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Cuando hace tres años y medio, en las famosas capitulaciones de Valladolid de marzo de 1518, la Corona española autorizó costear la expedición española a las Molucas, el capitán general de esa flota, Fernando de Magallanes, le dijo al emperador Carlos que, según sus cálculos, tardaría unos dos años en llegar a la Especiería navegando siempre hacia occidente, cargar las bodegas de las cinco naos de ese material tan preciado y regresar a España. Hoy, cuando se cumplen dos años exactos desde la partida de Sanlúcar de Barrameda, está clarísimo que el marino portugués se equivocó, y por mucho además.
Hoy, 20 de septiembre de 1521, el panorama es radicalmente opuesto al que pudo imaginarse Magallanes. Igual pensó que la aventura era complicada, que incluso podía llegar a ser peligrosa en algunos momentos, pero la verdad es que lo que ha vivido y lo que está viviendo aún este grupo de españoles es lo más parecido a un calvario. Ataques, muertes, deserciones, motines, naufragios, hambre, frío, enfermedades y demás disgustos han venido a jalonar un viaje que, y esto quizás sea lo peor de todo, ni siquiera ha alcanzado aún su objetivo principal. Porque la expedición no ha llegado todavía las Molucas, aunque todo el mundo sabe que la meca de las especias no debe estar muy lejos de donde se encuentran ahora, en una isla situada al noroeste de Borneo donde se está ultimando la reparación de las dos naves supervivientes.
Sí, sólo dos naves. Esta es una de las grandes diferencias que ha vivido la flota en estos dos años de aventura. Por detrás quedó el naufragio de la Santiago en la costa patagónicaSantiago, la deserción de la San Antonio, que abandonó en diciembre pasado de manera traidora el Estrecho de Magallanes para poner rumbo a España, y el fin de la Concepción, una nave que tuvo que ser destrozada por los españoles tras su huida precipitada de Cebú ya que, debido a la pérdida paulatina de efectivos, no contaban con las mínimas manos necesarias para hacer navegar tres embarcaciones a la vez.
Pero si han dicho adiós a tres de las cinco naos con las que zarparon de Sanlúcar, qué decir de la pérdida de efectivos. En cifras redondas se podría decir que esta flota de las especias llegó a rondar cerca de 250 hombres, tras las incorporaciones que fueron acumulando en diferentes puertos por los que pasaron. Pues bien, dos años después apenas quedan 109. Las muchas bajas han sido por deserciones –sobre todo los que iban a bordo de la San Antonio– por muertes ocasionadas por enfermedades –el invierno austral primero y el escorbuto después hicieron estragos– y de manera especial por los ataques vividos en Mactán, en Cebú o últimamente en Brunéi. Y entre las bajas habidas, la más significativa ha sido sin duda la del propio Magallanes, que perdió la vida a manos de las huestes de Lapu-Lapu en un exceso de confianza al intentar desembarcar en la isla de Mactán.
El balance de estos dos años de aventura es ciertamente penoso. Eso no hay nadie que lo dude. Y es que los reveses acumulados han sido tantos y tan dolorosos que han dejado en un lugar bastante secundario los logros conseguidos, que han sido pocos pero muy llamativos.
El principal hallazgo ha sido el descubrimiento del paso interoceánico, ese que Magallanes creyó erróneamente que estaba en el Río de la Plata pero que, gracias a su empecinamiento, descubrió meses después muchas millas más al sur del continente americano. Que ese Estrecho reciba ya el nombre de Magallanes hace justicia a tal proeza.
Un segundo logro fue descubrir la gran extensión de agua que hasta ahora era conocida por el nombre de Mar del Sur y al que los españoles han bautizado como Océano Pacífico. También en este punto habían errado todos los cálculos porque este océano es mucho más grande de lo que aseguraban los científicos, algo que, de paso, ha venido a constatar que el diámetro del planeta es también mucho mayor. Los españoles han sido los primeros europeos que han logrado llegar al continente asiático navegando siempre hacia el Occidente, una misión que ha sido titánica por la falta de comida y de agua potable.
Esta hazaña deja a la flota de las Molucas muy cerca de corroborar algo que ya saben: que la Tierra es redonda, algo que sólo podrán certificar cuando lleguen a la Especiería, una isla hasta la que, a fecha de hoy, sólo se ha podido llegar por la llamada ruta portuguesa, es decir, la que, partiendo del Océano Atlántico, rodea el sur de África para enfilar luego el Índico.
En estos dos años de navegación se ha producido una cosa curiosa y es que, a pesar de todos los reveses vividos, los españoles han salvado el que, sin duda, era su principal temor antes de echarse a la mar. Y es que hasta ahora no se han topado con ninguna embarcación de la Armada portuguesa, la otra potencia mundial que cree tener el monopolio de la ruta a la Especiería.
Hace ahora un año, cuando se cumplían los primeros 12 meses de la partida, Fernando de Magallanes contaba las horas para poner fin a su confinamiento obligatorio en la Patagonia y seguir buscando el paso interoceánico. Hoy, otro 20 septiembre después, el triunvirato que acaba de asumir el mando de, compuesto por Martín Méndez, Gonzalo Gómez de Espinosa y Juan Sebastián Elcano, se encuentra en una situación similar. Están deseando que le comuniquen que ya han sido reparados los daños en el casco de la Trinidad y en la Victoria para poner rumbo fijo a las Molucas.
Los tres tienen ahora una sola cosa en mente: llegar a la Especiería, cargar las naves y regresar a España por el camino más corto. Y si es sin más sobresaltos, pues mucho mejor.
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