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Mantón, yo-yo, zapatos, Isabel, noventa y ocho o rezagados. Seis palabras que, tomando el nivel de conocimiento de la calle, podrían ser otras tantas respuestas a la pregunta 'vocablos que tengan alguna relación con Filipinas'.
Desde que dejamos las primera huellas en el archipiélago han pasado cinco siglos. Hay otra huella cuyo contorno no deja de crecer desde hace un año. Es la que ha dejado impresa, en varios campos de las artes a la vez, y de modo particular en la música, Luis Eduardo Aute. De las canciones de este manileño que, con dos años, pudo sobrevivir a la devastación de su ciudad con la que acabó en el sureste de Asia la Segunda Guerra Mundial, tomamos extractos descontextualizados pero con la suficiente fuerza estética como para ilustrar qué ha sido y qué es Filipinas.
"Y el happy-end // que la censura travestida en voz en off // sobrepusiera al pesimismo del autor // nos hizo ver // que un mundo cruel // se salva con una homilía fuera del guión". El Vaticano y Hollywood, el retablo y el forillo. Tres siglos de convento seguidos sin tiempo ni para pestañear por cinco décadas de show business abiertas con el extraordinario acting de "los últimos de Filipinas" (los rezagados en la primera frase de este artículo) en la iglesia de Baler. 1898 es el año del cambio de argumento. Hasta ese momento, y desde la llegada de Magallanes y Elcano primero y de Miguel López de Legazpi más de cuatro décadas después, la Iglesia dispuso de más de tres siglos para permear el catolicismo mediterráneo entre tribus y clanes ajenos por completo a conventos, sotanas, frailes y misioneros. De modo que el filipino, ya transformado en miembro de una nación, ha agarrado con mucha fuerza y ha hecho suya una religiosidad popular que confiere a Filipinas la condición de único país católico de Asia. Las palabras "visitaiglesia", "misa de gallo", la procesión del Nazareno de Quiapo y las misas oficiadas en centros comerciales o lugares de trabajo dan fe de ello. Pero llegó el momento de cambio de la trinidad, de una santísima que miraba hacia el cielo, Padre, Hijo y Espíritu Santo a otra mucho más centrada en la Tierra y en el dinero: misión, visión y valores. El pragmatismo estadounidense al que el Tratado de París le abrió de par en par sus puertas sumó otro ingrediente más dentro de la Thermomix de las siete mil islas. Resultado: cualquiera que viaje hasta allí y que haya pasado también por México encontrará similitudes nada sospechosas con América, con Castilla, con Asia –¿cómo no?– y con el American way of life. Demasiada riqueza concentrada como para desentendernos de Filipinas, al menos en un plano intelectual.
"Y como parece que el corto verano se acaba, ah // quiero bailar un slow with you tonight, tonight // seamos al fin, Salomón y la reina de Sabah, ah // I want to dance slow-ow-ow with you, como aquel". Después de tres siglos ¿en qué quedamos? ¿En Filipinas se habla o no se habla español? Va a ser que no. Si usted viaja, cuando se pueda que ahora no se puede, pensando que una proporción en boca de tres palabras en español y una en inglés le va a salvar la llegada a Manila hasta que le den la llave de su habitación de hotel, está en un gran error. Le doy mi palabra. El tagalo (una de las lenguas del mapa lingüístico de Filipinas, lengua oficial) está lleno de préstamos literales del español. Pero necesitará entrenar su oído para intuir el contenido de una conversación trufada de nexos que no se corresponden con nuestras preposiciones y conjunciones. Distinto es que usted aterrice en algún lugar en el que el chabacano aún tiene presencia; lo tendrá mas fácil. "Chabacano", en su tercera acepción en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa "lengua criolla de base española y con la estructura gramatical de lenguas nativas, que se habla en Mindanao y otras islas filipinas". La primera acepción, el lector ya se la imagina: grosero o de mal gusto. Como ocurre con otras palabras del diccionario, más aún hablando de un país lejano y poco conocido, en casa el primer significado oculta a todos los demás.
El porqué de esta realidad ha sido ampliamente explicado. Pero lo sintetizamos una vez más: el español fue una lengua de elites, de grupos reducidos y, generalmente, capitalinos. La Iglesia nunca eligió el español como lengua franca en su tarea. Ni el latín. Había que llegar a una población dispersa geográficamente hablando su propia lengua. Evangelizando en modo de tú a tú on en 3, 2, 1... se hubiera dejado escrito en twitter desde alguna sacristía de haber existido entonces esa red social. Al mismo tiempo que las elites que han guardado en casa, como oro en paño, nuestra lengua agonizan, el español se estudia con el mismo ahínco que aquí le brindamos al inglés. Y con una ventaja para la que, de nuevo, necesitamos poner en marcha el tocadiscos con los discos de Aute.
"¿Qué esperas que te cuente? // Hay poco que decir // Tal vez me vaya un tiempo // No aguanto este coñazo de Madrid". José Rizal, uno (más) de los errores de la política española del siglo XIX. Su obra debe ser revisada en profundidad por todo aquel que quiera hacerse una idea de cómo es la relación en el plano cultural entre Filipinas y España ya que marca los puntos de referencia de cómo empezó a construirse (o a destruirse, depende de cómo se mire) esta relación. Hilando con el párrafo anterior, para muchos filipinos acceder al contenido de las publicaciones de quien es Héroe Nacional en la misma lengua en la que fueron escritas es un estímulo para aprender español. No obstante adquirir competencias comunicativas decisivas en los mercados de América y el que en sí es España no es precisamente un premio pequeño al esfuerzo. Las ventajosas condiciones salariales que aún hoy ofrecen los centros de atención telefónica para los trabajadores capaces de responder llamadas en español así lo demuestran.
Respecto a José Rizal, el paso del tiempo ha favorecido que se asiente su imagen de político e intelectual moderado, que apostó por fórmulas que convirtieran a Filipinas en una extensión hacia el lejano oriente de la península y que reintegraran a los habitantes del archipiélago la ciudadanía que había recibido el visto bueno en el Oratorio de San Felipe, en las vísperas del 19 de marzo de 1812. No solo no pudo ser; fue fusilado siendo su última crónica el poema "Mi último adiós", de lectura imposible sin que algo se mueva dentro a pesar de los 115 años transcurridos.
"No se trata de hallar un culpable // las historias no acaban // porque alguien escriba la palabra fin // no siempre hay un asesino // algunas veces toca morir". A Fernando de Magallanes le tocó morir en la isla de Mactán a manos de un imponente, al menos tal y como se le ve en el parque Luneta de Manila, Lapu-Lapu. Pero la historia no acabó. El presente, el tiempo nativo del Periodismo, dice que, vista desde aquí, Filipinas es uno de esos objetos que hemos bajado al trastero. No nos hemos deshecho de él pero tampoco le damos la importancia doméstica que quizá una vez tuvo. Igual que hubiéramos hecho con cualquiera de nuestras enciclopedias, teniendo en casa la fuente de conocimiento instantáneo que es internet. Como ocurre con las pantallas que ni se nos pasa por la cabeza empaquetar en una caja para ser almacenadas, la vista se queda pegada horas, días, semanas, meses y años a las áreas del mundo que la estrategia dicta; Unión Europea, Estados Unidos, América, China... Y, sin embargo, y a pesar del desconocimiento casi general, con la llegada de Magallanes a Mactán, algo nuestro comenzó a quedarse allí. Y ese algo, aún sigue.
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