¿Para qué matar ballenas?
Ciencia abierta
La explicación es dar razones científicas espurias, pero se las consentimos a Japón
Granada/El registro fósil nos dice que los ancestros de las actuales ballenas estaban sobre la tierra hace unos 55 millones de años. Sin entrar en detalles, que son discutidos por los especialistas, parece que podemos admitir que las ballenas provienen de un animal parecido a un hipopótamo que un periodo relativamente corto de tiempo, en tiempos evolutivos claro, alcanzó gran tamaño tras pasar a vivir en el medio acuático. Ese tamaño le protege de tener depredadores, más allá de otros grandes cetáceos. La presión evolutiva que les llevo a pasar del medio terrestre al acuático aún está llena de hipótesis por confirmar.
Estamos hablando de ballenas y cetáceos como si fueran sinónimos y hemos de aclarar que todas las ballenas son cetáceos pero no a la inversa. Cetáceos es la denominación que reciben los mamíferos marinos adaptados completamente a la vida acuática, no necesitan para nada pisar tierra, ni para reproducirse y dar a luz a sus crías. Tienen forma fusiforme hidrodinámica, parecida a los peces, y sus extremidades anteriores tienen forma de aleta, las posteriores han desaparecido aunque conservan vestigios óseos dentro del cuerpo; cuerpo que en su parte posterior adopta forma de cola horizontal al plano principal del cuerpo (y no vertical como en los peces).
Este aspecto de pez y su vida acuática lleva a los más pequeños, y a otros no tan pequeños, a confundirlos con peces. Uno de los errores más comunes entre los alumnos de educación primaria (y algún despistado en secundaria). Los cetáceos respiran por pulmones, lo único para lo que le es vital salir a la superficie del agua, siendo necesario al menos cada 5 minutos en algunos delfines o pudiendo permanecer hasta 140 minutos sumergido en los cachalotes y algunas ballenas. Paren sus crías tras una gestación de entre 7 y 18 meses, según especies (en general a mayor tamaño del cetáceo más tiempo de gestación). Nada de peces.
Se distinguen dos grandes grupos. Los misticetos o cetáceos con barbas, unas estructuras de queratina que desde su mandíbula superior cierran su boca para filtrar el agua y quedarse con el plancton del que se alimentan; y los odontocetos o cetáceos con dientes con los que capturan a sus presas. Los primeros son las que llamamos comúnmente como ballenas e incluyen a los rorcuales (15 especies). Los odontocetos, con unas 80 especies, incluyen a los delfines de agua dulce, delfines marinos, las marsopas, la beluga, el narval, las orcas, el cachalote y los zifios.
Nos hemos extendido y aun dejando mucho por contar de las características de las ballenas y de los cetáceos en general, llegamos a la cuestión con la que encabezo este Ciencia Abierta: ¿Para qué queremos cazar ballenas?
En 2016, cinco de sus especies estaban en peligro máximo de extinción, incluida la ballena azul, el animal más grande que existe (y probablemente que jamás ha existido). El resto sigue en peligro y lo seguirá por dos razones, indirectas y directas. Las indirectas debido a los posibles cambios en los océanos producidos por el cambio climático global. Y las razones directas es que el ser humano, el hombre, las caza. Los grupos más beligerantes contra la práctica de la caza diría directamente que las mata o las asesina.
Las relaciones seres humanos y ballenas son tan largas como la historia de la especie humana o al menos desde que tenemos historia humana (la de las ballenas se retrotrae al menos unos 35 millones de años).
Hay evidencia de la captura de ballenas en poblados del norte de Europa desde el Neolítico y las poblaciones de esquimales las han seguido cazando para sobrevivir hasta su aculturación a mitad del siglo XX. Empero este tipo de caza no ponía en peligro a las especies y podía justificarse por la mera supervivencia de esas poblaciones humanas.
Si nos adentramos en la historia de la caza de ballenas, encontramos que desde el siglo XVI al XIX las ballenas han sido cazadas para proporcionar diferentes productos de unas sociedades cada vez más ávidas de mercancías. Inicialmente, su carne era lo menos importante pues debía consumirse pronto y dado que los medios de transporte eran rudimentarios no era muy generalizado su consumo; lo más importante era la grasa que se utilizaba para las lámparas de aceite. Es decir se cazaban para iluminarnos. Posteriormente se utilizaron sus barbas para la fabricación de los corsés y el espermaceti, una grasa existente en el cachalote, para la fabricación de perfumes. Digamos que las cazábamos para estar guapos.
Metidos en el siglo XX, y sin dejar de nombrar que la historia de los balleneros cántabros y vascos merece todo mi respeto y admiración, la caza de ballenas desde mitad del siglo pasado carece de sentido. Ningún pueblo va a morir de hambre por no cazar una ballena, ni va a dejar de iluminarse, ni de parecer más guapo o guapa por no tener los derivados de los cadáveres de las ballenas.
Decir, lo hace Japón, que salimos de la regulación internacional sobre caza de ballenas, vigente desde 1986, como anunció el gobierno japonés a finales del 2018, debido a intereses científicos es la mentira usual, y admitida por la comunidad internacional. La han usado países tan democráticos y amables como Japón, Noruega e Islandia. Esos son los países que siguen cazando ballenas para, según ellos, mantener una tradición cultural y también su mercado de consumo de carne. ¿Realmente va a morir algún japonés por no tener carne de ballena que llevarse a la boca? Noruega e Islandia no pertenecen a la Unión Europea, pero se imaginan si los españoles dijéramos que tenemos corridas de toros porque la gente no tendría carne que comer.
Me resulta difícil entender que se diga que cazar a un animal libre, no a un animal criado ex profeso en semicautividad, que se acerca a las costas a alimentarse y reproducirse, perseguirlo durante horas hasta extenuarlo y matarlo sin ninguna posibilidad de defensa ni salvación es esencial para un pueblo. Quizás la verdadera razón esté en todos los productos que se extraen de esas ballenas y luego se venden en todo el mundo. La crueldad humana se camufla bajo diversos intereses, o quizás los intereses humanos son muy crueles; conjúguenlo como quieran.
Hay dioses más clementes. Jonás, el que según la tradición bíblica pasó tres días y tres noches en el vientre de una ballena, se enojó con su dios por no destruir a Nínive y Yahvé le dijo a Jonás: "¿Y no voy a tener yo piedad de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen su mano derecha de la izquierda, y, además numerosos animales?". No parecía Jonás interesado ni en los humanos ni, por supuesto, en los animales.
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