Benidorm Fest, razones que entiende solo el corazón
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‘Esa diva', de Melody, supone una elección efectiva aunque bastante conservadora de cara a impresionar en el próximo festival de Eurovisión
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Confieso que no soy nada ducho en artes adivinatorias ni presumo de capacidades videntes. Se me escapan absolutamente los resortes que estimulan el triunfo o fracaso en juegos de azar, apuestas y competiciones de todo pelaje. Alcanzo, no obstante, a hilvanar ciertos retales explicativos –tampoco es algo meritorio– que, sin necesidad de recurrir a ningún tipo de ocultismo, florecen en el comportamiento humano cuando las bajas pasiones se apoderan de la memoria, la experiencia y el sentido común, si es que a semejante concepto pueden aplicársele las cuestiones propias del sentimiento. Y el eurofanatismo lo es, sin duda.
Fueron la piel, las vísceras removidas por una nostalgia tan presente como efectiva en nuestros tiempos de inmediato consumo, o esa costumbre tan hispánica de redimir al ultrajado aunque, en alguna ocasión, hayamos participado en su escarnio público, las que llevaron a la cantante Melody a levantar el micrófono de bronce en la final del Benidorm Fest 2025.
Razones varias impulsadas por un mismo músculo, el corazón, el que mueve el mundo y bombea los recuerdos al ritmo que queramos imprimirle. El de los eurofanes latía a mil por hora en el recuento de votos que encumbraron a la artista 16 años después de su primera intentona eurovisiva con Amante de luna. Entonces como ahora, Melody sigue anclada en el mismo sitio y con el mismo mensaje, manido a la par que contundente: soy así y así seguiré, nunca cambiaré. Si le funciona, ¿por qué desistir?
Y aunque la transformación estilística y vocal desde que se diera a conocer con apenas diez años al ritmo de El Baile del Gorila es diáfana, ha sido curiosamente esa persistente e inmovilista filosofía la que ha llevado a la de Dos Hermanas a convertirse, sin renunciar a su esencia artística, en la próxima representante española en el festival de Eurovisión, que se celebrará del 13 al 17 de mayo en Basilea (Suiza). Su tesón y olfato para vislumbrar qué le conviene en cada ocasión no tienen rival.
El fruto nacido de su apuesta a lo seguro se titula Esa diva, un producto bailable, petardo, efectista y efectivo, hecho y empaquetado para regalarle el oído a un determinado tipo de público que, con insistencia y adoración, lo terminará colocando en el radar de la audiencia más generalista. Se trata de un tema adornado de exceso para el directo –hay mucho que pulir antes del acabado final dentro de cuatro meses, ya que menos es más– y perfectamente ejecutado por una artista que si de algo puede presumir es de sacarle brillo a la piedra más horadada.
Llevamos, decía, conviviendo con su presencia y talento desde hace casi un cuarto de siglo, precisamente la época de la que parece salida esta propuesta. Un detalle en apariencia nimio si se hubiera planteado un ejercicio de revival con cabeza. Sin embargo, vencieron las entrañas y esto puede pesar en el siempre incierto ecosistema de Eurovisión. El resultado musical, lamentablemente, es demasiado conservador. Ni deja sitio para la sorpresa ni está a la altura de las virtudes de su intérprete.
Así que no hace falta jugar a pitoniso ocasional para presumir el motivo verdadero de esta eurovisiva elección, que ya enseñó la patita en la aclamación popular –y sin sentido– de Sonia y Selena como finalistas. Una vez más un producto aupado por la nostalgia, ese patrón sentimental y sacacuartos que nos hace ser conscientes del letal paso del tiempo y estrangula el bolsillo a los que ya hemos pasado los 40.
La heroica misión del eurofán consistía, por consiguiente, en vengar una deuda histórica con el recuerdo de una profesional que, a pesar de las adversidades, no se rinde hasta conseguir su propósito, arropada por un público que nunca, nunca la va a soltar, ni en la más arriesgada de las piruetas. Hay que ser más que trapecista para dominar la expectación generada por su simple nombre y Melodía Ruiz Gutiérrez, Melody, es de las que se tiran sin red, a sabiendas de que si tropieza, volverá a levantarse y seguir como hasta ahora, dedicada al oficio de su arte, dándole a su público lo que le demanda, más allá de modas, tendencias y virajes sonoros, de etiquetas y pronósticos.
Eurovisión esquiva cualquier vaticinio; es puro y simple azar concentrado en tres minutos. ¿Qué pasará, qué misterio habrá? Podría ser la gran noche de Melody. Si no, continuará su senda indómita, firme, siendo Esa diva.
Benidorm Fest, criterio y reflexión
Tras el clímax logrado en sus tres primera ediciones, Benidorm Fest entra en etapa de reflexión. Debería repensarse como marca, como evento de masas, semialejado del ruido eurofanático que, en sus niveles más perjudiciales de toxicidad, ha empujado a la cúspide a la opción más previsible posible.
Con buenos datos de audiencia e instalada ya en el debate colectivo patrio, la cita festivalera camina para los próximos años sobre el fino equilibrio que separa la razón, el buen criterio, del corazón, de la pasión propia de una competición que conjuga a la perfección la música, el espectáculo y la generación de un ecosistema propio del que conviene, a veces, salir para respirar nuevos aires. Abrir la ventana y ventilar automatismos y dinámicas perniciosas se antoja fundamental.
El objetivo es ganar Eurovisión y la llave maestra encaja en una gran canción, la canción. Los diferentes jurados de Benidorm Fest han hecho gala de tino, criterio y proyección en esta empresa. Hicieron bien en no dejarse engatusar por cantos de sirena que los atraían irremediablemente al abismo de la mediocridad. Así, apostaron en 2022 por Chanel frente a hostilidades que aún, a día de hoy, siguen dando qué pensar. En 2023 con Blanca Paloma y en 2024 con Nebulossa –empatados con St. Pedro, otro certero pálpito– demostraron que, a pesar de los malos resultados logrados, el camino ya estaba pavimentándose. Ahora le toca al comité de expertos que selecciona las candidaturas no errar el tiro en la diana.
Ojalá este impasse protagonizado por Melody sirva al Benidorm Fest para reflexionar sobre su cometido, para no poner el piloto automático –algo que parece controlado, de ahí la apuesta del jurado por J Kbello este año– y seguir buscando el producto perfecto. Antes que nombres o cuotas, la organización necesita priorizar la diversidad, calidad y un mensaje, el de vamos con todo a por todas. Solo así se acierta.
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