Un sol radiant | Crítica

Verano de 2023

Laila Artigas en una imagen de 'Un sol radiant'.

Laila Artigas en una imagen de 'Un sol radiant'.

Empezamos a perder la cuenta de las películas de debut dirigidas por jóvenes cineastas que se han hecho en los últimos años en el cine español en torno al verano rural, la casa familiar, la mirada adolescente, el descubrimiento del mundo (adulto) y la gestión de los traumas. Es la fórmula segura y barata de un nuevo cine independiente salido de las facultades y escuelas de cine, los talleres y laboratorios de desarrollo de proyectos y guiones y los festivales de joven cine de autor que las sancionan como nueva marca de un cierto estatus generacional.

Dirigida y escrita por Mónica Cambra y Adriana Fortuny, Un sol radiant vuelve a reunir todos esos asuntos y maneras en torno a una niña, su hermana adolescente, una madre y un abuelo sigiloso en un idílico paisaje de montaña bañado por la luz estival y las aguas del río de los alrededores a la espera de un acontecimiento incierto. Allí, entre rutinas y tiempos muertos, nuestra protagonista, que es Laia Artigas, la misma niña que conocimos en Verano del 93 de Carla Simón, observa el mundo que le rodea con una mezcla de curiosidad y misterio, incapaz de entender del todo esos movimientos, ausencias, silencios o gestos que van construyendo las relaciones y sus quiebras ante lo inevitable.

La cámara se mueve junto a ella pero también se detiene en la atmósfera del lugar, en un impresionismo que incide una vez más en esa idea de la extrañeza de lo cotidiano. Las escapadas de la hermana y el abuelo, los rituales juveniles, la depresión de la madre, una fiesta de cumpleaños que marca la cuenta atrás, la muerte… todo en este Sol radiant parece responder a un trazado que tiene mucho de prefabricado y de déjà vu aunque esté construido desde la memoria sensorial, la experiencia autobiográfica o el leve apunte de género.