La salud ocular de los niños: lo que no hay que perder de vista

La vuelta al colegio lleva a revisar la vista de los menores, pero los oftalmólogos señalan que la vigilancia debe ser constante en los primeros años de vida y alertan del mal uso de la visión de cerca

Recomendaciones para tener unos ojos sanos

Un niño se somete a una prueba de agudeza visual. / Freepik

El regreso del curso escolar suele ser sinónimo de puesta a punto. Libros, cuadernos y ropa suelen encabezar el listado de materiales necesarios para el estudiante. Pero las familias también aprovechan para otra puesta a punto: la vista. Septiembre es la época en la que se revisa la visión de los más pequeños en la seguridad de que será un elemento fundamental para el periodo escolar. De la mano de Belén Hoyos, oftalmóloga pediátrica del hospital Puerta del Mar, analizamos las claves de la salud ocular en niños y adolescentes, las patologías más frecuentes, su vigilancia, la influencia -más de lo que se puede pensar- de los antecedentes familiares- y los abusos en materia de visión de cerca que empeoran pronósticos y acentúan el riesgo en los primeros años de vida y en la adolescencia.

“Revisar la vista es una labor de todo el año, pero ahora parece que todo el mundo se pone las pilas al empezar el colegio. Muchos padres hacen en esta época las revisiones de sus hijos para actualizar las gafas, también hay ofertas en las ópticas... Es una época en general buena para eso”, admite Belén Hoyos, quien sin embargo alerta de que la salud ocular de los niños debe ser vigilada de manera constante y desde edades tempranas.

Advierte esta oftalmóloga pediátrica que uno de los principales factores a tener en cuenta para detectar patologías son los antecedentes familiares: “Lo principal que se escapa en muchos niños son los antecedentes familiares, el riesgo de padecer de algo es mucho mayor cuando los hay. La gente, en general, se cree que el antecedente familiar es simplemente que no lo tenga ni el padre ni la madre, pero en la mayor parte de los defectos de refracción y de patologías como el ojo vago y el estrabismo, suele saltar un poco entre generaciones. A lo mejor, el antecedente es un tío abuelo o un primo del padre”.

Belén Hoyos es clara al explicar los principales riesgos de la salud visual de los más pequeños y los recursos sanitarios que existen para prevenir algún defecto o detectarlo a tiempo en los primeros años de vida, pues la edad de desarrollo visual es la primera infancia, hasta los seis años: “Ahí es donde está, por ejemplo, el riesgo de ojo vago, que es la patología que después no tiene solución porque es como un déficit en el desarrollo cerebral visual, y si no se coge a tiempo no tiene después remedio. Un niño no sabe que no ve con un ojo y no lo dice. Es algo que si no se estudia, no se coge a tiempo y es un drama. Cuando aparece un niño de 10 años con un ojo vago severo es un drama, y mucho más drama cuando hay antecedentes familiares pero no se ha caído en ellos”.

Son los pediatras, los guardianes de la primera salud de los pequeños, quienes en el control del niño sano tienen protocolarizado realizar una prueba de agudeza visual a los cuatro años. “Pero es cierto -explica la doctora Hoyos- que se escapan muchos tanto porque el niño, sin querer, engaña, porque se tapan un ojo pero están viendo por el ojo bueno a través de una rendija, o también porque no hay optotipos para tomar la visión en las consultas de pediatría. Todo niño debería hacer una revisión oftalmológica antes de los cuatro años, y muy especialmente si tiene antecedentes familiares”.

Y es que lo más habitual en los niños son los defectos de la graduación, especialmente la hipermetropía: “Por naturaleza hay niños hipermétropes porque el ojo es más pequeño y entonces es capaz de ver bien porque enfoca, acomoda, que es un ejercicio natural del ojo. Pero a partir de una determinada cantidad de dioptrías puede causarle cefaleas o desatención en clase porque tiene que enfocar mucho y se cansa. El defecto más frecuente en los niños, con mucha diferencia, es la hipermetropía, que es tener que enfocar más para ver de cerca”.

La miopía, la citada hipermetropía y el astigmatismo son los grandes defectos de refracción, cuyo desarrollo explica Belén Hoyos desde la óptica pediátrica: “La miopía, el ojo más grande, empieza mayoritariamente a partir de la adolescencia y se detecta fácilmente porque ya el niño refiere que no ve, lo ven guiñar o ve mal la pizarra. Otro gran defecto de refracción es la hipermetropía, el ojo más pequeño y que obliga a hacer un esfuerzo visual por ver; y el astigmatismo, que es más complejo: un eje de la córnea, que es el primer nervio óptico del ojo, es más curvo que el otro y entonces no se enfoca bien en general ni de lejos ni de cerca”. 

Y es, por tanto, esa mala visión de cerca el defecto más común, en una patología que empeora por el mal uso: “Hay en general un abuso del trabajo de cerca muy importante y se ha acentuado mucho en los últimos años, especialmente después de la pandemia. Y es que el niño, aparte de estar en clase todo el día tirados sobre el papel, cuando hay que trabajar con la espalda recta y a una distancia de los ojos de entre 33 y 40 centímetros, luego salen de clase y su medio de ocio, para la mayoría, son los móviles. Y si es adolescente se va a la cama a ver películas o TikTok con el móvil pegado a 10 o 15 centímetros y encima a oscuras. Porque si estás a oscuras, en ningún momento descansas la acomodación”.

Esta llegada de las nuevas tecnologías y su utilización casi permanente en la sociedad es algo que no se escapa a los menores y que, para la salud ocular, supone un riesgo de empeoramiento. Puede pasar, por ejemplo, con los bebés a los que se les ancla los móviles en los carritos de paseo. “No pasa nada por que un día se lo dejes -explica la doctora Hoyos-. No es que los medios electrónicos sean malos, sino el abuso de la visión de cerca; es decir, no pasa nada por usar la Play, por ver la tele o por jugar en un ordenador. El problema es que todo lo que se aproxime más cerca de esos 30 centímetros obliga a aumentar la acomodación. Los niños tienen una capacidad de acomodación enorme, y si se acercan a diez centímetros acumulan muchas dioptrías, y eso es perjudicial”.

“También es perjudicial -advierte la facultativa- para el empeoramiento o desencadenamiento del estrabismo. Es una patología que de forma habitual, como tardísimo, aparece a los ocho años, y normalmente antes de los cuatro o cinco años. Cuando empecé a ejercer, hace 33 años, esto no lo veía, pero ahora a lo largo del año operamos a niños, adolescentes y jóvenes que se han mantenido estables toda su vida, y de repente se han descompensado con un estrabismo irreversible que hay que intervenir quirúrgicamente, y es por el abuso del trabajo de cerca”.

Con el comienzo del curso a la vuelta de la esquina hay que tener en cuenta que la vista puede influir negativamente en el rendimiento escolar de los estudiantes. “Menos de lo que se cree, no es tan frecuente”, matiza Belén Hoyos.

Esto lleva a pensar que la salud ocular no debe ser una asignatura propia de septiembre, sino que su revisión y la asunción de normas que eviten el abuso de la visión de cerca deben estar en el punto de mira de las familias en cualquier momento del año, con especial atención a la primera infancia y con una vigilancia permanente hasta la adolescencia y juventud.

Hoyos resume los puntos claves de la revisión ocular de los menores: “Sería muy importante, entre los 4 y 6 años, llevar al niño al oftalmólogo. Eso, creo yo, debería ser obligado. Los niños se deben graduar en el oftalmólogo porque su poder de acomodación es tan grande que engañan, pero no voluntariamente, sino que el ojo está todo el rato acomodando y la graduación no es estable. El oftalmólogo dilata la pupila de los niños para graduarlos, para no hacer graduaciones erróneas”.

Esta revisión, unida al control del niño sano en la consulta del pediatra a los cuatro años, sirve para sentar las bases de una buena visión en los niños: “Si ya tiene una revisión hecha a esa edad y está todo bien, las hipermetropías no aumentan; al contrario, disminuyen. Lo importante es la primera infancia como despistaje de patología, y el control en la adolescencia de los malos hábitos de visión”.

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