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Cuando la Flota de las Especias logró encontrar la salida de ese laberinto que era el Estrecho de Magallanes para desembocar en el Pacífico el pasado 27 de noviembre, nadie, ni el más pesimista de sus marineros, se podía imaginar la inmensidad y la monotonía de este océano. Y es que las tres naos supervivientes cumplen ahora 70 días de navegación por estas aguas jamás surcadas antes por un europeo y el panorama es totalmente desalentador: ya casi sin víveres, con un hambre atroz, el poco agua potable que queda en los barriles cada vez más putrefacto, con el escorbuto debilitando a pasos agigantados a la tripulación e incluso llevando a la muerte a más de un marinero y, para más inri, sin un trozo de tierra donde fondear. Así es desde hace ya más de dos meses el día a día de esta expedición de la Armada española que, pese a tantos reveses, insiste en encontrar las Molucas (también conocida como la Especiería o la Isla de las Especias) navegando siempre hacia occidente.
Los últimos acontecimientos vividos por la flota de Magallanes vienen a corroborar además que esta expedición está teniendo mucha mala suerte. Demasiada quizás. Porque no es normal toparse con dos atolones en mitad del Pacífico y que no hayan podido desembarcar en ninguno de ellos.
El primero de estos islotes fue avistado el pasado 24 de enero. Se trataba de una isleta con arboleda y claramente deshabitada, pero no pudieron desembarcar porque no encontraron fondo donde anclar las naos. A esta isla le han puesto el nombre de San Pablo, ya que la festividad del santoral de ese día está dedicada a la conversión del santo de Tarso.
Pero como los disgustos nunca vienen solos, la tripulación de Magallanes se ha llevado hoy, 4 de febrero de 1521, una decepción similar. En este caso han encontrado un atolón un poco más extenso, igualmente deshabitado, pero en el que tampoco han podido desembarcar por la presencia de centenares de tiburones que suponían un peligro evidente para aquel que osara descender de alguna de las naos.
Al menos el descubrimiento de esta isla de Los Tiburones, como la han denominado, ha permitido pescar algunos de estos escualos y llevarse un trozo de pescado fresco a la boca, un pequeño bocado que, sin embargo, para la tripulación ha supuesto todo un manjar ante la ausencia de alimentos que vienen sufriendo desde hace muchas semanas.
Hay que tener en cuenta que en estos 70 días las la flota no ha tocado tierra y, por lo tanto, no se ha podido introducir alimentos frescos en las bodegas de las tres naos. Es por ello que no son pocos los miembros de la expedición que consideran que Magallanes se equivocó al no hacer alguna parada en tierra en las primeras semanas por el Pacífico, cuando la expedición navegaba con rumbo norte y en paralelo a la costa de Chile.
Pero eso ya no tiene arreglo, como tampoco lo tiene la influencia del escorbuto, una enfermedad que surge precisamente cuando se ingiere alimentos que están en mal estado de conservación. Este mal sigue debilitando a la tripulación y sigue cobrándose vidas humanas. La última se produjo en los últimos días de enero, cuando hubo que arrojar por la borda, con todos los honores y previa oración religiosa, el cadáver de un marinero italiano de la Victoria que falleció por esta enfermedad.
De momento son ya seis las bajas que ha sumado la expedición de Magallanes desde que desembocó en el Pacífico y 84 desde que las naos zarparon de Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519. En este último cómputo se incluye lógicamente los 60 hombres que desertaron a bordo de la San Antonio y que desde hace tres meses vienen surcando el Atlántico de vuelta a España.
Por el contrario, y pese a tantas penurias, un viento constante siempre a favor está permitiendo que la Trinidad, la Victoria y la Concepción continúen navegando a buen ritmo y con rumbo noroeste. De hecho, ya se encuentran a la altura del paralelo 15 sur, es decir, cada vez más cerca de la línea del ecuador, donde se sabe que están las Molucas.
Este último dato es lo único positivo a lo que se puede aferrar ahora mismo una tripulación que está siendo devorada por un hambre atroz y que no ve el momento de poder poner pie a tierra de una vez.
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