Diario de una gran hazaña | Epílogo
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Diario de una gran hazaña | Capítulo 76 (30 de mayo de 1522)
Por el Atlántico Sur, y con rumbo noroeste, una nave española no navega sino vuela. Es la Victoria, que al mando de Juan Sebastián de Elcano está surcando las aguas con una velocidad sorprendente, favorecida por un viento fresco del suroeste que infla las velas a todo lo que dan.
Apenas han pasado diez días desde que la nave española lograra sortear de una manera casi milagrosa el imponente cabo de Buena Esperanza. Tras muchos días de temporal la Victoria logró acceder a las aguas del Atlántico y a partir de ahí, y beneficiada por la corriente de Benguela, la embarcación ha podido surcar buena parte de este océano, aunque antes tuvo que reparar los mástiles dañados. Tanto camino ha recorrido que si este buen ritmo se mantiene, a bordo se calcula que podrán cruzar el Golfo de Guinea en el plazo aproximado de unos diez días. Ello conllevaría cruzar el ecuador por cuarta vez desde que esta nave zarpara de Sanlúcar en septiembre de 1519.
La travesía de vuelta por el Atlántico se está haciendo a bastante separación de la costa africana. Así lo ha ordenado Elcano, que prefiere ser prudente y evitar navegar por las aguas que frecuentan las embarcaciones portuguesas hacia las Molucas. Pero la opción de tener que tocar tierra en busca de víveres y agua potable sigue estando ahí, habida cuenta del paupérrimo estado de salud que presenta la tripulación.
La situación a bordo es muy, muy preocupante. Tras fallecer cinco marineros por escorbuto en poco más de una semana, ahora se cumplen diez días sin muertes a bordo. Pero todos saben que habrá más pérdidas de vidas humanas a corto plazo, sobre todo porque buena parte de la tripulación apenas se puede mantener en pie. Y es que la semana que viene la Victoria cumplirá cuatro meses seguidos sin pisar tierra, desde que zarparan de Timor el pasado 7 de febrero. Esto supone todo un récord para la navegación a estas alturas del siglo XVI. Y aunque queda muy claro que la Victoria se aprovisionó muy bien de víveres antes de iniciar la travesía del Índico, no hay cuerpo humano que pueda aguantar tanto tiempo sin ingerir alimento fresco.
Además, Elcano tiene dos pensamientos que le traen por la calle de la amargura. El primero es que sabe perfectamente que la navegación empezará a complicarse cuando su nave se adentre en el Atlántico norte y los vientos les sean ya contrarios. Y su segunda preocupación es que pasando el ecuador, la costa africana se convertirá en un desierto inhóspito con pocos víveres que aportar. Así que si hay que tocar tierra, piensa Elcano, tendrá que ser o pronto o nunca.
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