El último capítulo de la novela del librero
Juan Manuel Fernández | Librero
Juan Manuel Fernández ultima su jubilación para el 31 de mayo después de más de medio siglo de oficio y de 33 años al frente de la librería Manuel de Falla de Cádiz, que cambia de manos
"Para los clientes la librería es como una segunda casa"
La montaña rusa de las librerías
Todas las vidas son susceptibles de ser noveladas. Cada persona es original e irrepetible por mucho que nos empeñemos en diseñar arquetipos de comportamiento y de pensamiento como si el ser humano, a semejanza de un inerte robot, hubiera sido fabricado en serie. No hay dos personas iguales como no hay, por ejemplo, dos libreros iguales. Y si en Cádiz hay alguien, en este oficio de celestino literario, que se distingue del resto es Juan Manuel Fernández, un librero de raza que en estos días escribe las últimas líneas, el último capítulo, de su novela más particular, la que empezó en su Vejer natal con los cuentos que le leía su madre y que eclosionó cuando a los 13 años cayó en sus manos un volumen del Quijote que devoró con la impaciencia de un adolescente sin saber que aquella novela, que en muchos casos no entendía, iba a ser la que le permitiera escribir su propio relato vital, construido a partir de sus 51 años como librero y de los casi 34 años de vida de su enseña más original: la librería Manuel de Falla.
Porque Juan Manuel Fernández (Vejer, 1954) se jubila. El próximo 31 de mayo cerrará por última vez las puertas de su negocio en la plaza de Mina, que seguirá abierto como librería tras traspasarlo a manos gaditanas, y dejará atrás ese medio siglo de servicial dedicación a las letras que arrancó cuando en diciembre de 1972 leyó un anuncio en Diario de Cádiz: “Importante librería necesita dependiente”.
Agustín Ollero, dueño de Mignon, eligió para el puesto a aquel joven sin estudios universitarios pero entregado desde niño a la fascinación literaria. Un empedernido lector que desde enero de 1973 se puso al servicio de otros lectores en aquella también histórica librería que por entonces despachaba su mercancía en el número 2 de la plaza de Mina, justo el mismo lugar en el que en apenas dos semanas Juan Manuel pondrá el punto final a su felicísima novela.
Y es que Fernández ha sido monaguillo y fraile. Cinco años después de su llegada a Mignon, en enero de 1978, aplicó un paréntesis a su vida de dependiente librero para ejercer de comercial de una distribuidora literaria. No lo hizo por convencimiento, como reconoce con franqueza, sino porque “ganaba más dinero y estaba intentando reunir para casarme”. Aquella aventura duró poco. En 1980 regresó a la tienda en la librería que José y Pedro Rivera regentaban en la calle Feduchy: Libros Cádiz. Después de otros dos años con ellos, Agustín Ollero volvió a acordarse de Juan Manuel y le ofreció regresar a Mignon.
Era 1982 y Juan Manuel aceptó con algunas condiciones. En 1984, la librería abandonó aquel pequeño local y se instaló en el número 13 de la misma plaza: “Se pasa de un local de 50 metros cuadrados a otro de 300 metros cuadrados. Fue una de las primeras librerías informatizadas de Andalucía y, para mi parecer, el mejor local de librería que ha habido nunca en Cádiz. El espacio de Mignon era diáfano: 300 metros cuadrados dedicados al libro; entrabas en la librería, que era profunda y amplia, y la veías prácticamente toda”.
Pero fue en 1989 cuando esta particular novela giró su trama para siempre. Juan Manuel y Mari, su esposa, dieron un vuelco a su vida y se embarcaron en el proyecto que hasta hoy les ha tenido entretenidos: la apertura de una librería propia. Recuerda Juan Manuel que su primera intención fue hacerlo en Puertatierra, pero que las casualidades lo llevaron a regresar al número 2 de la plaza de Mina, justo donde antes estaba Mignon y donde había empezado sus andanzas como librero: “Las casualidades hicieron que, sin buscarlo, viniéramos a este local en el que había estado Mignon y que se traspasaba. Lo cogimos después de mucho pensarlo porque yo no quería hacer competencia con Mignon. Pero yo, que había prestado allí muchos años entregándolo absolutamente todo y dejando un nivel de ventas altísimo, entendía que tenía libertad para tener algo propio mirando por mí y por mi familia”.
¿Y el nombre? Surgió de una conversación con el amigo Eleonor Domínguez, editor de Sílex, que le ofreció varias ideas hasta que surgió el nombre de Falla y a Juan Manuel se le encendió la luz de la historia: “Ya está, Manuel de Falla”. Justo al lado de la casa natal del genial compositor gaditano. Juan Manuel Fernández escribió a Isabel de Falla, sobrina del músico, para solicitar permiso para usar el nombre, permiso que concedió con la única condición de que no se formara una sociedad con el nombre del creador de ‘El amor brujo’.
Así llegó diciembre de 1991. La librería Manuel de Falla abrió sus puertas y pronto fue ofreciendo a sus clientes el sello personal e intransferible de un librero distinto, ese librero de antaño que conoce el paño como nadie y que es capaz de permutar en amistad la simple relación comercial entre el cliente y el dependiente.
A base de horas de entrega y dedicación, entre 10 y 12 horas al día, Juan Manuel y Mari fueron construyendo este espacio de felicidad literaria que tanto les ha aportado: “Dedicar tantas horas a esto es muy difícil si no hay una compensación emocional que, con creces, nos la han dado una gran cantidad de amigos que nos han arropado, nos han apoyado en todo momento, nos ha comprado libros y han permitido que la librería haya evolucionado tanto en el sentido práctico del mantenimiento de la propia librería como de la parte emocional. Gente que viene con asiduidad o que viene de vez en cuando y que nos ha demostrado un afecto que nos ha compensado toda esa lucha y todas esas horas para llevar la librería adelante”.
Por eso Juan Manuel Fernández anda presto en la conversación para firmar un sentido, aunque pueda sonar protocolario, capítulo de agradecimientos: clientes, amigos, escritores, responsables de administraciones públicas y entidades culturales de la ciudad, proveedores... Para todos tiene Juan Manuel una sincera palabra de agradecimiento porque han formado parte de este camino comercial que le ha permitido mantener durante casi 34 años “una librería de fondo” que ha atendido “una gran cantidad de pedidos”, con “gestiones complejas” y que ha llegado a organizar hasta “125 actividades literarias al año” en colaboración con entidades públicas y privadas.
“Es obligado hacer un agradecimiento generalizado a todas las personas, a los organismos, a los representantes de esos organismos porque gracias a esas relaciones ha permitido que la librería Manuel de Falla haya superado 33 años de vida, de poder atender tantas cuestiones como el libro precisa. Porque el libro es muy bonito de trabajar, precioso, pero al mismo tiempo es muy exigente”, insiste Juan Manuel.
Y el librero vejeriego pone dos ejemplos vividos no hace mucho tiempo, cuando la clientela ya era consciente de que la librería cambiará de manos y que no será Juan Manuel quien les atienda en un futuro: “Un amigo que se marchaba y que no volvía ya a Cádiz antes de nuestro cierre salió de la librería con la cara mirando hacia la plaza de Mina y con la mano diciendo adiós porque no quería que yo viese que iba llorando... Y un chico de Cádiz que trabaja en China, que viene dos o tres veces al año: y la última vez que vino, entró, empezó a recorrer la librería muy despacio, estante por estante, sin hablarnos, unos 20 minutos... Y cuando llega a la mesa donde estaba yo, me dice: ‘Bueno, ya me he despedido de la librería; ahora me voy a despedir de ti’. Y nos dimos un abrazo emocional”.
“La librería -explica Juan Manuel- llega a tener personalidad propia, llega a ser un ente al margen del libro, aunque el librero le haya dado cuerpo; pero para el lector, para el buen lector que sabe valorar los fondos que ha encontrado en nuestra librería, ésta llega a tener entidad propia. Son dos ejemplos, pero habría miles”.
También ha tenido esta novela capítulos amargos, tramas inesperadas que han sacudido las vidas de sus protagonistas sin esperarlo ni merecerlo. Como la muerte de Manuel Romero Toledo, la persona que durante tantos años les acompañó como dependiente en esta aventura librera y que marchó, azares del destino, un Día del Libro de 2017. Aquello, aquella pérdida inesperada y cruel, condicionó el futuro como también lo fue modelando tanto la crisis de 2008, la que se llevó por delante como recuerda Juan Manuel “más de 3.500 puntos de venta de libros al por menor en España”, como la pandemia, que la librería afrontó con viveza y que, explica Fernández, “vino a reforzar la lectura en papel de una manera brutal. Nosotros, en 2021, aumentamos las ventas un 25% respecto a 2020 y a 2019, el año prepandemia”.
A la espera de la firma final del traspaso, serán personas que hicieron su licenciatura de Historia en la Universidad de Cádiz, una de ellas Carlos Porras, quienes cojan las riendas de esta histórica librería, que vive en este mes mayo un ritmo frenético de devoluciones de fondos, visitas de clientes que quieren despedirse y de escritores gaditanos que agradecen también el trato recibido en la casa.
Juan Manuel y Mari van haciendo todas las gestiones para ir vaciando la librería: “Queremos devolver todos los fondos, tenemos muchos depósitos que son como libros prestados y tengo que ser responsable de ese préstamo. Tengo que devolver a estos proveedores sus libros, y no puedo dejar eso a una tercera persona. La responsabilidad es mía. Lo que no quería era sumar la cuantificación de estos libros nuestros a un costo para las personas que van a coger la librería y que la cantidad fuese mucho más alta”.
Ríe Juan Manuel cuando se le pregunta, aprovechando que las andanzas de Alonso Quijano fueron las que despertaron el interés lector en su juventud, si el oficio de librero tiene más de Quijote o de Sancho: “El oficio de librero, desde mi punto de vista, es una mezcla de Quijote y de Sancho, de idealismo y de pragmatismo. Tiene que serlo porque si no, la librería no tiene continuidad. Ha habido mucha gente que ha abierto como Quijote y su recorrido por la Mancha ha sido muy corto y se ha tenido que bajar de Rocinante en poco tiempo. Tienes que tener una dosis de pragmatismo alta; en definitiva, los libros tienen un coste, que es distinto de un valor, muchos libros tienen un coste muy alto y tú tienes que gestionar ese alto coste y tienes que responderle a la gente que te los envía. Tienes que hacer tus pagos y una caja diaria que te permita tener continuidad comercial en el negocio. Pero yo siempre lo he hecho con una visión, la de dar a los lectores una selección bibliográfica de calidad donde se seleccionara la mayor y mejor parte posible de lo publicado en las editoriales españolas. Nuestra librería ha sido una librería de fondo donde el lector que ha entrado ha valorado los libros que se ha encontrado. Y aunque sólo venga a Cádiz en verano, hay gente que pasa por la librería. He intentado mantener la parte económica sustentada en una oferta libresca de interés”.
Y ahora que Juan Manuel, que tendrá más tiempo para su familia, sus nietos y para él mismo, escribe las últimas líneas del último capítulo de su original, particular e irrepetible vida de librero, es oportuno conocer si su novela tendrá el final soñado: “Pues sí, es el final soñado. ¿Que me gustaría estar rodeado de mucha más gente del que me rodea hora y que se marchó?; pues claro que sí. Pero el tiempo ha pasado y el transcurso de la vida te quita y te da. La novela ha sido muy intensa, pero creo que ha estado bien escrita. Ha tenido todos los componentes de una novela que al final cuando la terminas de leer, tienes que respirar hondo”.
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