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No era lo que tenía pensado, porque su idea inicial era que, después de tantas penurias sufridas en los últimos tres meses, la expedición descansara más tiempo en la isla descubierta hace apenas tres días. Pero al final las cosas no han salido como estaban previstas y Fernando de Magallanes ha preferido no arriesgar y ha ordenado hoy, 9 de marzo de 1521, que sus tres naos vuelvan a zarpar de manera inmediata y reemprendan el viaje hacia las Molucas.
Un segundo encontronazo con los nativos de la que han bautizado como la isla de los Ladrones ha sido el detonante de esta huida precipitada. El primer choque tuvo lugar el mismo día de la llegada, el 6 de marzo, cuando al poco de fondear los españoles vieron cómo hasta ellos llegaban muchas canoas llenas de indígenas que les ofrecieron frutas y verduras frescas pero que, a cambio, se llevaban todo lo que encontraban a bordo. Sólo unos disparos de arcabuces hicieron que los indios huyeran y se pusiera fin a la reyerta.
Tras ese inesperado recibimiento, Magallanes optó por la prudencia y ordenó que nadie desembarcara y que se multiplicara la vigilancia, mientras los 160 hombres que conforman la expedición devoraban toda la comida donada.
Su idea era que a la mañana siguiente un destacamento fuera a tierra para hacer un aprovisionamiento de víveres, pero de nuevo los indígenas volvieron a sorprenderle. Y es que al poco de amanecer, de nuevo las piraguas de los nativos –con un máximo de cuatro tripulantes y que alcanzan una velocidad insólita gracias a sus velas triangulares– volvieron a rodear a las tres naos supervivientes de esta flota de las Especias.
En esta segunda ocasión parece que los indios llegaban con la lección aprendida. De nuevo portaban más canastos con alimentos frescos que regalaban a los españoles pero en esta ocasión intentaban negociar para intentar llevarse aquellos utensilios de la flota que les despertaban interés. Este mercado inesperado se realizó en buena sintonía e incluso se pudo establecer cierto diálogo con los nativos, que explicaron a su modo que jamás habían visto a un europeo, que llamaban a su tierra Guaján, que sabían que a pocas jornadas había islas de mayores dimensiones navegando hacia el oeste y que en su tribu ni tenían jefes, ni conocían el sentido de la propiedad.
La jornada transcurrió en un claro ambiente festivo hasta que pasadas una horas los españoles descubrieron que, a escondidas, los nativos se habían apoderado de una de las barcazas auxiliares que llevaba la nao Trinidad. Ahí Magallanes explotó. Sin la Santiago –hundida en la Patagonia– y sin la San Antonio –que sigue navegando con rumbo a España tras desertar a principios de noviembre– el máximo responsable de la flota de las Especias sabía que no podía permitirse perder más elemento esenciales para la navegación. Por eso ordenó a sus hombres que se prepararan para un contraataque inmediato.
Y ello ocurrió a la jornada siguiente. Varias decenas de marineros españoles desembarcaron en la isla de los Ladrones encontrándose una oposición muy pobre por parte de los nativos, que portaban unas lanzas muy rudimentarias. En este contraataque hubo algunos disparos que hirieron a algunos indios y, como represalia, se ordenó prender fuego a algunas chozas del poblado. Y en paralelo los expedicionarios recuperaron la barcaza y se hicieron con algo más de provisiones.
Una vez que regresaron a bordo, Magallanes entendió que era mejor no arriesgar y por ello ordenó zarpar de inmediato poniendo rumbo oeste y suroeste en busca de las tierras anticipadas por los pobladores de esta isla de los Ladrones. Él sabe que la flota necesita descansar y reponer fuerzas en tierra porque, aunque con la comida recibida algunos de los enfermos por escorbuto han empezado a mejorar, también es cierto que hay hombres en situación desesperada. Hoy, por ejemplo, ha fallecido otro marinero, un lombardero de la Trinidad, nada más zarpar.
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