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Vicente Rodríguez pregona la Semana Santa con gaditanismo y sentimiento

Cuaresma 2019

El pregonero realizó una proclama intensa y con una estructura sobresaliente en la que no faltó la petición a las administraciones de que tengan coherencia con la cruz

El obispo de la Diócesis, Rafael Zornoza, y el alcalde de Cádiz, José María González, presidieron el emotivo acto celebrado en el Gran Teatro Falla

Vicente Rodríguez, en un momento de su pregón. / Julio González

Cádiz/Llegó para saldar una deuda, llegó para cumplir un sueño, llegó para pedir coherencia, llegó para abrir el cielo, el cielo de los cofrades, los de siempre y los más nuevos, los que respiran incienso, los que nos regalan versos, versos al Cádiz bendito, el que canta entre lamentos, el de la Cuaresma y su credo, el del Padre, el Hijo y su reino.

Vicente Rodríguez pregonó la Semana Santa de Cádiz con una proclama cargada de sentimiento, gaditanismo y calidad literaria. El vocero de la Cuaresma 2019, que dijo que llegaba para saldar una deuda, y que estuvo arropado únicamente por la cruz de guía de su hermandad de toda la vida, Expiración, de la que llegó a ser hermano mayor, ofreció una larga proclama, de más de una hora y media de duración, en la que mezcló su prosa poderosa, nostálgica las más de las veces y cargada de los recuerdos de un niño que se hizo hombre soñando con ocupar un día ese atril, con versos repletos de intensidad y fervor a diferentes imágenes, de la Virgen del Rosario a Jesús de la Paz, al Cristo de las Penas, Humildad, Columna, Afligidos, Lágrimas, Amargura o Nazareno.

El acto comenzó a las doce de la mañana con el rezo del Angelus por parte del obispo de la Diócesis, Rafael Zornoza, que ocupó la Presidencia del palco de autoridades junto al alcalde de la ciudad, José María González y Juan Carlos Jurado, presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías. Junto a ellos, concejales como Ana Fernández, Juancho Ortiz, Ignacio Romaní, Fran González, María José Rodríguez o el subdelegado del Gobierno, José Pacheco.

El anterior pregonero, Juan Carlos Torrejón, fue el encargado de presentar a Vicente Rodríguez. “Vicente, canta con alegría en esta mañana de ilusiones pregoneras y lanza tu voz y tus versos al cielo. Con ellos nos llevarás a reunirnos con las esencias más puras de nuestra Semana Santa”, dijo.

El toque musical lo puso un año más la Filarmónica de Conil, dirigida por Francisco Javier del Valle, que interpretó magníficamente las marchas ‘Cristo de la Expiración’ de Beigbeder y ‘Amarguras’ de Font de Anta.

Vengo a saldar una deuda

“Vengo a saldar una deuda que contraje hace unos años, cuando el corazón transido se me quedó hecho pedazos y el alma la desgarraron los sentimientos callados”. Así arrancó Rodríguez su pregón, no sin antes acordarse de su esposa, “por ser todo y más que todo en mi vida”, sus padres, su familia y amigos y de todos aquellos “que de un modo u otro han creído en mí a lo largo de mi vida”.

Ataviado con el pertinente chaqué, el pregonero, con voz potente, afilada, templada pese a la emoción, fue desgranando las diferentes etapas de un texto completo y complejo, de una excelencia literaria imposible de obviar y una dificultad suprema. Se acordó en sus primeros versos de la Patrona y anunció que llegaba a saldar una deuda “con mis recuerdos de antaño, del monaguillo travieso con el Padre Feliciano, del capillita incansable, del chaval que ensimismado se pasaba un año entero por su pasión esperando”.

Dejó claro desde el inicio que pregonar nuestra Semana Santa había sido siempre un sueño para él, un anhelo, una deuda que ahora veía cumplida.

Tras agradecer a Juan Carlos Jurado la oportunidad brindada, Rodríguez hizo un recorrido por las hermandades, encadenando versos con los que recorrió de manera fervorosa estampas no por repetidas menos anheladas.

Combinando la prosa y el verso, y tras el recorrido obligado, el pregonero hizo altos donde quiso. El primero en San Antonio, para hablar del dolor del Señor atado a la Columna y las Lágrimas de una madre. “No se sabe si le duele más el llanto a la madre por el hijo atormentado, a su hijo por las lágrimas atado o a Dios mismo que contempla con espanto el dolor con el lamento más callado”.

Y se perdió por Sagasta para encontrarse con Afligidos, con la Virgen buena que despierta a las claritas del día. Y le dedicó estrofas hermosísimas antes de que se le atara un nudo a la garganta para nombrar a tantos cofrades que nos han dejado este año, como Juan Fernández, como Rafael Corbacho, José Luis Ruiz-Nieto, Antonio Santana, Rafael Ruso, el padre Sebastián Llanes, Manolo Ruiz, Chari Valero “y otros cofrades más anónimos que hicieron de nuestra Semana Santa lo que es hoy”.

Vicente Rodríguez también tuvo un recuerdo en su pregón para la juventud cofrade, los que en un futuro “ocuparán este atril y que vienen empujando fuerte. El orgullo del pregonero es el vuestro porque siempre he creído en vosotros y siempre estaré convencido de que sois fundamentales. Sois el patrimonio más valioso de vuestra hermandad... con humildad, abiertos a aprender pero siempre ahí. Juventud cofrade que llena de vida las casas de hermandad, servidores de paso, de cultos, en el palo o de hábito penitencial, siempre echando una mano donde haga falta. Juventud comprometida con la Iglesia, que ama a la Iglesia. Habrá ideologías, vendrán y os dirán, habrá quien amedrante, quien hable de modas, de estar desfasados y de mil promesas vanas. Sólo Dios permanece, sólo Dios basta. ¡Adelante, siempre adelante, jóvenes cofrades de Cádiz! ¡Adelante!”.

La cruz de Cristo

Uno de los momentos más aplaudidos del pregón fue cuando Rodríguez, con voz de tenor poderoso, ha pedido con rotundidad a las administraciones coherencia ante la cruz, preguntándose por qué no molesta cuando está en una bandera de Cruz Roja para ayudar y sí en un simple altar callejero, por qué no lo hace cuando preside un cortejo procesional y sí en un aula o en la habitación de un hospital. “Este pregonero llevará siempre por bandera la cruz de Cristo”. Si esa cruz la vemos alzada al cielo, como en el Señor de las Aguas, se respeta y se ve bien, hasta se aplaude, pero si está hecha de piedra y colocada en el centro de la plaza de un pueblo, a lo mejor ofende. ¡Coherencia, por Dios, coherencia! Si es la cruz de guía que abre el camino del cortejo penitencial se admira, pero si esa cruz está en el aula puede ofender a los que no creen en esa religión, a los mismos a los que no les ofende verla en un cortejo.... ¡Coherencia por favor, coherencia! ¿Ofende esa cruz si se ve en la bandera de la Cruz Roja? Pero si se alza en medio de la calle molesta, cuando el origen es exactamente el mismo. Que se sepa hoy y aquí que este humilde pregonero pide coherencia, exige coherencia y respeto porque siempre se trata de la misma cruz y jamás puede ofender. Coherencia por Dios, por lo que más quieran y especialmente a todas las autoridades responsables que pueda haber a estos efectos: ¡Coherencia!”. A estas palabras siguieron algunos vítores y la ovación más cerrada de toda la mañana.

Se equivocaba la Virgen

El pregón del cofrade gaditano, de un poeta gaditano, tuvo un guiño para Rafael Alberti, el poeta portuense enamorado de este mar, el más hermoso por el hecho de ser nuestro. Cambiando a la Virgen por la paloma que se equivocaba regaló unos versos bellísimos. “Se equivocaba la Virgen, se equivocaba. En su inocencia creía que tan sólo se llamaba con el nombre de María, hija del Señor y esclava. Pero el viento le traía advocaciones tempranas que las gentes de esta tierra en sus rezos desgranaban. Rosario, reina y patrona, dolorosa descarnada, Patrocinio de sus gentes y Amparo de cada alma. Amargura, la más bella, Soledad, la más galana, Buen Fin la niña coqueta, Salud que al enfermo sana. Reina de todos los Santos, pura, limpia e inmaculada. Gracia y Esperanza plena beduina en sus entrañas. Se equivocaba la Virgen, se equivocaba. Angustias la madre buena, Piedad convertida en llama, que prende en los corazones que se le entregan sin falta. Esperanza Cigarrera, Esperanza Franciscana, Desamparados que a ella acuden sin decir nada, Virgen y Madre del cielo, Caridad divina estampa, Desconsuelos en tus manos, Luz maravilla creada, Penas de un barrio viñero que ya la ve coronada, Lágrimas pasión bendita, Dolores gitana y paya. Que en sus manos no cabía Mayor Dolor que en su cara, Trinidad que al cielo mira, Concepción inmaculada. Ysin embargo su nombre, el que la Virgen ansiaba era el que quiso ponerle esta ciudad a su playa, el que conquista bastiones que se esconden en el alma, el que no precisa luchas para vencer las batallas, el nombre por excelencia que el pregonero lo guarda cosido en las entretelas, acurrucado en plegarias porque la Virgen María, Victoria es como se llama”.

Expiración

En su pregón Vicente Rodríguez mostró cariño, devoción y admiración por todas las cofradías, pero ni quiso ni pudo disimular su devoción por el Cristo de la Expiración y la Virgen de la Victoria, hermandad que dirigió durante unos años. “Dios y hombre, hermano y padre, antes de que llegue el fin, antes de que mi voz calle, cuatro palabras brotadas de un corazón palpitante... ¡Señor de la Expiración: qué fácil, qué fácil... qué fácil resulta amarte!”.

Y como epílogo, dedicó unos hermosos y sentidos versos a su ciudad, “A Cádiz, mi bendita ciudad de ensueño”, que concluyeron así: “Y cuando por voluntad del que es todopoderoso, deba cerrar mis dos ojos y este mundo abandonar, una lágrima caerá teniéndote a ti presente ya de una vez para siempre, Señor que enseña a expirar, y tú, mi tierra natal, en mi alma irás guardada conmigo allá donde vaya, ¡Cádiz de sol y de sal!”.

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