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Diario de una gran hazaña | Capítulo 64 (8 de diciembre de 1521)
Todo estaba preparado. La costa de Tidore era una fiesta, con toda la población nativa luciendo sus mejores galas para despedir a la flota española. Hasta habían llegado indígenas de otras islas cercanas en piraguas para decir adiós a unos visitantes europeas que habían llegado aquí hace exactamente un mes para comprar el máximo posible de especias y con quienes el trato y la convivencia ha sido exquisito. El rey de Tidore, Al Mansur, se había despedido emocionado de los comandantes de las dos naves españolas tras un cruce previo de regalos... pero el gozo cayó en un profundo pozo.
Todo fue muy rápido e inesperado. La Victoria fue la primera de las naos en zarpar del puerto de Tidore, la ciudad más importante de las islas Molucas. Ha sido hoy, 8 de diciembre de 1521, festividad de la Inmaculada Concepción. Tras soltar amarras al mediodía, para aprovechar la pleamar, la nave se fue alejando de la costa muy despacio con el fin de sortear la peligrosa barra de arrecife que hay a la entrada de la rada. Cuando lo logró se detuvo a la espera de que la Trinidad hiciera lo propio... pero no pudo ser. Al empezar a soltar cabos, la nao capitana empezó escorarse de manera alarmante al lado contrario al del amarre en el pantalán. Algo no iba bien. Rápidamente se ordenó que se cortaran con cuchillos todos los cables de amarre, para intentar estabilizar la nave, pero la escora continuaba. Viendo la gravedad de la situación, Juan Sebastián Elcano, el comandante de la Victoria, dispuso rápidamente que su nave volviera a puerto para auxiliar a la Trinidad.
Tras abarloarse a ella se inició el trasvase de la carga (especias pero también víveres, animales vivos y decenas de toneles de agua potable) a la Victoria con objeto de aligerar el peso de la otra nave, donde la tripulación no daba abasto achicando agua. Y mientras se afianzaba la Trinidad al pantalán, para evitar que se fuera a pique, en paralelo comenzó la investigación para ver qué era lo que estaba sucediendo, una labor en la que intervinieron incluso buzos de Tidore que cumplían así las órdenes de Al Mansur.
La conclusión fue demoledora. La nave no sólo tenía varias vías de agua sino también la quilla partida y un considerable boquete en el casco producto posiblemente del incremento del peso que había sufrido al introducir tanta mercancía a la vez.
Tras varias consultas con Elcano y con los escasos miembros de la tripulación que algo saben de reparación naval, el comandante de la Trinidad, Gonzalo Gómez de Espinosa, decretó que, a la vista de la situación, era imposible que la nao capitana zarpara y mucho menos para afrontar un viaje que ya se sabe que será largo y complicado. Así que no queda otra que varar la nave en dique seco, vaciarla de agua y calafatear la madera, una tarea que, seguro, durará varios meses, sobre todo porque la expedición carece del material necesario para afrontar una reparación de esta índole y porque en las Molucas no hay carpinteros de ribera expertos en construcción naval.
Y la otra medida que se ha tenido que adoptar con toda rapidez ha sido la de levantar un almacén junto al puerto para introducir allí la parte de la carga que estaba en la Trinidad y que no ha tenido cabida en la Victoria, que está ya a reventar de especias y víveres.
Los comandantes de la flota tienen ahora que decidir qué hacen, si aguardan todos en Tidore a que se repare la Trinidad o si se separan y la Victoria zarpa ya con rumbo a España. Ninguna de las dos soluciones gusta, sobre todo si, como se rumorea, está a punto de llegar a las Molucas una expedición portuguesa a la que no podrían enfrentarse al no estar en igualdad de condiciones. Pero la decisión final no puede demorarse muchos días.
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