El ejemplo del Padre Pedro
La Tribuna Cofrade
En una mañana se hizo más de 240 kilómetros para asistir al entierro de un antiguo feligrés
Son tiempos difíciles para la Iglesia. Lo habrá escuchado usted en alguna homilía cualquier fin de semana, triduo, quinario, novena o función, porque prácticamente se repite a diario, como la petición por “nuestro obispo Rafael” que algún cura evita pidiendo “por el obispo de esta diócesis”. Tan difíciles son los tiempos, que acabamos de ver hace unos días cómo una hermandad celebraba los cultos a su titular en la casa de hermandad porque la titular no tiene sitio en la iglesia, en ese concepto tantas veces sentido de que las cofradías molestan a la Iglesia. Tan difíciles, que si a un cura se le antoja cesar a una junta de gobierno al completo y posteriormente cargarse también a una de las candidaturas lo hace sin arrugar la cara, con total impunidad y, también hay que decirlo, con la connivencia de Hospital de Mujeres. Tiempos en los que el cura de turno puede decidir que el paso entra o sale de la iglesia tal o cual día, sin pensar ni importarle el trabajo que conlleva montar y desmontar un paso (o dos, que es aún peor) y llegando a amenazar con poner en la calle los enseres si no desalojan el templo de inmediato.
Efectivamente, no pasan buenos tiempos en la Iglesia, aunque sólo se mire de fuera hacia dentro y no se analice lo que tantas veces ocurre dentro con quienes son tratados demasiadas veces como meros inquilinos o casi como okupas. Ahí anda una hermandad pateándose iglesias intentando buscar nueva sede canónica, viendo cómo se le cierran todas las puertas. O ahí están los triduos y quinarios, cada vez más difíciles de contar con predicador (tanto, que ya se ha impuesto que las novenas las dan varios sacerdotes porque raro es el que puede comprometerse con unos cultos nueve días seguidos).
Esa Iglesia que se siente tan atacada en estos momentos es la misma que en ocasiones adolece de esa actitud paternal que debiera suponérsele o que no rema en el mismo sentido, trasladando esa imagen fracturada (y como muestra, el botón de las últimas semanas con el obispo y Diufaín en la picota; o como cuando un sacerdote critica un acto de culto de una hermandad sin conocimiento del culto que se practicaba y pasando olímpicamente del director espiritual que tiene esa hermandad).
Es en medio de esta Iglesia, con sus defectos y sus cosas buenas, cuando a veces se hacen gestos que hacen no perder el ánimo y la esperanza (tan necesaria en estos días de diciembre). Gestos como el de un cura que se recorrió en una mañana más de 240 kilómetros para dar cristiana sepultura y acompañar a la familia de un buen hombre que fue feligrés de la Merced cuando estuvo allí destinado. En ese momento tan duro y a la vez determinante, no se lo pensó dos veces este cura, que ante la triste noticia rápidamente anunció su presencia en el tanatorio; allí donde de antemano avisan que la asistencia religiosa es “sin misa” (que ya es doloroso que haya cura pero no misa por imperativo legal), donde otros no aparecieron porque debían tener asuntos más importantes, o donde algunos directamente ni estaban ni se le esperaban.
El padre Pedro, como así se le sigue conociendo en estas tierras, cruzó la autopista dos veces en una mañana para enterrar a un buen hombre, por el simple hecho de que en su día fue feligrés de su parroquia y entendía este cura que debía estar en su último adiós. Grande el gesto, que define perfectamente una vocación. Por cosas como estas, seguramente, el Padre Pedro (que se ha ganado con creces ese nombre) sigue hoy, pese a la lejanía de su labor pastoral actual, predicando los cultos de muchas cofradías; porque es difícil que diga que no, porque no le importa ir y venir por carretera si es para hacer lo que entiende que es su misión: predicar y evangelizar; y porque además lo hace por vocación, muchas veces (o siempre) sin aceptar nada a cambio. Esa Iglesia sí que es difícil en estos tiempos...
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