Magallanes se venga y ordena el destierro de Juan de Cartagena

Diario de una gran hazaña | Capítulo 24 (11 de agosto de 1520)

El capitán general de la flota de las especias ordena dejar en tierra, sin víveres y abandonado a su suerte, al veedor del rey como principal instigador del motín contra él

Tampoco embarcará un clérigo por decirle a Magallanes que arderá en el infierno

Las cuatro naos empiezan a prepararse para volver a la mar en cuestión de pocos días

Juan de Cartagena, con sus pies en un cepo, es hecho preso en presencia de Fernando de Magallanes.
Juan de Cartagena (sentado en el suelo, abajo a la izquierda) es hecho preso en presencia de Fernando de Magallanes. / Grabado De L. Bennett

Hoy, 11 de agosto de 1520, el capitán general de la flota de las especias, Fernando de Magallanes, ha tomado dos decisiones muy transcendentales. La primera ha sido ordenar a la marinería que empiece a abarloar los palos de las cuatro naves supervivientes de la expedición, con vistas a echarse a la mar en pocos días tras cuatro meses y medio en tierra por culpa de la pésima meteorología. Y su segunda decisión ha sido muy impactante: ordenar el destierro de Juan de Cartagena, veedor del rey y a quien el almirante portugués considera el principal impulsor del motín contra él vivido el pasado 1 de abril y que logró ser sofocado aunque no sin derramamiento de sangre.

Desde esa fecha Cartagena se encuentra preso en el acuartelamiento improvisado levantado en esta bahía de la Patagonia, en Puerto Santa Cruz. Y Magallanes ha ordenado que cuando la flota zarpe, algo que espera que pueda tener lugar antes de que acabe agosto, Juan de Cartagena se quede en tierra, sin víveres y abandonado a su suerte. Junto a él tampoco embarcará uno de los tres clérigos que hay en la expedición, Pedro Sánchez Reina, por decirle a Magallanes, en una de tantas discusiones: “Arderás en el fuego del infierno”.

Con esta drástica decisión el capitán general de la flota cree que sofoca cualquier nuevo intento de amotinamiento y, de paso, evita condenar a muerte a un miembro de la Iglesia y a un grande de España, decisiones ambas que sin duda no habrían gustado al rey Carlos I.

La relación entre Magallanes y Juan de Cartagena ha sido pésima desde el mismo momento en que se conoció que el marino burgalés, al que muchos consideran hijo ilegítimo del obispo Fonseca, actual presidente del Consejo de Indias, se convirtiera en el número dos de la expedición. En concreto, el rey lo nombró su veedor en la expedición, es decir, el supervisor general de la flota, aunque muchos vieron la medida como un contrapeso ideado para reducir así la autoridad de un capitán general que, no hay que olvidar, es de Portugal, un país enemigo de España.

Pero, bien por desconfianza o bien por soberbia, Magallanes siempre ninguneó a Juan de Cartagena, tanto que le hizo preso a las primeras de cambio, en plena travesía atlántica en busca de la costa de Brasil. Cartagena le hizo ver en numerosas ocasiones al almirante luso que la autoridad debía ser compartida pero Magallanes jamás le hizo caso. Y el motín del 1 de abril terminó siendo la sentencia para un militar español que ya sabe que en breve quedará abandonado a su suerte.

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