo que la lluvia truncó en 2019. Todas las cofradías, todos los pasos, todo se estaba disponiendo en los plazos oportunos para que hoy se abrieran de par en par las puertas de las ilusiones, de los sentidos, de las emociones, de tantas plegarias que esconden los antifaces o las lágrimas de quien presencia una procesión desde la acera.

Este 2020 que nos ha robado el coronavirus no veremos los respiraderos tallados que completarán el nuevo paso del Prendimiento, que avanza a ritmo vertiginoso; tampoco los hábitos del Nazareno del Amor, que se desprendía del raso blanco de sus antifaces; ni la impronta del misterio del Huerto, que en dos años ha cambiado notablemente con el dorado del frontal del canasto y la intervención que días antes del confinamiento se presentó del Señor orante y que queda pendiente ver en el caso del ángel que lo acompaña el Jueves Santo. No veremos los primeros detalles dorados del paso de Las Penas, ni el avance en los trabajos de bordado del palio del Nazareno, tampoco la restauración del palio de Lágrimas de Columna, que este año estrenaba la totalidad de la numerosa candelería; o la plata que a modo de cartelas salpicará el nuevo paso del Caído.

En el apartado de estrenos tampoco verá la luz este Domingo de Ramos la nueva agrupación musical de la Salud, que a finales del pasado año se anunciaba por sorpresa y que iba a presentar (banda y uniformidad) justo el día en que el virus truncó la Cuaresma. Ni sabrá Ecce–Homo cómo funciona la procesión con un capataz general, o Joaquín Cortés vivirá cómo es ir el Jueves Santo delante del Regidor Perpetuo, o cómo resulta la alternativa en los pasos de Las Penas de los que estos últimos años han sido los más leales hombres de Manolo Ruiz Gené.

Tampoco se verá esta Semana Santa a la imagen del Resucitado presidiendo el próximo domingo el pontifical en la Catedral, recorriendo en silencio la ciudad a primera hora de la mañana y regresando en concurrida procesión al mediodía hasta San Antonio. Una procesión que, de algún modo, cicatriza por completo una vieja herida que llevaba cerca de quince años abierta en la hermandad de Columna. De hecho, esta Semana Santa no podremos ver ni la Catedral, habiendo el obispo trasladado las celebraciones litúrgicas a la seminarista iglesia de Santiago.

Con calles desiertas donde debiera haber centenares de personas; con hierros vacíos donde debiera haber sillas de madera; con el frío mármol invadiendo unas iglesias que debían estar llenas de pasos y enseres; con palmas de papel en los balcones para que la desesperanza no pueda con los más pequeños; y con las televisiones (y los ordenadores, ante la escasa apuesta de la televisión local) a pleno rendimiento emitiendo vídeos de otros años y de otros rincones del mundo, se dispone la ciudad a vivir esta Semana Santa sin procesiones. Esta Semana Santa que no veremos.

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