De puertas para adentro

Semana Santa de Cádiz 2020

La no salida de las procesiones enseña otra cara de las cofradías, que han regresado a su esencia esta Semana Santa

La preocupación por los hermanos y la caridad han sido claves estos días

Ramos de flores depositado por la cuadrilla de cargadores de la Virgen de los Dolores.
Ramos de flores depositado por la cuadrilla de cargadores de la Virgen de los Dolores. / Julio González

Acaba de pasar ante nuestros ojos, y ante el dolor del alma cofrade de cada uno, una de las Semanas Santas que más se recordarán en la historia de las próximas décadas. Una Semana Santa a la que le faltó el gentío en calles y plazas, el color de túnicas, exornos florales y ropajes de las imágenes secundarias de un misterio, el olor a incienso y a claveles (que aquí el azahar es difícil de oler porque nos quitaron los naranjos y nos lo cambiaron por palmeras) y el tacto de esos abrazos y besos que no se han podido dar. Una Semana Santa que cada uno ha vivido en su casa, en la única compañía, en el mejor de los casos, de los más cercanos, que son también los más queridos.

La Semana Santa de 2020 pasará a la historia como pasó la de 1933, tan de actualidad estos días por ser la última en la que no salieron las procesiones. Y más allá del lamento, la tristeza o la melancolía de no haber visto Amargura bajar San Francisco, Vera-Cruz recorrer a oscuras la calle San Pedro, Sentencia con su izquierdo por delante o la urna avanzando lentamente por el empedrado de la plaza de San Martín con las fachadas de El Pópulo como decorado, esta Semana Santa histórica deja algunas claves que pueden marcar el rumbo que en los próximos años tomen las cofradías.

Ojo, porque el coronavirus puede haber servido también para zarandear al mundo de las hermandades, para sacudir lo mucho de accesorio que tenía todo lo relacionado con las corporaciones o para que éstas se centren en lo verdaderamente importante, en lo que las hace esenciales. Lo que las ha mantenido en el tiempo hasta el momento actual, lo que incluso el coronavirus y el confinamiento del estado de alarma ha unido en estas últimas semanas.

Los hermanos

Una de las cosas que han quedado claras en estas últimas semanas, sobre todo en estos días de Semana Santa, es que el centro de las preocupaciones de la hermandad está en los hermanos. Si no hay hermanos, la hermandad desaparecerá. Y al igual que hace un padre de familia con los suyos, una hermandad debe velar por el bien de sus hermanos, hasta donde sea posible.

En estos días lo han demostrado las hermandades. De sobra. Lo han hecho enviando comunicados insistentemente, acercando a las casas los cultos que no podían celebrar en las iglesias, facilitando las oraciones que podían elevarse en cada momento, poniendo a los hermanos con salud y posibilidad de movimientos al servicio de esos otros hermanos que no pueden o deben salir a la calle, ofreciendo la ayuda de todo tipo a aquel miembro de la cofradía que lo necesite. Llamando incluso por teléfono, uno a uno, a quienes forman el cortejo procesional o a quienes superan los 60 años de edad, como ha hecho el Perdón.

Todo eso, ni más ni menos, ha remontado de un plumazo a las cofradías a sus orígenes, cuando los gremios las iban creando para estar unidos, desarrollar juntos la fe y también ayudarse unos a otros cuando era necesario.

Dibujos para los más pequeños, vídeos para aprender a hacer manualidades en familia, fotos que enviar a la hermandad, misas en Youtube, enlaces… Las redes sociales (y las personas que hay detrás de ellas, los que cada hermandad tenga como responsables de las mismas, que han hecho un trabajo inmenso) han jugado un papel fundamental este año. Sin duda, la de 2020 ha sido la Semana Santa virtual. Y el origen de tanta proliferación de mensajes, vídeos, anuncios y campañas (en algunos casos incluso excesivo) ha sido el mismo: la preocupación por el hermano, que ha vuelto a estar en el centro de las cofradías.

Las imágenes

Otra certeza de esta Semana Santa es la de la importancia de las imágenes. Nos movíamos en la superficialidad y hemos descubierto que por debajo hay mucho más. Vivíamos para la flor, la marcha y el palo en el hombro, y nos hemos dado cuenta de que todo eso es accesorio.

Lo más doloroso no era la procesión, no era el momento de pasar el paso tal por la calle tal, no era hacer estación en la Catedral, ni siquiera revestirse con el hábito de la hermandad (con lo que eso significa y lo poco valorado en una ciudad que, salvo contadas excepciones, te presta la túnica gratis para acompañar a tus titulares). Lo peor era no ver a las imágenes, no poder estar con Ellos. Lo clavaba el Viernes Santo el capataz de Victoria, Paco Melero: “Muchos son los años que por lluvia nos hemos quedado sin salir, pero podíamos mirar a nuestros titulares de frente y poder rezar. Este año, ni eso”.

Velas encendidas y estampas en las escalinatas de La Palma
Velas encendidas y estampas en las escalinatas de La Palma / Julio González

Y por eso surgieron las velas, las estampas y los ramos de flores en la puerta de los templos. Y por eso una señora que venía de la compra con su carro se tuvo que conformar el Jueves Santo y pararse a rezar ante el mosaico del Nazareno en la pared de su capilla, cerrada a cal y canto. Y por eso en La Palma abrieron las puertas un instante el Lunes Santo alegrando el día a los vecinos de la calle de La Palma que miraban al interior de la iglesia emocionados o a las pocas personas que pasaban por allí (debidamente separados y la mayoría con protecciones sanitarias, como si se tratara de la cola de un supermercado, aunque al ser la puerta de una iglesia haya indignado a los que son tan permisivos para unas cosas y tan estrictos para otras).

La gente necesita de las imágenes, necesitan estar cerca de Ellas. Y las cofradías deben estar en ese servicio, facilitando ese acceso, ese acercamiento. Esa relación entre el ser humano y la imagen que también da sentido a las cofradías y ha sido clave en esta Semana Santa sin imágenes.

La participación

Al hilo de las dos claves anteriores, nace esta tercera. Si para algo le ha servido a las personas que forman parte de una hermandad esta difícil Semana Santa es para darse cuenta de lo importante que es la cofradía en sus vidas, de lo necesario que es participar en la vida de las hermandades a las que uno pertenece. Recuerda el dicho popular que Semana Santa perdida es Semana Santa que no vuelve, y este año se ha comprobado que eso es una realidad como la Catedral que permanece cerrada desde hace días. Ya lo decía el pregonero de la Semana Santa 2020, que será también (esperemos que con mejor suerte) el de 2021, Andrés García, al no asimilar que fuera a cumplir “un año más con una Semana Santa menos”.

En estos días se ha hecho difícil no poder estar en la iglesia junto a los titulares, pero ¿cuántas veces hemos dejado de ir a verlos cuando han estado las Iglesias abiertas y el coronavirus no sonaba ni a chino? Esta Cuaresma han sido muchos los cultos no celebrados, ¿pero a cuántos hemos faltado los años que sí se han celebrado, con las iglesias medio vacías? A buen seguro, muchos de esos que otros años han decidido no salir con la cofradía se habrán arrepentido de esa decisión.

Y es que la Semana Santa del coronavirus debe hacer valorar al hermano lo que significa su pertenencia y su participación en la vida de la hermandad, en sus cultos, en esos montajes y noches de candelería o de puesta de flores que estos días se han ido recordando en las redes sociales. De este año sin procesiones deben salir, deberían salir, procesiones más numerosas a partir del próximo año, hermandades mucho más vivas y activas.

La caridad

Local de la cofradía de La Palma con la ropa conseguida para los Sin Techo agrupados estos días en Elcano
Local de la cofradía de La Palma con la ropa conseguida para los Sin Techo agrupados estos días en Elcano

Es otra clave que ha dejado en la superficie del agua esta Semana Santa, y la Cuaresma previa. Las hermandades han demostrado madurez en la decisión de no salir a la calle ni provocar otro tipo de cultos o actos en medio de esta epidemia; y también han demostrado tener los pies en el suelo a la hora de volcar sus preocupaciones en ayudar a los que más lo necesiten. Ya sea recogiendo ropa en el Corralón de los Carros o en la Avenida del Guadalquivir, ya sea recogiendo donativos económicos que el Consejo ya ha puesto a disposición de Cáritas y de otras entidades, o ya sea con las acciones particulares que cada hermandad está realizando en su entorno.

Lo primero ahora es ayudar en medio de la epidemia, ser útiles a la sociedad en aquello que sea requerido; y ese mensaje lo han entendido y puesto en marcha las hermandades desde el primer momento. Y eso que la suspensión de sus salidas, del culto en sus sedes canónicas y de la Cuaresma tendrá unas consecuencias económicas preocupantes. Pero esa será otra cuestión que habrá que abordar más adelante, cuando España recupere la normalidad. Y para entonces ya estará escrita con letras grandes en la historia de la Semana Santa esta de 2020 que al fin acaba (quién lo iba a decir). Esta Semana Santa que hemos vivido de puertas para adentro.

El lado negativo: la llamada de atención del Obispado

No todo ha sido positivo entre los cofrades, o entre la gente que sin serlo forma parte de una hermandad o de un cortejo. Varias han sido las imágenes que se han visto esta semana totalmente fuera de lugar. Como el auxiliar de un capataz dando horquillazos en un balcón, o un cargador vestido de manigueta lanzando mensajes de ánimos (hasta en dos días diferentes, cada uno con la túnica de la cofradía en la que salía). El colmo, no obstante, lo alcanzó una cofradía –no de la capital– que animó a sus hermanos a revestirse de nazarenos y publicar fotos en las redes. Ante estos hechos, el Obispado tuvo que recordar que las túnicas están para procesionar, no para hacer gracias.

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