Las actuaciones de España en Eurovisión que nos dieron más vergüenza
Lo mejor de lo peor
Chanel fue tercera el pasado año, con merecimiento para haber ganado, y Blanca Paloma aspira a la victoria en el festival. No siempre fue así, hasta hace muy poco. Recordamos los 8 peores más recordados
El Papa recibe la guitarra de Rodolfo Chikilicuatre
España da el cante en Eurovisión con un gallo de Manel Navarro
Vaya por delante. Todos tenemos en mente los cero puntos de Remedios Amaya en Festival de Eurovisión de hace 40 años. Pero no. Aquello fue una derrota con toda la dignidad. Se acudió con un tema de marcadas señas de identidad, adelantado a aquel contexto, en el que "la primera intérprete gitana de Eurovisión", como de forma exótica se ofreció, tuvo una actuación firme. Era muy joven y el festival estaba muy encorsetado.
Pero ha habido momentos de vergüenza ajena en el Festival de Eurovisión por parte de los intérpretes españoles y que ahora lo vemos con mayor o menor rubor.
No incluimos en la relación de estas 8 canciones dos casos muy vergonzosos por causas ajenas. El fallo con el sonido pregrabado en Zagreb, en 1990, cuando las Azúcar Moreno se retiraron del escenario en los primeros compases de Bandido, ni el espontáneo catalán, Jimmy Jump, que apareció por la actuación de Algo pequeñito de Daniel Diges.
Estos fueron las cinco actuaciones peores y que nos dieron más vergüencita al margen de los puntos.
1962. Llámame. Víctor Balaguer.
Fue nuestro primer cero puntos en Eurovisión, con una canción que ya era viejuna en aquellos tiempos de los reyes godos. Un balada de orquesta, tan de aquellos primeros festivales, que pasa de largo, con más bostezos que vergüenza.
1996. Ay, qué deseo. Antonio Carbonell
En aquellos momentos hubiéramos deseado que TVE se hubiera dado de baja de Eurovisión por un lustro. Veníamos del segundo puesto de Anabel Conde y su vozarrón de Vuelve conmigo. Lo mejor que llevamos hasta Chanel como ratifican ambos resultados. Con Carbonell se pretendía llevar una rumba pop, el flamenquito que surgía a borbotones en el panorama noventero, pero el joven representante no era un buen exponente. O al menos su canción no estaba a su altura. Si le agregamos el autobronceador y las hermanas Chamorro de coristas todo rozó el desastre.
1998. ¿Qué voy a hacer sin ti?. Mikek Herzog.
Aunque al año siguiente Lydia diera la nota con su vestido, estas baladas eurovisivas españolas de los 90 (Alejandro Abad, con Serafín Zubiri de alfa y omega) nos conducían a la indiferencia y al horror justo cuando el festival vía su época de redención e impulso en estilo, temas, aspecto, países. Y nosotros con el tristón Herzog el mismo año que Dana Internacional la liaba con el televoto de todo el continente. Eurovisión se revolucionaba y por aquí tardaríamos varios siglos en enterarnos del todo.
2006. Bloody Mary. Las Ketchup
Las de Córdoba promovieron el consenso entre todos los españoles: fueron una decepción absoluta. Vale que no fueran a remedar un Aserejé pero pocos pueden explicar qué pretendía la canción, por qué les pusieron unas sillas de oficina y cómo podía engarzarse todo eso con los dos bailarines. Demasiado mustio y ya veníamos con tendencia a la baja con Son de sol, Brujería, con lo de "que me penetra toda toda".
2008. Baila el Chiki-Chiki, Rodolfo Chiklicuatre
En serio. ¿Alguien pensó que la canción de guasa con el personaje de David Fernández tenía alguna aspiración de hacer algo digno? El tema ganador por votación popular ante La Casa Azul se mejoró en arreglos, en la incorporación de bailarinas, pero era lamentable en lo musical y en el concepto. De hecho durante años los eurofans no nos lo perdonaron. Silvia Abril, tan genial, se caía, pero el realizador serbio en principio creía que había sido verdad, como medio continente.
2011. Que me quiten lo bailao. Lucía Pérez
Con los años nos hemos dado cuenta todavía más del desatino de ponerle ambiente y vestimenta caribeña a un tema con gaitas gallegas y ese "uo, uo uó", saltarín y a la vez patético. Dábamos sensación, en la mayoría de esos años, de que la música comercial en España estaba inspirada por aficionados. Aficionados a las hierbas durmientes. El sueño de Morfeo llegó a confirmarlo.
2017. Do it for your lover. Manel Navarro.
Es la cúspide nuestra vergüenza ajena por las actuaciones españolas en Eurovisión. Era tal la imprevisión, la abulia, que era inevitable alcanzar este punto más bajo: un representante da cortes de manga cuando es elegido, que se gana las antipatías de los eurofans, que le colocan una absurda escenografía hawaiana y que se remató con uno de los gallos más épicos de toda la historia del festival. Los cinco puntos recibidos eran más indignos que los cero de Remedios Amaya o el punto solitario de Lydia. Sin duda Manel Navarro es lo peor que hemos enviado a Eurovisión, aunque el chaval no sea mala persona. Pero puede lucir el diploma de The Worst.
2018. Tu canción. Amaia y Alfred
La deriva de España durante buena parte de este siglo en Eurovisión tiene esta coda merengosa del dúo de Operación Triunfo con una lacónica balada que causó estupor generalizado. Ahora surgen lamentos de haberles enviado en lugar de Lo malo, de Aitana y Ana. Ya iba siendo hora de los arrepentidos porque el error del público era evidente. No se puede dejar el destino de España en Eurovisión en manos de los fans de OT. Ya lo sabíamos desde Rosa. Al año siguiente, con Miki, casi se produjo una desbandada: nadie quería asumir el trago de ir al festival. En esas apareció Blas Cantó, con dos plomazos, en años sucesivos, que barruntaban lo peor. No era ya vergüenza, sino hastío.
Menos mal que apareció el Benidorm Fest.
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