La soberbia Humildad

El Cristo sedente de San Agustín vuelve al culto tras una restauración especialmente cuidadosa con la historia de la imagen tallada en 1638

Cristo de Humildad y Paciencia, ya restaurado.
Cristo de Humildad y Paciencia, ya restaurado. / Julio González

Es ciertamente contradictorio reflejar la Humildad de Cristo de manera tan soberbia. La exquisita imagen del enigmático Pimentel ha regresado al culto en la iglesia de San Agustín, después de una restauración que ha sido especialmente cuidadosa con la historia de la propia imagen. Con un brillo recuperado en la policromía y con detalles hasta ahora ocultos por la suciedad y el paso del tiempo, el Señor sentado en una peña con mano derecha entremezclada con el pelo y la oreja vuelve a lucir en el templo agustino para el que fue concebido hace casi cuatro siglos.

La impronta de la imagen, a simple vista o sin la comparativa de su estado anterior, no ha cambiado un ápice. Entre otros motivos, porque la intervención de Pilar Morillo y Álvaro Domínguez ha querido ser especialmente sensible con los efectos que el paso del tiempo han provocado en la propia talla de Pimentel. Así, por ejemplo, siguen estando los rastros de sangre, pese a que se ha comprobado que en su mayor parte se trata de repintes posteriores que contrastan con la sutileza de las gotas sanguíneas originales; como también se ha conservado un mechón del pelo, en el lado derecho de la cabeza, que se un añadido posterior pero que ya forma parte de la iconografía habitual; o los clavos visibles en la peña, que se han querido mantener; o una herida de su pierna izquierda, que no se sabe si es original o de algún percance posterior.

La imagen muestra ahora una policromía uniforme, que al contemplarse de cerca deja ver la denominada técnica de regatino, que consiste en aplicar la reposición de policromía en las zonas donde faltaba de manera que se aprecia perfectamente qué es original y qué es un añadido, cumpliendo así fielmente con los criterios actuales de conservación.

El final de la intervención de Morillo y Domínguez pone de relieve el trabajo que Jacinto Pimentel realizó con esta talla de la Humildad y Paciencia, especialmente llamativo en la posición del cuerpo, en el encuentro del sudario con la peña o en la composición del propio sudario. A esto se añade que la limpieza generalizada de la suciedad permite ver con más nitidez la tonificación del cuerpo, especialmente en las piernas.

Pero también la intervención tiene una parte invisible, que es aún más importante. Y es que este proceso ya culminado ha permitido paralizar el deterioro de una imagen afectada por varias grietas considerables ya reparadas. Y ha dotado a la peña del añadido que originalmente se concibió y que en algún momento de la historia fue bruscamente sesgado, poniendo en riesgo el dedo gordo del pie izquierdo, que de hecho la hermandad ha comprobado recientemente (en unas actas de los años 40) que fue repuesto junto al dedo meñique de esa mano izquierda por un desconocido Lorenzo Rodríguez. Es decir, que esos dos dedos no son originales de Jacinto Pimentel, sino que se tallaron tres siglos después.

Con el Cristo de la Humildad de nuevo al culto, la hermandad trabaja en la posibilidad de que regrese a su altar original, el que está situado en el crucero del templo, junto al altar mayor, y que desde hace años preside la Virgen de la Amargura. El historiador Carlos Maura, cofrade de la Humildad, explica que un xilófago localizado en el retablo del fondo de la iglesia provocó ese cambio de altares, estando la cofradía a la espera de comprobar la existencia o no de esos ácaros en la actualidad para devolver a su emplazamiento original tanto al Cristo de la Humildad como a la Virgen de la Amargura.

Por el momento, ya puede contemplarse de nuevo la imagen en su templo, permitiendo ver de cerca los mil y un detalles que encierran esta contradictoriamente soberbia representación de la Humildad.

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