“Acabé absolutamente fascinado por Japón; volvería mañana sin ninguna duda”

José Antonio de Ory | Escritor y embajador de España en Pakistán

El diplomático y escritor español, con raíces gaditanas, publica un ensayo sobre Japón a partir de sus propias vivencias

Cien años de Ory: un oleaje de 365 días

José Antonio de Ory en el bonito pueblo de Ginza-Onsen, al norte de Japón.
José Antonio de Ory en el bonito pueblo de Ginza-Onsen, al norte de Japón.

José Antonio de Ory Peral nació en Madrid, pero sus raíces son netamente gaditanas. De Ory es actualmente embajador de España en Pakistán, el último destino hasta el momento de una larga carrera diplomática que comenzó en 1990 y que le ha llevado a ocupar distintos cargos en Nueva York, Colombia, India y, sobre todo, Japón, el país en el que durante cuatro años ejerció como consejero cultural en la Embajada española y cuya sociedad y cultura le impactaron tanto que de sus vivencias, de sus impresiones, primero algo negativas y después absolutamente fascinantes, ha publicado con la editorial La Línea del Horizonte el ensayo titulado ‘Japón, el archipiélago de las estaciones’. De este libro y de sus experiencias en el lejano y muy distinto país habla en esta charla donde demuestra que lo allí vivido caló hondo en su propio ser.

Pregunta.–¿Cómo surge este libro, este ensayo sobre Japón?

Respuesta.–Yo llego a Japón en el año 2016 y me enfrento a un país, a una sociedad, a una forma de vida y a una cultura completamente distinta; no sólo de la nuestra, sino de todo lo que yo había conocido. Muy extraña, muy difícil de comprender.

Entonces empiezo a hacer un esfuerzo para entender todo escribiendo una serie de cartas a los amigos y que, además, publiqué en la revista literaria digital Zenda. Llegué a escribir 42 cartas, dos o tres a la semana, que mandaba a unos 200 amigos y conocidos. Y cuando me fui de Japón, en el año 2020, empecé a editar todo ese material que yo tenía, todas esas cartas, para convertirlas en capítulos coherentes.

Además, el libro tiene una evolución que es muy parecida a la mía en Japón. Así, la primera parte son capítulos sobre la sociedad, que es una sociedad muy rara, muy distinta, su cultura de trabajo, su cultura familiar, tanto que hay una sorpresa grande y un cierto desapego por mi parte. A mí no me gusta la sociedad japonesa, digamos, pero voy evolucionando descubriendo el arte, la cultura, las manifestaciones artísticas, que son absolutamente fantásticas y por las que yo quedé completamente fascinado. Y el libro tiene también esa evolución, empieza con la sociedad, con temas más difíciles, más duros, y termina con arte, artesanía japonesa, danza, kabuki...; en fin, esa es la evolución que tiene el libro, que es la mía.

P.–Digamos que es un ensayo muy personal, a partir de sus propias vivencias.

R.–En efecto, todo lo que yo escribí es únicamente lo que yo veía e iba entendiendo, o sea, no hay investigación. Hombre, luego miras una cosa, completas un dato, por supuesto, pero no es un ejercicio de investigación en absoluto. Todo lo que hay son cosas con las que yo me iba encontrando y me iban llamando la atención. No hay en ningún momento el intento de una explicación científica o política. No hay investigación de ningún tipo, excepto para datos pequeños, concretos. Eso por un lado. Y, luego, en efecto, eso hace que sea un ensayo, considero que el ensayo es precisamente eso. El ensayo, a diferencia del texto académico, es una manera literaria de decir lo que uno piensa. Nada más, sin necesidad de tener que corroborar eso con datos para mostrar que es real. Con lo cual esto es el puro ensayo, porque surgió así, fue surgiendo a partir de lo que yo iba viendo, observando y viviendo. Y surge, además, por la voluntad de ser un ensayo. Es decir, esto es lo que yo pienso y lo que yo he visto. Podría equivocarme, pero eso es lo que yo he visto. O sea, yo no digo esto es así, digo que es lo que a mí me ha parecido.

P.–¿Se podría decir que el libro nace de un deslumbramiento?

R.–Yo creo que, al principio, surge de una estupefacción y termina en un deslumbramiento. Surge de una estupefacción. El que leyera mis primeras cartas y la primera parte del libro pensaría: “A ti esto no te gusta nada”, cosa que era verdad, a mí me chocaba. O sea, hay una estupefacción que es un deslumbramiento negativo, si quieres. Pero, al final, estoy absolutamente fascinado por Japón. Volvería mañana. Si a mí me preguntan qué destino diplomático quiero o dónde quiero vivir, yo vuelvo a decir Japón; pero sin ninguna duda. Entonces empieza en una estupefacción, que es el asombro al ver que no hay nadie más diferente. Digamos que un andaluz siempre será distinto de un vasco, un español de un italiano. Vamos como alejándonos, ¿no? Los europeos del sur distintos de los del norte, los europeos de los africanos. Y como en estas imágenes que se hacen a veces en Internet, quedaría todo el mundo y Japón. O sea, que un gaditano tiene más que ver con uno de Botswana que con un japonés.

P.–¿Y en qué se basó esa primera estupefacción?

R.–Porque son códigos completamente distintos y todo tiene una dificultad enorme; todo, todo. Yo en el libro hablo de su cultura de trabajo o de la dificultad de conocer a gente. Es imposible entablar relaciones; no digo ya de amistad, pero sí de una cierta cercanía. Yo ahora mismo voy a Japón y no tengo a nadie a quien llamar después de cuatro años. A nadie. No hay, no ya un amigo, sino un contacto. Es una sociedad cerrada en sí misma que tiene sus propios códigos. Es una sociedad que tiene unos códigos tremendos que hace que sea impenetrable para el otro. Porque al japonés, es una de las cosas que yo mantengo en el libro, se le educa para ser japonés. Se le educa de una manera determinada. Eso hace que ellos sean tan distintos, pero que, además, su manera de ser les parezca que es la única forma de ser coherente en la vida, porque se les ha educado así. Es una sociedad educada para ser de una manera determinada. De hecho, se crea una sociedad muy armónica donde todos se ayudan, una sociedad de la compasión y de la ayuda al otro, del trabajo en conjunto, del trabajo en comunidad. Todo eso es muy positivo. Pero es verdad que, al final, uno nota que aunque sea positivo, hay una cosa muy de robot. Al japonés se le ha educado para ser cortés, para ser educado, para portarse bien.

El diplomático español, de raíces gaditanas, en el jardín zen de piedra de Ryoan-ji, en Kioto.
El diplomático español, de raíces gaditanas, en el jardín zen de piedra de Ryoan-ji, en Kioto.

P.–Sus propios gestos parecen ir por ahí, esas reverencias que hacen juntando las manos...

R.–La gestualidad es parte del alma japonesa. Y no solo tiene gestos, tiene fórmulas determinadas con las que se saludan, se despiden, salen del trabajo y van acompañados de gestos, efectivamente. Yo he visto a gente por la calle, hablando por teléfono, y al dar las gracias tienen que hacer el gesto de agacharse, de la reverencia, porque es parte del lenguaje. No puedes decir gracias sin hacer el gesto. Al japonés no le gusta la sorpresa, lo que no tiene previsto; las cosas están pensadas para ser de una manera. Eso hace que el país funcione muy bien porque van todos a una por un objetivo común, que es el de promover, digamos, la japonesidad. Hay una noción enorme de sociedad de comunidad.

P.–¿Se podría decir que hay una gran disciplina social?

R.–Una disciplina social absoluta, que podría llegar al autoritarismo. Es un autoritarismo autoimpuesto. Hay que hacer las cosas de esta manera.

P.–Pero luego, según cuenta, le llega la fascinación. No es la primera vez que escucho hablar de la fascinación, de la atracción occidental por la cultura japonesa.

R.–Es fascinación, pero así literalmente, por la cultura japonesa. Es por la cultura y por muchísimas cosas. Es que es un país en el que solo su cultura, sus prácticas artísticas, todo lo que han creado, a mí me resulta maravilloso. Y me metí mucho. Me metí mucho en la literatura. He leído muchísima literatura japonesa. Me metí en el teatro, en la danza butoh, que es un tipo de danza fascinante, la danza de lo feo y de lo brutal que surge de la Segunda Guerra Mundial. Me metí muchísimo, muchísimo en el cine, en el haiku... De todo eso hay muchas referencias en el libro. Hay un capítulo, que es el que tiene que ver con el título, sobre la importancia que dan a las estaciones del año, y hablo de todas las manifestaciones artísticas que hay sobre cada una de ellas.

"A mí, en principio, no me gusta la sociedad japonesa, pero voy evolucionando hacia la fascinación”

Pero es que a todo eso se le suma una cosa todavía más fascinante, que es la geografía urbana. Las callejuelas con edificios llenos de bares, en el cuarto piso, en el quinto, con un bar de rock que entras y tienes mil discos de vinilo y un camarero poniéndote una copa. Al lado hay una sala de estas de masajes; al otro lado, en el cuarto piso, un sitio de ramen con un estrella Michelin. Luego, un bar de música clásica donde no te dejan hablar y te dan un lapicito para que le preguntes a la persona de al lado qué ha dicho, que si es Beethoven o si es Mozart lo que está sonando... Hay bares de música clásica, bares de rock, bares de jazz, cafés de jazz, donde entras y están poniendo jazz todo el día con una colección de vinilos maravillosa. Yo todo eso lo echo muchísimo de menos. Todo ese entorno urbano. Yo he vivido en Nueva York cuatro años, igual que en Tokio, y no es comparable en absoluto. Tokio es inacabable; Tokio no se acaba nunca. Es que un barrio daría para en cuatro años ver cada día un bar distinto, ir a un sitio de comidas, todas estupendas. Hay toda una estética japonesa de los sitios de comida, de bebida, que a mí me encanta. Y todo con esos detalles que hacen que sea distinto.

Es un país que ha conseguido preservar, además, su tradición y su identidad de una manera increíble. Es un país que combina mejor que ningún otro la modernidad, la contemporaneidad incluso, con sus formas tradicionales.

P.–Y con una historia significativa después de la Segunda Guerra Mundial, en la que parece que Japón optó por lanzarse a la vanguardia de la tecnología.

R.–Efectivamente. Es un salto brutal el que dan, que hace que en los 90 todo parecía japonés. Todo lo que nos gustaba. Yo me acuerdo de las cintas de cassette, los tamagotchis aquellos, el ‘walkman’... Hoy, sin embargo, no. Han perdido el tren de la tecnología, digamos, atractiva. Sigue siendo un país muy atractivo para los adolescentes, el anime y el manga son muy atractivos, pero no hay nada ‘cool’ que tengamos ahora en casa que sea japonés; ni los teléfonos. Corea les ha ganado. Incluso los coches, no hay un coche de alta gama japonés.

P.–Una sociedad que tuvo entonces en su momento una gran capacidad de adaptación.

R.–Sí, pero no han sido capaces de mantenerlo, se han quedado atrás en la tecnología. Es una sociedad, como digo en el libro, que es un poco como una imagen atrasada del futuro. Es una imagen de lo que pensábamos que iba a ser el futuro y no ha sido. Es un país que no se encuentra a sí mismo ahora, me parece a mí. Están tan metidos en sí mismos que, de alguna manera, cuando la burbuja esta de los años 80 explotó, no han sabido reconvertirse para ser una potencia económica. No lo han conseguido. Sigue siendo un país muy potente, pero van cayendo. Fueron la segunda potencia del mundo. Luego les pasó China. Dentro de poco les va a pasar India. Es un país con un estancamiento de población grande. O sea, la población cae en picado y con un estancamiento económico. Es un país que no logra crecer económicamente.

P.–Si tuviera que resumir, ¿qué aprendió José Antonio de Ory de Japón y qué podríamos aprender los occidentales?

R.–Por ejemplo, la importancia del trabajo en comunidad, la importancia de hacer las cosas bien, que es algo absoluto para ellos. El que limpia siente que su responsabilidad es limpiar esa mesa que está sucia. Igual que la responsabilidad de un banquero es guardar bien su dinero o el mío. O la responsabilidad de un policía es la de protegernos. Cada uno hace su trabajo a la perfección, con ese amor por el detalle. Y, luego, otra cosa es la capacidad maravillosa que tienen de aunar tradición y contemporaneidad. La cerámica japonesa, por ejemplo, se sigue haciendo hoy en día, y es la cerámica hecha de la misma manera que hace cuatro siglos. Allí hay premios nacionales de cerámica, de caligrafía... Y es que hay gente que está haciendo un trabajo igual que hace 400 años, porque eso es contemporáneo.

"Es un país que ha conseguido preservar, además, su tradición y su identidad de una manera increíble”

Tiene el lado también negativo de que como quieren preservar su sociedad y su forma de vida, pues cada vez están más ensimismados, viajan menos. Cada vez menos chicos van a estudiar fuera. Se quedan en Japón porque piensan que el resto del mundo es inseguro, y viajan menos; como digo, hay menos japoneses haciendo turismo por el mundo.

No aceptan inmigrantes, con lo cual tienen un problema grave porque la población envejece muchísimo. Viven muchísimos años, tienen la mayor longevidad del mundo y el índice de natalidad menor del mundo: ¿quién va a cuidar a la señora que va a vivir 90 años?

P.–Dándole la vuelta a su fascinación personal, y a la fascinación general que ejerce la cultura japonesa, también Japón sintió fascinación por España, en concreto por el flamenco. Dicen que ahora también pasa con el fútbol español.

R.–El flamenco en Japón ha sido muy importante. Esto empezó cuando vino La Argentina en el año 1929, se presentó en el Teatro Imperial de Tokio y causó un impacto brutal. Luego la película ‘Los Tarantos’, de Francisco Rovira-Beleta, también en su momento causó una impresión enorme y entonces el flamenco se puso muy de moda. A partir de entonces, los 70 y los 80, fue realmente un fenómeno social muy grande, con muchas mujeres, sobre todo, bailando flamenco y tocando. Creo que ahora la importancia del flamenco ha bajado, ha bajado mucho y ya no es lo que era antes, con giras de todos los grandes del flamenco. Ahora van menos porque ya no hay tantos tablaos, ya no es lo mismo.

Y es verdad que como elemento identificador de España ha subido mucho el fútbol, igual que la gastronomía, sobre todo la del País Vasco y San Sebastián. Eso es recíproco, porque aquí también la gastronomía japonesa ha pegado y es maravilloso, eso es otra de las cosas que a mí me fascinaba de Japón, la comida.

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