Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Diario de una gran hazaña | Epílogo
Fernando de Magallanes jamás pensó en dar la vuelta al mundo. Su objetivo cuando en 1519 zarpó con su flota era encontrar el paso marítimo entre los dos océanos –algo que logró– y llegar a las Molucas para cargar sus naves de especias –algo que no consiguió por su muerte absurda en Mactán–. Fue a Juan Sebastián de Elcano a quien se le metió entre ceja y ceja completar la primera vuelta al mundo, una decisión que adoptó ya en la Especiería de acuerdo con Gonzalo Gómez de Espinosa pero que al final tendría que realizar en solitario ante los desperfectos localizados a última hora en el casco de la nao Trinidad.
En cualquier caso, el tándem Magallanes/Elcano inició y culminó una gesta que cambió el concepto que hasta entonces se tenía del mundo. Y no sólo porque se confirmaba que la Tierra era redonda y que el Océano Pacífico era muchísimo más grande de los que decían los cálculos de la época, sino porque en cierto modo trajo consigo la primera globalización.
Tras completarse la primera vuelta al mundo se iniciaría una serie de viajes tansoceánicos hasta las Molucas que dejaron muchas vidas y muchos naufragios por el camino. Vinieron luego los enfrentamientos armados con Portugal para el control de estas especias y la posterior colonización de las Filipinas.
A partir de ahí el que cobró protagonismo fue el comercio. En 1565 se inauguraba el llamado Galeón de Manila, que con el tiempo se convertiría en una de las rutas comerciales más duraderas de la historia. El trayecto por mar a través del Pacífico entre Manila, la capital de Filipinas, y la costa occidental centroamericana, sobre todo con Acapulco, permitía un par de veces al año transportar sedas, especias y demás objetos de valor primero a América y luego, tras ser transportada esa mercancía por tierra a Veracruz y cruzar el Atlántico en barco, a España. Hasta 1815, en plena Guerra de la Independencia en México, perduró esa línea comercial que sin la gesta de Magallanes y Elcano no habría sido posible o, al menos, habría tardado más tiempo en ser una realidad.
La aventura de esta flota de las especias culminó en Sevilla el 8 de septiembre de 1522, aunque dejó algunos flecos abiertos. Así, y tras las peticiones planteadas por Elcano a Carlos I, el rey español presionó a su homólogo de Portugal para que liberara a los 13 españoles que, con el escribano Martín Méndez al mando, quedaron presos en Cabo Verde dos meses antes de que la nao Victoria concluyera su viaje. El grueso de estos detenidos fue liberado con relativa rapidez, aunque hubo otros tres que permanecerían presos casi seis meses. Al final serían 12 españoles los que regresarían, habiendo que lamentar una única baja.
Más terrible fue lo que le pasó a la tripulación de la nao Trinidad, el que fuera buque insignia de esta flota. Tras fracasar en su intento de tornaviaje a través del Pacífico, su comandante, Gonzalo Gómez de Espinosa, decidió regresar a las Molucas. Por el camino murieron más de 30 hombres por culpa del escorbuto. A bordo apenas quedaban 17 tripulantes cuando en noviembre de 1522 eran apresados cerca de Ternate por una Armada portuguesa que ya había arrestado previamente a los cuatro españoles que habían quedado en Tidore vigilando el almacén de especias levantado cerca del puerto.
La Trinidad se hundiría al poco tiempo y los supervivientes españoles, exhaustos y enfermos en su mayoría, serían obligados a realizar trabajos forzosos para Portugal en diversos puntos de Asia. Allí murieron casi todos. De aquel infierno sólo se salvarían cinco tripulantes: uno logró huir por sus propios medios hasta llegar a España y los otros cuatro fueron llevados a una prisión de Lisboa, aunque sólo tres resistieron con vida. El rey Carlos I lograría el rescate de estos supervivientes, entre ellos Gonzalo Gómez de Espinosa, que volvería a España en 1527, cinco años después de que Elcano culminara la vuelta al mundo.
De esta manera, puede afirmarse que de los hombres que conformaron esta flota de las especias –de Sanlúcar zarparon 239 pero durante el viaje se fueron sumando unos cuantos más hasta rozar los 250– sólo regresaron a España 89: los 18 tripulantes de la nao Victoria, los 12 que fueron liberados de Cabo Verde, los cuatro supervivientes de la Trinidad y los 55 que iban a bordo de la nao San Antonio y que tras desertar en medio del Estrecho de Magallanes volverían a Sevilla en mayo de 1521. Por cierto, el cabecilla de aquella sublevación a bordo, Esteban Gómez, fue juzgado al regresar a España, encarcelado y puesto en libertad tras la llegada de Elcano. Con los años sería el comandante del primer barco europeo que navegó por el río Hudson, pasando por lo que hoy es Nueva York.
Todos los supervivientes de la flota, excepto los sublevados de la San Antonio, recibieron una compensación económica por los servicios prestados a la Corona. El primero en cobrar fue Antonio Pigafetta, quien tras entregar a Carlos I su crónica del viaje rápidamente se fue de España para hacer lo propio con los monarcas de Portugal y Francia y con el recién elegido papa Clemente VII.
La mayor compensación se la reservó el rey a Juan Sebastián de Elcano, a quien le concedió una renta anual de 500 ducados. También le otorgó un escudo que incluía una esfera del mundo y el lema Primus circumdedistime (Fuiste el primero que me rodeaste). Sin embargo, Elcano casi no pudo disfrutar de estos privilegios porque la mar volvió a llamarle. Así, en julio de 1525 se embarcaba en la segunda expedición a las Molucas que zarpó de La Coruña al mando de García Jofre de Loaísa. Pero no volvería a ver la Especiería porque falleció en agosto de 1526 en medio del Pacífico. Una versión dice que murió de escorbuto y otra que lo hizo por ciguatera, es decir, por la intoxicación producida al comer un pescado que se alimenta en los arrecifes de coral.
La causa de este fallecimiento es un misterio, al igual que el paradero de la Victoria. Unos dicen que aquella nave tan emblemática se quedó en las Atarazanas de Sevilla para ser contemplada por todos; otros apuntan que fue trasladada por orden de Carlos I al puerto de Sanlúcar; y la versión que más ha perdurado es la que indica que tras ser reparada volvió a la mar para realizar dos viajes hasta la isla de la Española, en Santo Domingo, y que al regreso del segundo se hundió en algún lugar del Atlántico.
De ser así, tanto la nao Victoria como Elcano unirían sus destinos y reposarían para siempre en las profundidades de dos océanos por los que hace ahora 500 años se gestó una de las mayores hazañas navales de la historia.
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