Francisco Andrés Gallardo

'Su Majestad' Anna Castillo: de Victoria Federica hasta la reina Letizia

La serie de comedia de Prime Video evoluciona desde la caricatura al dibujo de la fontanería en el poder

¿Y si una joven se convierte de sopetón en reina de España? 'Su Majestad'

El cóctel con la inspiración de Anna Castillo que contiene agua de mar

'Su Majestad', Ernesto Alterio y Anna Castillo, Guillermo y la princesa PIlar, en la seie de Prime Video
'Su Majestad', Ernesto Alterio y Anna Castillo, Guillermo y la princesa PIlar, en la seie de Prime Video

04 de marzo 2025 - 08:45

Atención, este artículo destripa aspectos de la serie Su Majestad.

La plataforma Prime Video acaba de estrenar la comedia Su Majestad, serie de siete episodios a cargo de los guionistas de Ocho apellidos vascos, Borja Cobeaga y Diego San José. En apariencia es un disparate en un mundo paralelo en el que un hipotético rey Alfonso XIV es pillado en negocios de comisiones por lo que el consejo del Reino opta por relegarle y que sea su única hija, la princesa Pilar, criada entre caprichos e irresponsabilidad (¿premeditadamente?), la que sostenga la Corona. No es un disparate, sería un esperpento, un reflejo de espejo deformado, en el que no se terminan de cargar las tintas porque la realidad, y la propia Historia, ya generan suficiente material.

Es un aguafuerte de los recovecos de la monarquía y del pulso intergeneracional por detentar los valores. De un rey de modos superficiales y actitud indolente, preocupado sólo de sí mismo y de mantener privilegios y placeres, a cargo de Pablo Derqui (que era un magnífico, y desdichado, Enrique IV El Impotente en Isabel) se pasa a una bisoña heredera, huérfana de madre (huérfana de todo, por tanto), dedicada a la noche, a la dispersión en todos los aspectos. A la nada. Anna Castillo es la princesa Pilar, que para meterse en el vestido toma el esqueleto entre Victoria Federica y Froilán para levantarse entre los que buscan aprovecharse de su posición y los que la ignoran. En esas aparece un asesor, a veces cuerdo, a veces tiburón, a cargo de Ernesto Alterio, un noble forzado a ser tutor de la desvariada (o no) Pilar.

Su Majestad tiene en sí planteamiento de largometraje pero se le han estirado algunas puntas, tramas personales, para que así se extienda por siete episodios de media hora. Tiene sus altibajos, sobre todo a raíz de agotarse los gags de la princesa superada por sus deberes, o sea. Y mejora cuando la caricatura se desata entre los jueces que han protegido las corrupciones para mantener sus prebendas. En ese camino a comprenderse a sí misma para entender la desafección de la gente y el sospechoso peloteo de otros, de las élites, es cuando el personaje deja de ser una víctima a convertirse en dueña de su futuro. Es cuando en el reflejo aparece la figura de la reina Letizia. Lo que parece una burla sobre los conceptos y funcionamiento de la Corona termina siendo un pequeño tratado sobre la responsabilidad y la fontanería política.

Ramón Barea es aquí un creíble jefe de la Casa Real, que ha dedicado toda su vida a blanquear esa farsa que nos duele a todos. Es el capítulo final el que pone a la serie en su sitio.

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