“Pinté a mano las primeras señales de tráfico de Villaluenga”
De cerca: Antonio Benítez Román
Es el único policía local con el que ha contado Villaluenga del Rosario los últimos 37 años. Ahora que el ‘Muni’, apelativo con el que lo rebautizaron vecinos y muchos visitantes, se jubila el Ayuntamiento le otorga la Medalla de Oro por su trayectoria
Es el ‘Muni’, una de las primeras caras que cualquier visitante o turista identifica cuando llega a Villaluenga del Rosario. Se trata de Antonio Benítez Román, el único policía municipal que ha tenido Villaluenga del Rosario a lo largo de los últimos 37 años. Es una persona cercana en el trato, servicial y que ha demostrado con creces su vocación de servicio en momentos difíciles como accidentes o rescates en montaña, entre otros. El Ayuntamiento de Villaluenga, el pueblo más pequeño de la provincia, quiere rendir un homenaje a este policía local otorgándole la más alta distinción que concede esta villa como es su medalla de oro ahora que Antonio Benítez acaba de jubilarse.
—37 años siendo el único policía local de Villaluenga, ¿cuándo entró?
—Llegué al Ayuntamiento en 1979 con las primeras elecciones democráticas y estaba en la Comisión de Fiestas. Trabajé de auxiliar administrativo y ahí estuve hasta el servicio militar. Años más tarde salió una plaza de municipal y la solicité. Entré en la Escuela de Aznalcázar e hice cursos de formación y no me imaginaba que me fueran a dar tantos resultados en mi vida. Entre ellos hice el de primeros auxilios y lo he puesto en práctica que no veas, igual que el de rescate en montaña. Y eso que cuando era joven me salía un padrastro con sangre y me desmayaba. He hecho cursos de todo tipo para actualizarme y han sido fundamental.
—Supongo que ha tenido que intervenir en muchos accidentes y rescates en esta zona, que cuenta con una orografía complicada
—Sí, he visto una cantidad de accidentes tan bárbaros. No hay curva desde el cruce de los Alamillos (Grazalema) hasta llegar a Ubrique que no digas aquí se cayó un ciclista, aquí un motorista, por aquí traspuso un coche y muchos con final trágico. Y perdidos en la sierra yo no sé. Ahora gracias al gps podemos saber y es menos complicado. Pero antes llegaba la Semana Santa, que venía gente de fuera y le temías. Te enterabas que llegaban tarde a los sitios y te llamaban. El hotel te decía ‘oye que nos falta un cliente que no llega’ y el Muni para arriba, para la sierra. Yo estaba en una red de montaña y me llamaban. Los bomberos de Ubrique han sido mi salvación también muchas veces.
—¿Estando solo en la Policía ha tenido algún tipo de horario?
—Al principio de mi carrera me ponía el uniforme a las ocho de la mañana y no sabía cuándo me lo quitaba. Parece que tenía un hábito. Estaba de 8 a 3, comía y a las 5 de la tarde, me iba con el alcalde a dar vueltas por el pueblo y luego después de cenar hacía la ronda otra vez. Eso era todo el día. Aquello eran otros tiempos, patrullaba andando, aquí no había coche oficial de Policía. Yo tenía un coche propio. Primero un dos caballos de una serie limitada, un Opel después y cuando había un accidente iba zumbando con el coche como la vez que fui con una mujer que creíamos que daba a luz por el camino, pero finalmente lo hizo en el hospital. Y otra persona que se asfixiaba. El coche volaba, los pañuelos asomados por la ventana, las luces puestas, así íbamos. Cuando me incorporé como municipal sólo teníamos una señal de una flecha que indicaba una dirección hacia abajo en el pueblo. Y claro, vino la primera feria local con la que me tocó lidiar y había que cortar la calle. Así que le dije a un herrero que me cortara dos cilindros para hacer dos prohibidos y los dibujé. Las dos primeras señales de tráfico del pueblo las pinté yo a mano. Están ahí todavía, y hoy tenemos 100 vallas en un pueblo tan chico disponibles para cualquier situación. El coche policial llegó en 1999 cuando entró el actual alcalde Alfonso Moscoso.
—Cuente algún momento difícil en una actuación que acabara bien
—En una ocasión un chaval se cortó prácticamente toda la pierna en un accidente de moto. Lo auxilió un vecino y me lo trajo en su coche para que yo lo llevara al hospital de Ronda. Le dije que lo trasladara en el suyo que corría más. Le hicimos un torniquete a aquella pierna colgando para que no se desangrara y el pie se lo tuvimos que poner como pudimos debajo del asiento de lo mal que aquello iba. Me vine al ayuntamiento, a avisar al hospital de lo que iba para allá, de la gravedad del asunto. Y te cuento una de las alegrías más grande que me han dado en mi trayectoria cuando, al tiempo, el muchacho, que estaba pintando la fachada de una casa me dijo: ‘¿usted no me conoce a mí?, ¿no?’. Me sonaba su cara, pero no sabía de qué. Y en esas cogió el hombre, que estaba encima del andamio y se levantó el pantalón y me dio una alegría que eso no se me olvida en la vida porque pensé que la pierna no la salvaba.
—Y anécdotas de la nieve tendrá miles cuando el pueblo se pone de bote en bote. Hay una que ronda por ahí cuando tuvo que rescatar al cura y al enfermero en una situación complicada
—En mi coche metía 13 metros de cuerda, de maroma, para poder tirar de los coches que se quedaban atascados. Toda la vida la he tenido. Si la gente iba al campo y se embarraba me llamaban porque la grúa no llegaba ¡No sé lo que he remolcado con la maroma y en las calles del pueblo igual! En una de las nevadas me llamó el cura con mucha preocupación porque estaba atrapado en un puerto entre Grazalema y Villaluenga, el de Pedro Ruiz, y tenía que asistir a un sepelio en otro pueblo y lo estaban esperando.
—A usted los servicios de emergencia, ambientales y policiales lo han reclamado mucho para ayudar.
—Es normal cuando uno se conoce su término como la palma de la mano. Es que es mi labor. A veces si alguien se perdía y contactábamos mi pregunta era ¿pero qué ves de frente? y por eso más o menos podías intuir por dónde estaba esa persona. Los bomberos de Ubrique han sido muchas veces mi salvación y la red de montaña en la que estaba. Quiero agradecer a las fuerzas y cuerpos de seguridad, a las policías comarcales, los servicios sanitarios y de urgencias, Infoca, Medio Ambiente que me han respondido siempre cuando he necesitado la ayuda. No soy nadie si los servicios no responden. Uno no puede hacer magia. Cuando he pedido ayuda, por ejemplo un helicóptero para un herido, ha llegado este operativo y gracias a ello se ha salvado esa persona.
—¿Y cómo ha llevado lo de las multas en un pueblo donde la gente se conoce y hay tanto turismo?
— Me he considerado un policía más gestor que punitivo. Daba primero un toquecito con el diálogo, por ejemplo, con el tema de los aparcamientos y los coches. Si eso no daba resultado, sacaba después tarjeta y si no había respuesta ya iba la multa. He puesto pocas pero muy justificadas. En este pueblo cuando se deja un coche mal aparcado con estas calles y con estas cuestas la denuncia no es la solución. Si iba a pasar una procesión y alguien no quitaba el coche, la multa no era la solución. El problema era que tenía que pasar la procesión y no cabía con el coche y grúas no hay aquí. Siempre tenías que estar avisando a base de rótulos y rótulos. La parte punitiva no era eficaz para mí, sino que el que había puesto el coche lo quitara lo antes posible. En una ocasión, un señor de fuera llegó y dejó el coche en medio de una calle. Y le dije que cómo había dejado el coche así. Y me contestó que había llegado y había tanto silencio en ese sitio, que creía que por allí no circulaba nadie. Le respondí que aquella calle se construyó en tiempos de Ponce y León, por el año mil cuatrocientos y pico, y que estábamos a la espera de que el buen señor llegara para inaugurarla (risas). De esas ha habido varias.
—Como vecino, ¿cree que Villaluenga ha dado un salto importante en su desarrollo?
—La evolución ha sido tremenda. La localidad se ha rejuvenecido muchísimo. Por ejemplo, en tema de servicios. Cuando empecé yo mismo ayudaba a la gente del campo a tramitar las demandas de empleo. Venían, por ejemplo, una vez al mes y les ibas cogiendo la documentación. Ahora es distinto. El tema del agua ha sido vital. Ha sido de las obras mas importantes el traer agua para acabar con las restricciones. El turismo y la industria del queso permiten que la juventud no se vaya del pueblo.
—¿Y qué me dice de las riadas de gente en un pueblo tan chico cuando se ha celebrado la Feria del Queso y macroconciertos como el de Alejandro Sanz?
—Con el de Alejandro Sanz aprendí muchísimo. Había 450 efectivos en el pueblo más pequeño de la provincia. Se hizo una mesa de seguridad y ese día no salí de ese sitio porque yo conocía el terreno. Estuvo aquello muy bien coordinado y allí aprendí un montón. A veces, se han formado en la feria atascos para poder entrar y eso me ha sabido mal, pero hemos intentando mejorar con los años.
—¿El de Sanz fue uno de los encuentros musicales más gordos?
—También están las ferias o conciertos como el de los Chanclas, que fue uno de los primeros que se organizaron y me pilló medio en bragas. Se metieron 3.500 personas y aquello fue como una lata de confeti (ríe). Lo que sí he tenido siempre es mucha coordinación con el alcalde. En todos los eventos hemos estado un mano a mano y se ha salido bien de todo. En alguna corrida de toros, con Espartaco, Ortega Cano y Conde había años que no había billetes. Me acuerdo una vez que le dije al alcalde que me sobraban personas porque no podían llegar a sus asientos y los tuvimos que mandar a sentar a Presidencia porque no las podíamos dejar en la calle. Y es que se colapsaba el tema con gente que tomaba sus asientos y otros que no podían llegar a los suyos. Pero se solucionaba rápido.
—A usted muchos vecinos y gente de fuera le llaman el Muni. Eso habla de cercanía y trabajar de manera desinteresada
—El nombre me lo pusieron los críos cuando iba a darles educación vial al colegio. Y a mi me gusta que me llamen así. Seguro que hay gente que no sabe cómo me llamo en verdad. En los pueblos tienes que dar respuesta a todo lo que te venga, aunque sea de una manera improvisada y tirar para adelante. No me he sentido solo nunca. Por el pueblo daría la vida, pero mis vecinos sé que también lo harían por mí. En las ferias antiguas, de otras épocas, que no había protección ninguna, a las cuatro de la mañana si se formaba alguna bronca por la típica rivalidad con los de fuera, yo les decía a amigos o conocidos que me cubrieran las espaldas. Se lo decía a alguien y la gente de mi pueblo siempre me echó una mano.
—¿Y la pandemia?
—Ha sido algo muy triste, daba miedo ver las calles sin un alma. Me sonaban las botas cuando iba por las calles. A los niños de aquí le hice una cosa curiosa, un juego de la Oca con dibujos de cosas del pueblo durante aquellos días de confinamiento.
—Villaluenga le ha otorgado ahora la medalla de oro por su trayectoria, ¿cómo se siente?
— Con mucha ilusión, me siento halagado, pero no soy merecedor de ella. Hay mucha gente que la merece aquí. No he hecho más que mi deber, lo que tenía que hacer, que era trabajar por mi municipio.
—El peor momento de todos estos 37 años de trabajo como el ‘Muni’
—Son todos relacionados con personas y accidentes mortales y eso no se olvida. Pero quiero reconocer públicamente que la que más ha sufrido con mi oficio es mi mujer. Ella ha vivido llamadas de urgencias de madrugada cuando me tenía que ir por alguna incidencia y la dejabas allí en tensión despierta. La infancia de mi hija también la pierdes y eso duele mucho.
—Le ha dado algún consejo a su sucesor en el puesto
— Me sustituye un muchacho de aquí, que es vigilante municipal. Sé que va a sudar la camiseta por su pueblo como lo he hecho yo estos años.
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