Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Diario de una gran hazaña | Capítulo 48 (27 de abril de 1521)
Huérfana y desorientada. Así se ha quedado la expedición española de la flota de las Especias después de que en la mañana de hoy, 27 de abril de 1521, se haya confirmado el fallecimiento en combate de su capitán general, el almirante portugués Fernando de Magallanes. El trágico desenlace se ha producido en la isla filipina de Mactán y en el mismo han fallecido otros seis marineros españoles y dos más han quedado heridos de gravedad, tanto que se teme seriamente por sus vidas.
Conmocionados por la pérdida de su líder los españoles tendrán que elegir ahora a un nuevo comandante general y además tendrán que decidir si siguen adelante con la misión de llegar a las Molucas para llenar de especias las bodegas de sus tres naves o si regresan ya a España desandando el camino realizado hasta la fecha, esto es, atravesando de nuevo el temido Pacífico y llegando al Atlántico cruzando el enrevesado Estrecho de Magallanes pero ahora desde el oeste.
Estas decisiones las tendrá que tomar la oficialidad de la expedición. Pero ello será en los próximos días durante su estancia provisional en Cebú porque hoy demasiado tienen los españoles con intentar encajar la inesperada derrota sufrida en Mactán.
Inesperada y en cierto modo humillante derrota, porque cada vez está más claro que el origen del revés sufrido en la isla de Mactán ha estado en un exceso de confianza por parte de Magallanes que al final ha terminado siendo fatal. Cuando hace pocos días el almirante portugués ordenó a medio centenar de sus hombres que fueran preparando su armamento para una invasión inminente a Mactán, nadie le entendió. Hasta sus oficiales más cercanos le advirtieron de los riesgos, haciéndole ver que se iba a involucrar en una guerra que no era la suya. Pero Magallanes, ciego de soberbia, siguió adelante con sus planes para someter a Lapu-Lapu, el jefe de los indígenas de Mactán que lleva tiempo invadiendo Cebú y robando a su antojo todas sus riquezas. Con esta incursión que preveía exenta de dificultad, Magallanes quería tener un gesto con el rajah de Cebú, que le ha venido tratando a cuerpo de rey y con quien ha entablado una estrecha amistad.
Las tres naos españolas –la Trinidad, la Victoria y la Concepción– han zarpado de Cebú de madrugada, con objeto de pillar por sorpresa a Lapu-Lapu y a los suyos, ya que la distancia con Mactán es de apenas unas horas de navegación. A bordo de la Trinidad viajaba el rey de Cebú junto a una representación de sus guerreros, aunque Magallanes les dejó muy claro antes de zarpar que no participarían en la batalla. Su único interés al llevarlos consigo es para que vieran desde primera fila el poderío militar de la expedición española que comanda.
Pero nada más llegar a Mactán antes del alba surgió el primer contratiempo. Una costa rocosa y con corales ha impedido que las tres naos españolas se pudieran acercar más a tierra. Y los cañonazos que se iban disparando demostraban su ineficacia debido precisamente a la lejanía en la que se encontraban. Por ello Magallanes ordenó que desde cada una de las naos españolas se dispusiera un bote con entre 15 y 20 hombres cada uno para llegar así hasta la playa. Y al frente de todos ellos, el propio capitán general de esta flota de las Especias, que parecía ansioso por ponerse de nuevo su armadura y esgrimir un arma.
Fue al estar cerca de tierra cuando Magallanes se dio cuenta por primera vez de la magnitud del rival al que estaba a punto de enfrentarse. Porque cuando los españoles ya habían descendido de los botes y caminaban hacia la arena con el agua por los muslos, de la nada aparecieron más de un millar de indígenas que, a gritos y como si de una estampida se tratara, se avalanzaron sobre Magallanes y su escaso medio centenar de efectivos. La clarísima superioridad numérica de las huestes de Lapu-Lapu hacía ineficaz la acción de los lentos arcabuces que portaban los españoles, que tenían que hacer frente a una lluvia descomunal de flechas, lanzas, jabalinas y piedras.
Más de mil nativos contra medio centenar de españoles hacía que las cosas pintaran muy mal. Iban cayendo muertos o heridos de uno y de otro bando, hasta que Lapu-Lapu vio a las claras quién era el jefe de la expedición invasora, algo que detectó por las órdenes continuas que iba dando a sus hombres aquel militar con armadura.
Fue ahí cuando Lapu-Lapu ordenó descargar buena parte de su ataque sobre Magallanes, al que hirieron primero en la frente, luego en un brazo y posteriormente en una pierna. Por aquel entonces el capitán general de la expedición española ya había ordenado a sus hombres que iniciaran la retirada hacia los botes y hacia las tres naves fondeadas.
Y si fue su soberbia quien llevó a Magallanes a esta encerrona, también es verdad que fue su valentía quien permitió a muchos de sus hombres salvar su vida mientras él servía de escudo humano para cubrir así la retirada de su tropa.
Ya a salvo a bordo de las naves los españoles veían cómo su líder era rodeado por un grupo muy numeroso de indígenas que acabó con su vida sin mucha dificultad. Antonio Pigafetta, cronista oficial de la expedición, ha escrito ya en su diario que Fernando de Magallanes “se volvió varias veces para comprobar que estábamos todos a salvo en los barcos”.
Fernando de Magallanes ha muerto hoy en Mactán a sus 41 años. Y el fin le ha llegado precisamente cuando sabía que estaba rozando con sus dedos la llegada a las Molucas y, por lo tanto, el objetivo que le planteó al rey de España, Carlos I, a quien convenció de que era posible llegar a la Especiería navegando siempre hacia Occidente. El descubrimiento del paso interoceánico que conecta por mar el Atlántico y el Pacífico ha sido su gran aportación a la historia de la humanidad, de ahí que ese paso se conozca ya como el Estrecho de Magallanes.
Con una tripulación ahora de 144 hombres –aunque entre ellos están los dos heridos de gravedad– la expedición española se apresta a elegir a un nuevo capitán general –suenan los nombres de Duarte Barbosa y de Juan Rodríguez Serrano– y a decidir si ponen rumbo hacia las Molucas o hacia España. Al menos tienen la tranquilidad de que están en Cebú, donde llegaron hace ahora 20 días y donde los nativos les están tratando de maravilla.
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