“Escribir del siglo XIX para un español es bastante doloroso”

Juan Luis Pulido Begines | Escritor

El escritor, catedrático de la UCA, publica con Almuzara ‘La tierra de Caín’, una novela histórica recreada en la época de la Guerra de la Independencia y con mucho Cádiz en sus páginas

Un fiel retrato del universo medieval andaluz

El escritor Juan Luis Pulido, catedrático de la Universidad de Cádiz, posa con un ejemplar de su nueva novela.
El escritor Juan Luis Pulido, catedrático de la Universidad de Cádiz, posa con un ejemplar de su nueva novela. / Miguel Gómez

La Guerra de la Independencia es el marco general en el que transcurre la nueva novela de Juan Luis Pulido Begines, ‘La tierra de Caín’. Publicada de nuevo por la editorial Almuzara, el escritor traspasa una barrera histórica de varios siglos al situar su novela en los primeros años del siglo XIX después de que sus anteriores títulos se situaron en la antigüedad o la edad media. De nuevo, eso sí, se trata de una novela histórica con mucho Cádiz en sus páginas, como suele ser habitual en este escritor que es, además, catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad de Cádiz. ‘La tierra de Caín’, de hecho, tiene protagonista gaditano, Emilio Maestre, hijo único de una saga de comerciantes que lejos de mantener la tradición familiar, se enfrenta con su padre y se instala en Madrid, donde se sentirá paulatinamente atraído por las ideas de los afrancesados. Una historia ágil en la que Juan Luis Pulido ficciona la trama respetando los acontecimientos históricos y dando voz y presencia a personajes reales de la época.

Pregunta.–Esta novela supone un salto histórico en su trayectoria: de la antigüedad o el medievo de las anteriores a la edad contemporánea de esta última.

Respuesta.–Yo, como soy un amante de la historia, me gustaría saberlo todo, pero es imposible. Y donde me muevo más cómodo, donde me muevo más a gusto y me causa, digamos, más felicidad, es en la edad antigua y la época medieval. Pero tampoco quería anquilosarme, tampoco quería convertirme en un escritor de novelas medievales, y a mí el siglo XIX también me interesa mucho. La diferencia es que mientras escribo historia antigua y medieval me encuentro muy a gusto, muy feliz, pero escribir del siglo XIX para un español es bastante doloroso. Ya somos nosotros, y son nuestros tatarabuelos, son muy pocas generaciones. Y sorprende el mimetismo casi absoluto que hay entre fenómenos, corrientes, pensamientos y personajes del siglo XIX con justo lo que nos está pasando ahora. Por eso, aunque por una parte me ha servido para completar mi formación y entenderme a mí mismo mejor, también la escritura y el proceso de documentación no ha sido tan placentero como en la de otras épocas anteriores.

P.–¿Se llega a sufrir por la historia de España?

R.– Completamente. Y no he sido yo el primero. Se sufre en general por las oportunidades perdidas, por la reiteración de los errores, por los comportamientos caínitas, que no hace falta leer historia sino poner el telediario.

P.–Frente al medievo, ¿es más fácil afrontar la creación de una novela histórica en una época en la que hay tantas fuentes directas: literatura, periódicos, retratos...? Sólo nos falta una grabación con la voz de Fernando VII...

R.–Pues sí, pero la dificultad aumenta porque hay tanta documentación que hay que seleccionar. Y, por otra parte, para un escritor de ficción, como es mi caso, la ventaja se convierte en una dificultad porque hay menos lagunas. Cuando escribes historia antigua o medieval, son tantas las lagunas que las puedes llenar con tu imaginación.

Pero cuando escribes sobre historia contemporánea, los huecos son menores y por tanto el campo para la imaginación es menor. Y como yo intento ser muy riguroso con los datos, pues eso me deja menos campo para la imaginación. Por otra parte, también me permite profundizar más en la mentalidad.

Por ejemplo, para el personaje de esta novela me he basado mucho en algunas figuras que existieron, por ejemplo Blanco White, porque hay muchos afrancesados cuyo pensamiento conocemos, cuya ejecutoria pública conocemos y conocemos su retrato, por lo que el perfil psicológico que podemos hacer es mucho más acusado.

P.–’La tierra de Caín’ lleva por subtítulo ‘El país que nunca existió’.¿Qué ha perseguido con esta novela?

R.–El subtítulo es el título original de la novela, lo que pasa es que a la hora de fijar un título se establece un diálogo entre el autor y el editorial; yo me dejo aconsejar tanto en la portada, como en el formato, como en el título. Me dejo asesorar por los profesionales que tiene la editorial y consideraron que quizás era un título más apropiado.

¿Y cuál es el sentido? El sentido de la tierra de Caín no es difícil de entender. Pero el país que nunca existió, ¿por qué? Porque la historia es sobre un afrancesado, y los afrancesados vivieron en un país que nunca existió, un país que sólo existió en su imaginación, hasta cierto punto como los autores de la Constitución de Cádiz de 1812, que vivían en un microclima determinado que era la ciudad de Cádiz, una clase social determinada que era la burguesía, un país imaginario, porque la mayoría de la población española ni comprendía ni entendía ni necesitaba la Constitución de Cádiz. Y, un poco, la Constitución de Cádiz responde al mismo impulso que sintieron los afrancesados: regenerar el país, llevar a cabo las promesas de la Ilustración, convertir a los súbditos en ciudadanos... Pero la mayoría de la población española prefirió a Fernando VII, eso es evidente, nos puede gustar más o menos, nos puede parecer poco comprensible, pero no olvidemos que cuando Fernando VII atraviesa Sevilla, los sevillanos quitan los caballos, se unen ellos al carro de Fernando VII y se ponen a gritar: “¡Vivan en las caenas!”.

Pero hay, sobre todo, un aspecto importante de la Guerra de la Independencia, que es el que yo quiero resaltar en mi novela, que es que fue una guerra civil. Una guerra civil entre los que de buena fe consideraron que el cambio de dinastía que venía con los Borbones era razonable, era beneficioso para el país. Pensemos que 100 años antes había habido ya un cambio de dinastía que también provocó una guerra muy sangrienta, la Guerra de Secesión, y que acabó sustituyendo a los Austrias por Borbones.

Un buen porcentaje de españoles siguieron a Bonaparte de buena fe, que fueron los afrancesados. Y otro importante número no lo hicieron porque no tenían más remedio, porque eran funcionarios públicos, comían del tesoro público. Entonces si no se renunciaban a eso, pues renunciaban a las habichuelas. ¿Qué pasa? Que eso se acompaña de la invasión napoleónica. Y eso no es de hoy para mañana, sino que eso es un proceso: primero la sublevación del 2 de mayo, después la entrada de Napoleón, los saqueos de algunas ciudades como Córdoba, que fue muy sangriento.

Los afrancesados vivieron en un país que nunca existió, un país que sólo existió en su imaginación”

Y, claro, entonces los afrancesados se empiezan a dar cuenta de que a lo mejor se han equivocado. Y que Napoleón no viene aquí como una hermanita de la caridad para ayudarnos, sino viene con el firme propósito de quedarse con España, por lo menos hasta el Ebro. Pero los afrancesados intentaron que el país no acabara destruido.

Luego ahí acabaron enfrentadas dos visiones del país. Y esa es la trama de la novela. Porque como en todas las guerras civiles, las familias se dividieron. Y la familia del protagonista se divide.

P.–Y para construir esa ficción histórica, recurre a capítulos que saltan entre los años 1808 y 1813 y que se desarrollan en ciudades clave de la época.

R.–Para empezar, Cádiz, que es el ámbito en el que yo me muevo porque vivo aquí y me resulta más familiar, y que es un protagonista más de la novela. Y no está caprichosamente, no solo por el azar de que yo vivo aquí, sino porque para la época tiene un enorme protagonismo. Y a mí me ha sorprendido, investigando esta época, que en el callejero gaditano tenemos muchos personajes que aparecen en la novela, y son personajes impresionantes. Como Rosario Cepeda, la niña prodigio. El general Solano, que fue linchado por la muchedumbre por respetar la legalidad constituida. El magistral Cabrera, que rescató el cadáver de Solano para llevárselo a la Catedral Vieja y defenderlo de su descuartizamiento. Vargas Ponce, que es otro personaje interesantísimo... Todos ellos han sido una fuente de sorpresa y una fuente de gozo. Y si me diera tiempo, cada uno de ellos podría tener una novela.

Después, ¿por qué Madrid? Porque el protagonista de la novela se desarrolla profesionalmente en Madrid. Él no quiere ser comerciante. Él es hijo de una familia de comerciantes en Cádiz, hijo único. Y contrariando la voluntad de su familia, se va a Madrid como juez de Villa y Corte. Y allí es donde le pilla la insurrección napoleónica. Allí participa en todo lo que es el proceso de las luces.

Y después, Valencia. Porque cuando el ejército español está a punto de entrar en Madrid, y provoca la segunda salida de José I, ya la definitiva, él huye a Valencia en una caravana con 12.000 miembros de su gobierno, un funcionario, y entre ellos el protagonista de la novela, que va a Valencia porque es adonde va la caravana de los afrancesados que salen de Madrid. Y después una huida hacia el norte, y por eso aparece también Bayona. Hay que hablar de Bayona porque ha sido el destino trágico de muchas generaciones de españoles de un bando y otro, exiliarse en Francia, que es un país que ha sido una amenaza y un refugio. El protagonista acaba ahí.

La trama de la novela cuenta todas esas vicisitudes histórico-políticas y, también, las vicisitudes ideológicas y espirituales que sufre el protagonista, la metamorfosis del protagonista. Saber que quizá al final se ha equivocado, y sobre todo, saber que él vivió o tenía en la cabeza un país que nunca existió.

Porque, realmente, los españoles tendemos a contarnos mal. Pensamos que los que piensan como nosotros son la mayoría. Da igual si se habla de patria, si se habla de pueblo, si se habla de gente. Siempre piensa que los de su bando son más y mejores. La realidad muestra que estamos muy divididos. Estamos ahora en una época en que el país está dividido.

P.–Una polarización.

R.–Sí, una polarización, que es un poco mundial también. Cuando yo hablo de la tierra de Cain, no quiero indicar que España es el país peor del mundo o el país donde hay más caínitas. Pero sí es cierto que nosotros tendemos a solucionar nuestros conflictos a porrazos y para eso no hay más que ver las pinturas negras de Goya, que de alguna forma son el trasunto visual de muchos de los sentimientos que yo describo en la novela. Y además es que me temo, por lo menos lo que yo pienso, que esa guerra civil que empieza en 1808 todavía no ha terminado. Y que los sucesivos conflictos políticos que suceden en el XIX y en el XX no son más que manifestaciones de una misma guerra.

P.–¿Se repite la historia?

R.–Una repetición de dos polos enfrentados que se creen mayoritarios y que piensan que los otros no caben en España, bien sea porque sean malos españoles, como pensaban los carlistas o los ultranacionalistas conservadores de los progresistas, liberales, que son malos españoles. Y por el otro extremo, los progresistas, liberales, republicanos, como queramos llamarlos en cada una de las épocas, piensan que los otros no tienen derecho alguno a defender su ideario, que es perfectamente legítimo, y sobre todo que no tienen derecho a expresarse.

Y en medio, pues yo creo que tiende a haber una tercera España de la que los afrancesados, creo, fueron los primeros representantes. Podemos llamarlo centro político, podemos llamarlo como sea, digamos, gente que considera que conviene un término medio, conviene un sosiego, ponerse en el lugar del otro.

Juan Luis Pulido, durante la entrevista.
Juan Luis Pulido, durante la entrevista. / Miguel Gómez

P.–Se ha referido a términos que más de cien años después siguieron vigentes: las dos Españas de Machado y la tercera vía de Chaves Nogales...

R.–Yo me quiero situar en la tercera España, yo personalmente, y me niego a que una de las dos de España me hiele el corazón, como decía ese hermoso verso de Antonio Machado. Pero me temo que somos minoritarios, que siempre lo hemos sido, y que muchas veces de esa tercera España tiran los polos.

P.–¿A la España del siglo XIX le hubiera ido mejor con la Constitución de Cádiz?

R.–Bueno, es que la Constitución de Cádiz es una Constitución buena, pero que estaba muy adelantada a su tiempo. En ese tipo de reflexión, que a mí me gusta hacer en mis novelas, no se puede decir que le hubiera ido mejor; simplemente el país no responde. Las leyes tienen que ser coherentes con la sociedad. Porque los cambios sociales no pueden ir de arriba a abajo, sino de abajo a arriba, que es el problema que muchas veces tienen los políticos o los legisladores. Piensan que la ley puede cambiar la realidad. Y yo creo que no es así. Entonces, ¿qué ocurre? Que los constitucionalistas de Cádiz, me temo, que vivían en un país también imaginario, pero que la mayoría del país no interpretaba. ¿En qué me baso para decirlo? Pues en toda nuestra tormentosa historia del constitucionalismo en el siglo XIX, e incluso en el XX.

Posiblemente, la primera Constitución que no va contra nadie es la del 78, en la que pretenden que estén las dos España. Por eso me causa tanta perplejidad y tanto dolor ese cuestionamiento que se hace ahora desde algunos lados al régimen del 78 o a la transición. A mí, generacionalmente, me parece una cosa incomprensible.

Porque evidentemente que tuvo defectos. Evidentemente que el proceso no fue perfecto. Pero pretender que la Constitución del 78 es una idea de Franco o que la transición estaba planeada por los franquistas... Yo, como he vivido en esa época y lo recuerdo...

P.–Un última cuestión, ahora que están de moda las series: ¿a Juan Luis Pulido le gustaría ver alguna de sus novelas históricas convertida en serie?

R.–Claro que sí. Por ejemplo, me encantaría, pero eso no depende de mí. Ya bastante difícil es publicar, cosa de la que estoy muy agradecido a la editorial y que ya en sí mismo es un premio. Es un sueño hecho realidad. Mantenerse en una editorial, tener un número de lectores no masivo, pero lo suficientemente crítico para que la editorial acoja a mis proyectos con buenos ojos. Ya todo lo más a lo que pueda aspirar sería un añadido. Ahora, gustarme, claro que me gustaría. Si algún productor se presenta voluntario, yo desde luego encantado.

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