Cuando Thomas Jefferson dijo Cádiz
Historia
El Archivo Provincial rescata la designación en 1790 de la capital gaditana como sede, junto a Bilbao, del primer consulado de Estados Unidos en España
Cádiz/El Archivo Histórico Provincial de Cádiz ha dedicado su último documento destacado a rescatar la historia del primer consulado de Estados Unidos en España, una oficina que se implantó en 1790 en la capital gaditana, de manera simultánea con Bilbao, gracias al pujante tráfico marítimo que Cádiz, aún con los vientos favorables del monopolio con las Indias perdido unos años antes, mantenía en una época convulsa y, sobre todo, con los Estados Unidos formándose como país independiente tras su Revolución, con un hambre comercial además que tuvo en Europa su principal objetivo. Fue entonces cuando la palabra Cádiz salió de los labios de Thomas Jefferson, uno de los fundadores de la nueva nación, principal autor de la Declaración de la Independencia y, posteriormente, tercer presidente de Estados Unidos entre los años 1801 y 1809. El segundo cónsul americano en Cádiz, precisamente, fue José Iznardi, un potentado comerciante roteño amigo de Jefferson, al que enviaba con frecuencia vinos de Jerez, tintilla de Rota y del Condado de Huelva.
El documento destacado de este bimestre está firmado por Santiago Saborido, director del Archivo Provincial gaditano, y coincide con la exposición y el ciclo de conferencias que la institución ha dedicado recientemente a las relaciones históricas entre Cádiz y Estados Unidos, una relación fundamentalmente comercial que trajo al puerto gaditano a numerosos buques norteamericanos y que acabó con la elección de Cádiz, por parte de Jefferson, como sede de ese primer consulado.
El documento del Archivo cita a la profesora de la Universidad de Cádiz Guadalupe Carrasco González para argumentar el destacado papel que Jefferson jugó a la hora de designar los primeros consulados europeos: “Será Jefferson el que defienda un sistema consular, al estilo francés, para que en los puertos más destacados existiera la figura del cónsul, manteniéndose este sistema con los beneficios del propio comercio con las tasas cobradas a los navíos norteamericanos en la entrada a cada puerto. Así, a principios del siglo XIX en Europa ya había hasta 165 entre cónsules y agentes consulares”.
El primer cónsul que Jefferson nombra en Cádiz fue, según recoge el documento destacado del Archivo, Richard Harrison, en 1790. Cádiz y Bilbao fueron los primeros consulados registrados y nombrados por Estados Unidos en España, a los que con los años se unieron Málaga, Alicante, Tenerife, Barcelona, Madrid y Santander. Según la Guía Rosetty de 1837, la sede del Consulado en Cádiz estaba fijada su residencia en la calle Camino, 68, que actualmente sería el portal número 24 de la calle Isabel la Católica.
“El cónsul Richard Harrison, del que tenemos en el Archivo su declaración de última voluntad en la que se denomina como ‘inglés americano’, solo estuvo dos años en el cargo, siendo sustituido por un ciudadano español, vecino de la villa de Rota, de nombre José Iznardi. Este roteño estaría hasta la fecha de su muerte en 1815 ostentando el cargo, con un paréntesis de unos años en el que su hijo también desempeño el cargo de cónsul”, destaca el documento del Archivo.
Santiago Saborido abunda en las razones de su designación: “El que fuera designado este ciudadano español como representante de los intereses norteamericanos puede venir por ser un potentado comerciante y también propietario de haciendas rústicas y urbanas en la villa de Rota y otras localidades, y también por los negocios que mantenía con los Estados Unidos, centrado en la venta y exportación de vinos de la zona jerezana y de vinos de tintilla de Rota. Existe correspondencia directa de Iznardi con Thomas Jefferson en los Archivos de Estados Unidos, en la sección de los documentos de los Fundadores, en el que Iznardi le remite botas de media pipa de vino de tintilla y también de vinos del Condado de Huelva”.
Curiosamente, Iznardi no fue precisamente un fiel cumplidor de sus labores de cónsul y hasta casi se le puede considerar un avanzado del ‘teletrabajo’, como se deduce del propio documento destacado: “El consulado gaditano tuvo en sus primeros años periodos de inestabilidad en el cargo y en el propio funcionamiento porque, según las quejas de comerciantes y capitanes de barcos norteamericanos, el cónsul Iznardi no solía encontrarse en la ciudad de Cádiz sino que gran parte de su tiempo residía en su domicilio roteño gestionando desde allí el consulado, cuestión que no estaba permitida según la legislación al respecto. Pero la buena amistad con Jefferson permitió que Iznardi se mantuviera como cónsul hasta el final de sus días”. Ya se sabe que el vino hace buenos amigos.
Iznardi, eso sí, supo cubrirse en ocasiones las espaldas y el documento también señala que contaba con la ayuda de un vicecónsul, Anthony Terry, relevado luego por Ricardo Hackley: “Lo sustituía siempre que este marchaba, ya fuera a su villa de Rota como de viaje a los Estados Unidos para sus propios negocios y reuniones privadas con Thomas Jefferson”.
El distrito consular norteamericano de Cádiz tenía una demarcación amplísima, que llegaba desde la frontera con Portugal a Gibraltar, incluyendo Ceuta, así como la ciudad de Sevilla, Ayamonte e, incluso, La Coruña, ciudad muy alejada de este ámbito de actuación pero que Iznardi incluyó por sus propios negocios.
“El cónsul –explica el documento– tenía funciones de control comercial, asuntos propios de los mercaderes y capitanes de los navíos del pabellón de las barras y estrellas. De esta manera recibía las protestas y declaraciones que se pudieran suceder en la navegación de los buques, y que era obligatorio su tramitación en el puerto de atraque para los cobros de seguros marítimos sobre el navío y sus mercadurías. La posesión de los bienes de los fallecidos de su nacionalidad, así como el cobro de las tasas por las declaraciones y la realización de inventarios de los propios navíos que llegaban”, señala el Archivo.
El comerciante que pasó de la riqueza a la ruina
Cuenta el documento destacado del Archivo Provincial que Cádiz, en los años del sitio y el bloqueo naval napoleónico, tenía carencias de alimentos. Fueron precisamente los norteamericanos quienes se ocuparon de exportar a Cádiz harina, trigo y arroz principalmente, que se pagaban a buen precio, desde las costas atlánticas americanas de Filadelfia o Baltimore. Existió un personaje destacado, el británico Richard W. Meade, que fue agente naval aunque siempre intentó ser cónsul con manifiesta queja ante Iznardi. Lo cierto es que se enriqueció desde un principio con las citadas exportaciones a Cádiz, y que llegó casi a monopolizar toda la consignación de buques de pabellón norteamericano que llegaban a nuestras costas. Meade, que llegó desde Londres en 1803, llegó a ser el principal proveedor a la Junta Gubernativa de Cádiz y de ella obtuvo pingües beneficios, aunque después de la guerra con Francia, el país estaba en bancarrota y solo obtuvo pagarés en papel moneda, que no tenían valor alguno, lo que llevó a Meade a la ruina y a la cárcel.
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