Visto y Oído
Broncano
El Balance
LA Semana Santa va desarrollándose en los últimos años como un enfermo de catarro que no quiere tomarse un antigripal, como un edificio casi en ruinas que espera ser rehabilitado para recuperar todo su esplendor, como una imagen que espera ser restaurada. Los problemas y carencias que llevan años manifestándose desde el Domingo de Ramos al Sábado Santo han ido engordando su magnitud. Y posiblemente haya sido esta Semana Santa de 2016 la que haya puesto en evidencia que se deben producir cambios a gran escala para recuperar toda la fuerza de los días santos.
La primera evidencia que deja las procesiones de 2016 es que hay que actuar, sí o sí, sobre el Jueves Santo y la Madrugada. La jornada bien podría denominarse La noche de los parones; porque casi que el corte en carrera oficial con el Perdón ha pasado a ser ya lo de menos. En carrera oficial hubo que sufrir un caminar eterno del cortejo del Nazareno, al que se le sumó un primer corte con respecto a Medinaceli, luego un segundo entre esta cofradía de Santa Cruz y Descendimiento y el ya sabido entre ésta y Perdón. Como para adquirir una silla ese día.
La gestión del Consejo y de las propias hermandades con respecto a los horarios es, vinculado a lo anterior, otro de los asuntos que deberá cambiar drásticamente si se quiere seguir contando con una carrera oficial en la ciudad. Es incomprensible que se hayan adjudicados parones de entre media hora y una hora o más a lo largo de toda la Semana Santa. La lluvia impidió que el público sufriera el plan del Domingo de Ramos, con una hora sobre el papel entre La Cena y Las Penas; pero sí se vio a la perfección los eternos cortes en la noche del Jueves Santo y el que se producía el Viernes entre Siete Palabras y Buena Muerte (alrededor de media hora), fruto también del mal acople aprobado para esta jornada tras la marcha de Servitas.
Los horarios no es el único aspecto que hay que modificar en la carrera oficial. La disposición actual de la misma, el itinerario establecido y su configuración reclaman también una importante transformación en beneficio de todas las partes (público, que disfrutaría más y de mejor modo de las hermandades; cofradías, que necesitarían menos horas y posiblemente menos dificultades durante el trayecto; y la ciudad en sí, que podría quedar mucho menos 'colapsada' durante los días de procesiones). La actual carrera oficial ha quedado ratificada este año como enormemente extensa, que requiere alrededor de tres horas para ser cruzada por un cortejo y que tiene puntos muy complicados para el discurrir de los pasos. Es difícil de entender que nadie -fiscales y responsables de todas las hermandades de penitencia, consejeros que pululan en el recorrido, cofrades con responsabilidad que ocupan una silla...- vea las carencias del recorrido común a todas las hermandades.
Propuestas de cambios hay varias sobre la mesa, que hasta ahora han sido desatendidas de un plumazo por el Consejo. Y a ellas se une el interrogante sobre el sentido oportuno de la carrera oficial, como ha quedado demostrado Domingo de Ramos, Lunes y Martes Santo (cuando las cofradías realizaron estación en la Catedral y regresaron sin cumplimentar, salvo tres excepciones, la carrera, como ya analizaba este periódico en su edición del Viernes Santo).
Al problema de la carrera oficial se le une también el de los recorridos fuera de ella que adoptan las hermandades, y que en muchos casos suponen prácticamente una copia de una cofradía a otra. La estampa más llamativa a este respecto es la del Miércoles Santo, con las cuatro hermandades recorriendo exactamente el mismo itinerario; pero también son muy parecidos los recorridos del Martes Santo, y en el resto de días son varias las cofradías que pasan por los mismos puntos una detrás de otra. Algo ha empezado a cambiar en este sentido (Despojado o Medinaceli, por ejemplo, hace algunos años que optaron por desviarse hacia el lado opuesto a San Francisco, para evitar esa carruselización de los cortejos), pero el recorrido -nunca mejor dicho- aún es amplio en este sentido.
Y la última evidencia notoria que deja la Semana Santa que anoche cerró sus puertas en Santa Cruz es la necesidad de reorganizar los días de salida de las cofradías. Una Madrugada con dos hermandades y un Viernes con otras tres recorriendo las calles es una oferta de muy poca altura para una Semana Santa como la de Cádiz. Aunque es un ejercicio excesivamente complicado, las hermandades deberían apostar por reubicarse en esas jornadas para devolver el brillo que debieran tener los días más notorios de la semana. Y es que con Servitas ganó la ciudad un día más de procesiones, el Viernes de Dolores; pero la jornada del Viernes Santo fue casi paupérrima con solo tres cofradías, con Crucificados las tres además.
Trabajo hay, bastante, por delante para las hermandades, que deben atender todos estos cambios que están pidiendo la venia. Es hora de someter la Semana Santa a una profunda restauración que le devuelva el esplendor que merece, que la haga brillar nuevamente de Viernes de Dolores a Domingo de Resurrección.
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