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Diario de una gran hazaña | Capítulo 49 (1 de mayo de 1521)
La expedición española que busca llegar a las Molucas navegando siempre hacia occidente ha sumado muchos reveses en el año y siete meses que lleva de navegación, pero ninguno fue tan duro como el recibido hoy, 1 de mayo de 1521. Porque fue un palo perder hace apenas cuatro días a su capitán general, Fernando de Magallanes, y a otros siete marineros en una batalla estéril en Mactán, como también fue doloroso que previamente desertara la nao San AntonioSan Antonio, que se hundiera la SantiagoSantiago o las penurias sufridas primero con el invierno austral en la Patagonia y luego con el hambre y el escorbuto en ese Océano Pacífico que parecía no tener fin. Pero lo de hoy ha sido muchísimo peor, porque hasta 26 miembros de la expedición han perdido la vida de una tacada en un vil asesinato realizado a traición, en una emboscada durante un banquete en la que todos murieron pasados a cuchillo.
La principal consecuencia de esta terrible encerrona autorizada por el rajá de Cebú, Humabón, y urdida por Enrique de Malaca, uno de los esclavos de Magallanes, es que las tres naos de la Armada Española han tenido que huir de manera precipitada pero además con un contingente de apenas 115 personas, sin un líder al frente y sin un rumbo claro que seguir a partir de este momento.
La emboscada de Cebú ha sido el remate a una semana para olvidar que se inició el día 27 con la pérdida irreparable de Magallanes a manos de las huestes de Lapu-Lapu en una playa de la cercana isla de Mactán. Con él fallecían otros seis miembros de la expedición, aunque en las horas posteriores, y ya de regreso en Cebú, se contabilizaba la octava víctima mortal, un sobresaliente toledano que no ha podido recuperarse de las heridas. Y lo peor es que del resto de heridos que hay de ese combate tan desigual –unos 1.500 nativos repelieron a apenas unos 50 españoles–, hay otro del que también se teme por su vida.
Tras esos sucesos la flota intentó recomponerse eligiendo a un nuevo capitán y decidiendo si continúan con la búsqueda de la Especiería o si inician ya el regreso a España. Sobre esta segunda cuestión la unanimidad ha sido total y la oficialidad ha determinado que su obligación sigue siendo cumplir la misión encomendada por el emperador Carlos I y que no es otra que alcanzar el Moluco, cargar las naves de las cotizadas especias que allí se cultivan y regresar a casa.
Y con respecto al capitán, lo que se ha decidido es que haya una bicefalia al frente, con Duarte Barbosa, cuñado de Magallanes y capitán de la Victoria, y Juan Rodríguez Serrano, al mando de la nao Concepción.
Pero en los días que se llevan transcurridos desde la muerte de Magallanes este mando compartido ha cometido ya varios errores. El primero fue acudir de nuevo a Mactán después del combate para reclamar los cadáveres de Magallanes y del resto de españoles fallecidos con objeto de darles cristiana sepultura. La respuesta fue un no rotundo de Lapu-Lapu y todos, tanto en Mactán como en Cebú, han apreciado en esta reclamación cierta señal de debilidad.
Y otro error ha sido el cometido por Duarte Barbosa, que ha iniciado un enfrentamiento muy altisonante con Enrique de Malaca, un malayo que sumaba una década como esclavo de Magallanes y que venía ejerciendo de intérprete de la expedición. Éste argumentaba que su acuerdo con Magallanes era que quedaría libre cuando llegaran a las Molucas o cuando el almirante falleciera, pero Duarte Barbosa se ha negado a darle esa libertad y lo ha puesto a sus órdenes.
Este enfrentamiento puede haber sido el detonante para que Enrique de Malaca haya convencido en estos días al rajá de Cebú de la necesidad de preparar una emboscada para acabar con la expedición española y, de esta manera, congraciarse con un Lapu-Lapu muy crecido. El rajá de Cebú, Humabón, ha accedido a ello, quizás porque con Magallanes muerto ya no hay nada que le una a los españoles.
Así, y con la excusa de darles unas joyas preciosas para entregar al emperador Carlos como obsequio, Humabón ha invitado hoy a los españoles a un banquete de despedida en la playa. Y aunque Juan Rodríguez Serrano no era partidario de asistir, el sí contundente de Duarte Barbosa llevó a tierra a medio centenar de miembros de la expedición. Y con el banquete bien avanzado, irrumpieron de detrás de las palmeras un centenar de guerreros que asesinaron a traición y a cuchillo a la mayor parte de los asistentes, entre ellos a Duarte Barbosa. Algunos lograron huir e iniciaron a nado la vuelta hacia las naves, desde donde se logró repeler a cañonazos a las canoas de los nativos que querían rematar a los fugados.
Ya a salvo en las naves los españoles tuvieron que vivir otro espectáculo dantesco: desde la playa los indígenas mostraban a un Juan Rodríguez Serrano herido y maniatado y pedían la entrega de diverso material armamentístico a cambio de su liberación. La expedición española aceptó el trueque, pero los indios pidieron luego aún más armamento. Ahí fue cuando los españoles, convencidos de que estaban siendo víctimas de un nuevo engaño, decidieron levar anclas. Lo siguiente que escucharon fueron los gritos de dolor de Rodríguez Serrano cuando estaba siendo ejecutado en la propia orilla.
Con apenas 115 hombres, sin un líder ni un rumbo claro, porque nadie sabe cómo llegar a las Molucas, la flota de las especias ha puesto final a una estancia de 24 días en Cebú que comenzó de maravilla y que ha acabado de la manera más triste. Atrás queda la huella de los españoles, con centenares de indígenas evangelizados, la gran cruz que fue levantada por orden de Magallanes y una imagen del Niño Jesús que los españoles regalaron a la esposa del rajá y que los devotos llaman el Santo Niño de Cebú.
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