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Del todo a la nada en apenas un año. Hace ahora 12 meses, el 20 de septiembre de 1519, cinco naves comandadas por Fernando de Magallanes zarpaban con todos los honores de Sanlúcar de Barrameda con la intención de llegar a las Molucas, la meca de las especias, navegando siempre hacia Occidente. Pero hoy, cuando el calendario ha dado ya una vuelta entera, esa expedición está confinada al sur del continente americano y aparece claramente menguada tanto en embarcaciones (ya se ha hundido una de esas cinco naos, la Santiago), como en efectivos (las bajas rozan la veintena entre accidentes, muertes por enfermedad, ejecuciones y destierros) y también en ilusión, porque nada se sabe de ese tan cacareado paso marítimo al otro océano que en teoría debe conducir hasta la Especiería y que, en opinión de muchos de los expedicionarios, sólo existe en la mente de Magallanes.
Desde Puerto Santa Cruz, al sur de la Patagonia, el almirante portugués mira las aguas encrespadas del Océano Atlántico y llega a la conclusión de que, evidentemente, no ha sido un año fácil. Todo lo contrario. Porque antes de zarpar de Sanlúcar con el patrocinio del rey Carlos I, posiblemente Magallanes ya sabía que su liderazgo iba a ser puesto en entredicho por el resto de los capitanes españoles que había en la expedición. Pero ni en la más terrible de sus pesadillas podría pensar que esos recelos iban a surgir tan pronto, prácticamente desde que la flota hizo su primera parada de una semana en las islas Canarias con objeto de terminar de abastecerse.
El rumbo seguido y, sobre todo, su negativa a comunicar sus planteamientos y sus decisiones al resto de los capitanes españoles originó unos recelos que se hicieron patentes durante los meses de navegación por el Océano Atlántico y que alcanzaron su punto álgido el 1 de abril, Domingo de Ramos, cuando estalló un motín que Magallanes logró sofocar no sin derramamiento de sangre.
El último capítulo hasta la fecha de estas diferencias se vivió a finales de agosto cuando, al zarpar de Puerto San Julián tras cinco meses de invernada, Magallanes ordenó que el veedor real de la expedición, Juan de Cartagena, principal impulsor de estas revueltas, fuera abandonado a su suerte en ese enclave de la Patagonia, una decisión sobre la que el propio marino portugués sabe que tendrá que dar muchas explicaciones en la Corte española cuando regrese.
Sin saber aún si estas rencillas dentro de la expedición han sido ya disipadas del todo, el capitán general de esta expedición tiene claro que ni por asomo se plantea por ahora regresar a España. Para él la búsqueda del paso marítimo al otro océano –llamado Mar del Sur y por el que no ha navegado aún ningún europeo– es un reto innegociable que volverá a perseguir en cuento el tiempo mejore. Y que Magallanes mantenga esta cabezonería es algo llamativo por cuanto sólo acumula fracasos desde que la flota avistara la costa de Brasil en diciembre pasado. El mayor de esos reveses se produjo sin duda en el Río de la Plata, donde, pese a buscar ese paso con denuedo, el marino portugués tuvo que comprobar que ninguno de los ríos que allí desembocan son navegables.
Y en esta larga estela de fracasos, motines, destierros y reveses que ha dejado la flota, hay que sumar además un reguero de bajas que en este primer año se eleva ya hasta 18 personas, entre fallecimientos, ejecuciones sumarísimas y destierros. El último muerto ha sido un marinero italiano enrolado en la nao San Antonio y que el pasado día 16 de este mes fallecía a causa de una enfermedad. Con esta nueva víctima mortal, la expedición de Magallanes queda compuesta ya por menos de 230 marineros que quedan repartidos entre las cuatro naves supervivientes.
Cuando zarpó de Sanlúcar hace 12 meses, Magallanes creía que en menos de dos años estaría de regreso en España con sus cinco naves cargadas de especias hasta arriba. Esos eran al menos sus cálculos. Pero transcurrido la mitad de ese tiempo la realidad es muy distinta ya que se encuentra en tierra de nadie tras un año entero chocándose contra un muro.
Para que las tornas cambien lo prioritario es que mejore el tiempo y la flota pueda volver a navegar. Pero toca seguir esperando.
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