El país de los huérfanos y desheredados
Opinión
La pantalla de la televisión deja la vergüenzas al aire de los dirigentes y es la gente de buena voluntad la única que tiene vergüenza
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No tenemos quien nos defienda de verdad. No hay nadie ahí, al volante de las responsabilidades. Menos mal que nos queda la gente y la gente de orden. Los vecinos, las fuerzas de seguridad, el ejército. Los de siempre. La gente de buena voluntad. La que se pone con pico y pala, cepillo y saca fuerzas de donde no la hay. La gente que pisa el suelo y besa la tierra.
No tenemos quienes nos defienda de la burocracia, del pensamiento único y de la polarización. Menos mal que nos quedan las familias, las madres, los padres y abuelos y los jóvenes que tienen una entereza insondable cruzando los puentes. Cuando no hay nada más y lo políticamente correcto se desvanece por inservible lo que aparece es el corazón y el coraje. Es lo que está apareciendo en las pantallas y es lo único que nos da consuelo. Esa es nuestra patria: la que se arremanga. El país que esconden los políticos para azuzar con sus tonterías al enfrentamiento interesado. Los mismos políticos que se han olvidado que si no sirven a la gente no nos sirven. También lo hemos visto en las pantallas, entre las desesperanzas. Un presidente autonómico como el valenciano que no las ve venir ni sabe solucionar. Mazón está ya inhabilitado en diferido. Y esa consejera, una tal Nuria Montes, literalmente cesada por incompetente y arrogante.
Y un presidente del Gobierno que no se moja en el barro, no vaya a arrugarse el traje, y deja hundirse a la oposición junto a los muertos. Este es el país de los desheredados y los abandonados, el país donde a los que están en el poder les interesa más controlar RTVE que preopcuparse por lo que sucede en Valencia. Esos consejeros que se van a embolsar 109.000 euros al año están ya marcados, anulados, por el bochorno de su nombramiento mientras estaba produciéndose la mayor tragedia que hemos visto por esta tierra, este país de unos dirigentes que no están a la altura de su pueblo.
Este es el país que ni siquiera tiene nombre para el Papa Francisco, incapaz de pronunciarlo. Qué lástima, que Dios le perdone a Jorge Bergoglio su soberbia y ese resquemor que él sabrá quién le ha alimentado. Los españoles, España, se merecen otra luz y otra esperanza. Esta gente que se deja el alma por salir adelante está literalmente abanonada. Son ellos y podíamos ser nosotros. Somos nosotros. Una decencia ultrajada por la incompetencia.
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