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Costumbre: sacar las sillas a la calle
Hasta tres cámaras de televisión estuvieron hace unos días en casa de Teresa, una vecina de Algar, para grabar una de las costumbres más veraniegas que aún perdura en la Sierra de Cádiz como es sentarse al fresquito en la calle, a la puerta de casa, cuando la tarde cae y la canícula deja un respiro. “Me han grabado mi patio de flores que está preciso. Me dijeron que me iban a hacer unas preguntitas para una televisión para el extranjero. Después me senté al fresco con mis vecinas, cosa que también cogieron”, cuenta la mujer.
Y es que el pueblo ha saltado a la palestra por una genuina propuesta. Su Ayuntamiento quiere que la Unesco declare Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad esta tradición de sacar las sillas a la calle y mantener las charlas al fresco entre vecinos cuando asoma la tarde y entra la noche. Y claro, la petición ha saltado fronteras internacionales y se han hecho eco de ello medios de todos lados, incluidos los británicos BBC o The Guardian, rotativo este último que explicaba para sus lectores la curiosa petición que reclama Algar: “Es un ritual nocturno de verano en gran parte de España: a medida que el calor sofocante del día disminuye, se sacan sillas a la calle para charlar al aire libre. Ahora, un pueblo emprendedor del sur de España busca que la tradición sea reconocida por Naciones Unidas como un tesoro cultural”, recogían las páginas del medio inglés.
El alcalde de Algar, José Carlos Sánchez, no podía imaginarse la repercusión a nivel internacional que iba a tener la propuesta que ha lanzado. De momento, su Corporación Municipal ha remitido a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía una petición formal para iniciar los pasos para conseguir esta declaración con la intención de que esta costumbre se proteja para que no se pierda. “Hemos iniciado el expediente y la Junta nos ha respaldado en esta propuesta a la Unesco. A partir de ahí, ambas administraciones trabajaremos de la mano”, explica el regidor, que cree que el proceso puede llevar tiempo.
En el trasfondo de esta costumbre de sentarse al aire libre a las puertas de las casas lo que se quiere realzar es la comunidad frente al aislamiento social, el cara a cara frente a las pantallas impersonales y el arropo vecinal. Y de paso es un acto para repasar lo que ha acontecido del día, lo que le ha pasado al prójimo, sacar chascarrillos, poner la oreja para los cotilleos que caen…
La vecina Teresa ha ido a ver a su hermana María y ambas con otras personas conversan en la calle del tema estrella de estos días en este pueblo de 1.400 habitantes. Ellas tienen su opinión sobre el revuelo que ha montado su pueblo con esta petición. “Nos parece muy bien porque salir al fresco se estaba perdiendo ya, aunque la cosa va cambiando y se anima más gente”, dice Teresa. Y subraya María: “Nos sentábamos muchísimas personas. Como algo especial se ponía la mesa y se cenaba en la calle. Yo lo hacía con mis siete hijos. Otros vecinos se sumaban con la tortilla o la carne. Pero eso se ha perdido. Unos se han ido yendo del pueblo, otros se han muerto. En esta calle nos hemos quedado mi vecina y yo con la costumbre de salir al fresco”, replica.
La televisiva Teresa no para con el móvil recibiendo llamadas de sus hijos y familiares. Le decimos que parece un ministro y se parte de risa. Cuenta las muchas anécdotas que esta costumbre tan serrana ha traído a lo largo de los años. “Recuerdo que más de uno por los balcones ya entrada la noche se levantaba y al corrillo decía: ¡Por favor, que mañana hay que madrugar! Y era la una de la noche y los niños corriendo por la calle y los mayores charlando. Y esos pobrecitos no podían dormir”, ríe.
Cada vez son menos los pueblos de la Sierra que mantienen este hábito de arrebatarles unas horas de respiro al calorazo comarcal. “Creo que en Algar no se va perder. Esto supone recuerdos muy bonitos”, explica Ana, otra vecina, que ve una bendición la posibilidad de utilizar esta tradición en estos tiempos de pandemia ya que se ha reducido a los muy allegados las visitas en los interiores de las casas. Como también lo alaban Carmen, Nieves, Ignacio y Francisca, quienes sentados en sus sillas de nea y al fresco ven, a sus muchos años, la vida pasar con lentitud en la atalaya que dibuja el final de la calle Real, la más comercial de Algar, mientras los vehículos que bajan por la misma enderezan una curva pronunciada.
Que la Unesco asuma esta petición el tiempo lo dirá. Lo que sí está claro que las charlas al fresco han conseguido poner a esta localidad serrana en el mapa este verano. Su alcalde argumenta que se han propuesto recuperar la tradición y anima a los más jóvenes a que se apunten a ella. “Aunque no consigamos que las charlas al fresco sean patrimonio inmaterial ya me siento satisfecho con la promoción que estamos teniendo. Hemos recibido llamadas de medios de toda España, Argentina, Estados Unidos, Méjico y de muchos sitios más”, dice el regidor algareño, animando a otros pueblos que tienen esta tradición a que se unan para conseguir esta declaración.
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