El virus enmudece el escenario

Enfoque de domingo | La cultura gaditana ante la pandemia y sus restricciones

Las consecuencias del coronavirus azotan con especial fuerza a un sector, el cultural, que vive del público y de las concentraciones en ocasiones masivas

El guitarrista flamenco Joaquín Linera, Niño La Leo, en una de sus clases particulares con las que compensa el bajón de actuaciones en directo. / Julio González

Pocos sectores sociales y productivos están escapando de la crisis causada por la pandemia de covid. Las restrictivas medidas que los gobiernos de todos los colores posibles están tomando para hacer frente al problema principal del momento, la salud de la humanidad, están arrastrando consigo a negocios cuyos cimientos se han visto removidos hasta afectar directamente a las personas, responsables y empleados, que los sustentan. Pero hay un sector, el cultural, el mundo del espectáculo y la escena en todas sus vertientes, de la creación artística, que está sufriendo esta crisis de una forma especial. No es momento, desde luego, de establecer una clasificación cuantitativa de daños y perjuicios para ver quién, tristemente, la encabeza, pero quizás sí se ofrezca la oportunidad de analizar las consecuencias cualitativas de una crisis que está apagando la luz de la cultura, un virus antisocial, y sus derivadas restricciones, que silencia y enmudece un escenario acostumbrado a vivir del calor del público, del aplauso que ahora no se escucha y que, en muchos casos, amenaza con echar el telón por algo más que una temporada.

La realidad, apenas se pulsan los testimonios de algunos artistas, es que hay gente que lo está pasando mal, física y también psicológicamente, aunque también hay otros que están capeando el temporal con las mínimas programaciones que salen adelante, la mayoría de las veces al resguardo de lo público, y otro grupo que habrá tenido que echar mano de una segunda actividad para paliar el vacío económico. Nada nuevo, evidentemente, en comparación con otros sectores, que no se trata aquí de izar unas banderas de socorro por encima de otras.

Pero, al mismo tiempo, las reflexiones de personas acostumbradas a sacar adelante proyectos culturales de cierta enjundia, y en la mayoría de las ocasiones desde el sector privado, revela que la cultura puede estar sufriendo esta crisis de una manera muy diferente, a veces incluso en mayor medida que otros sectores, porque hay un problema de raíz: la escasa solidez de un sector que ya desde antes, desde mucho antes incluso de que supiéramos situar Wuhan en un mapa, está muy poco organizado y no cuenta con una estructura sólida que sirva para capear, precisamente, momentos tan duros como los actuales.

De esa opinión, por ejemplo, es Pedro Fernández, responsable de la Asociación Qultura de Cádiz y organizador de ciclos de jazz y música clásica en la ciudad: “Me da la sensación que lo que ha puesto de manifiesto esta crisis es la debilidad y la precariedad de la estructura del sector cultural. Que ya existía y no se han puesto medidas, no se ha solidificado el sector. Frente a cualquier incidencia, no solo esta, lo sufre más que otros sectores. Por un lado, porque por su propia naturaleza el covid evita la reunión de las personas, pero por otro porque no hay una estructura que permita hacerle frente a este fenómeno con una cierta solidez”.

Se refiere Fernández, entre otras cuestiones, a la cultura como industria, como la estructura empresarial que debiera ser y apenas lo logra, una circunstancias que la aleja, a su modo de ver, de determinadas ayudas y deja por tanto su futuro en el aire: “Cuando se han planteado las ayudas a pequeñas empresas, que también podían haber beneficiado a la cultura y a los músicos, no han valido. Un taller por ejemplo, sí, porque está dentro del sistema, tiene una estructura laboral definida, tiene unos proyectos empresariales. ¿La cultura? No hay empresas, no son sectores que estén con proyectos definidos y tal, salvo lo que tiene que ver con la Administración”.

“La cultura, desde el punto de vista privado, ha sido un año pasado en blanco tanto para la producción, para intérpretes, para público, seguramente porque esa estructura privada de la música, que no tiene que ver con la administración sino con la producción, no ha madurado lo suficiente a lo largo de los últimos años como para hacer frente con fondos propios o con una estructura empresarial mínima al golpe que representa que, de pronto, no puedas convocar a tu público”, continúa reflexionando Pedro Fernández.

En una línea similar se expresa el promotor musical gaditano Faly Hermida, profundo conocedor de la organización y producción de conciertos de gran formato y festivales. Incide en la misma raíz del problema de fondo, aunque añade alguna peculiaridad propia de su especialización: “Se acentúa un poco el problema porque veníamos de un sector que vive permanentemente en crisis, un sector que no está profesionalizado, que no está articulado, no tienen leyes claras donde mirarse, y una situación de pandemia saca a relucir todas las carencias. Los espectáculos en directo han caído, y venimos arrastrando problemas endémicos del sector, como la incursión últimamente de seudopromotores que vienen del mundo del ocio, de la noche, y que de repente hacen conciertos y se dedican a promover música bajo el paraguas de la cultura que, realmente, no les corresponde. De alguna manera, habría que empezar a distinguir lo que es cultura del ocio. Y al contrario, a veces también el mundo de los conciertos se mete en lo que es el ocio nocturno demonizando lo que es la música en directo, que no tiene mucho que ver con esto”.

En estos momentos, el virus ha detenido en cierto modo la programación de los grandes conciertos, cuya masificación choca de lleno con las restricciones de aforo que la pandemia provoca. Pero la diferenciación entre el sector público y el privado deja al menos un resquicio en el que actuar, aunque sea con actuaciones de pequeño formato: “Se siguen haciendo conciertos y hemos tenido que acudir de alguna manera al resguardo de las administraciones públicas, sobre todo de los ayuntamientos, que algunos han sido valientes, han movido ficha y siguen programando en los teatros y espacios públicos. Desde el sector privado la organización de un concierto en estos momentos es bastante inviable. Bajo el paraguas de la administración pública, y en la obligación que creo que tienen de destinar recursos a la cultura, algunos han seguido programando aunque no con la misma intensidad. Parado en seco no está, sí la iniciativa privada y los grandes eventos”.

En este punto, Faly Hermida destaca que quizás ha llegado el momento de hacer de la necesidad virtud, de aprovechar esta crisis para repensar un modelo de conciertos, el de los grandes festivales como el No sin Música que promueve junto a otros socios, que es posible cambiar. “Ese tipo de formato –explica Hermida– creo que va a sufrir una revisión profunda de modelo de espectáculo. La incertidumbre está en ver qué va a pasar después de que todo esto pase. Esa vieja normalidad que todos esperamos. Y, sobre todo, cómo vamos a volver. Veo imágenes de atrás, de grandes eventos, todos pegaditos, y me cuesta mucho trabajo verlo ahora. Me imagino que volveremos, pero lo veo bastante lejano. Están apareciendo nuevos modelos... habrá que revisar el formato. La música en directo no va a parar, pero sí hay que revisar los modelos que, quizás, también estaban un poco agotados. Nos toca a nosotros mismos hacer una revisión”.

¿Y los artistas? El cineasta y escritor gaditano José Manuel Serrano Cueto aporta una clave que aplica, al menos, a las personas que se dedican al cine y al teatro en sus múltiples facetas, un mundo que conoce bien: “A nivel psicológico esto nos está dejando muy mal, son muchos meses ya y no le vemos el final. Cuando cogemos un poquito de aire, vuelve a ir mal, y ya están hablando de la cuarta ola cuando aún estamos en la tercera”. Con un proyecto de documental en marcha, que espera empezar en junio, y una obra de teatro propia que debía haberse estrenado en marzo del año pasado en Madrid, Serrano Cueto conoce de primera mano el silencio de los escenarios y el golpe moral que para este colectivo supone “el parón, no verle un final y, además, no recibir ayudas como en otros sectores”. Una cultura, abunda Serrano Cueto, que “ha demostrado que es segura, no hay brotes asociados a la actividad en los distintos espacios culturales”.

Pedro Fernández, de Qultura, explica que no hay demasiados profesionales de la música clásica en Cádiz y su provincia. Hay músicos, sí, pero no formaciones estables: “Ninguno de los grandes proyectos que había alrededor del tema de la música ha cuajado. No hay una orquesta sinfónica o de pequeño formato, no han cuajado, salvo los apoyos a la Álvarez Beigbeder en Jerez. Ha habido proyectos que nunca han tenido la suficiente cobertura como para poder estabilizarse. Los músicos profesionales se agrupan en ensembles que son muy variables”.

El promotor Faly Hermida también pone el acento en los músicos profesionales, que son “los que lo están pasando mal porque la música es su primera y única actividad. En la provincia hay muchos músicos, músicos profesionales que de repente han visto cómo se han parado giras completas o que acompañan a artistas que han reducido su formato, que han girado bajo mínimos, en formatos muy reducidos. También hay muchos músicos y muchos grupos que no son profesionales con actividad única, me imagino que irán tirando con otras cosas”.

Particular es el caso del mundo del flamenco. Hace ya unos meses que la Unión Flamenca, una asociación que agrupa y defiende a artistas flamencos de toda España, hizo público un informe en el que se afirmaba que el 42% de los artistas tendría que abandonar su carrera profesional si la situación creada por la pandemia, con un freno casi absoluto a los espectáculos, se prolongaba durante mucho tiempo. Eso fue en noviembre y las duras condiciones de entonces, apenas aliviadas en 2020 por el paréntesis estival, no han cambiado.

Cantaores, bailaores y tocaores se han visto más que afectados por la pandemia que ha cerrado tablaos, espacios flamencos y peñas y que, por tanto, ha provocado cancelaciones de espectáculos y festivales en todo el país. En Cádiz, una provincia que según esta asociación es la tercera en número de artistas flamencos después de Granada y Sevilla, muchos han tenido que recurrir a una segunda actividad o, también, a dar clases particulares de guitarra como es el caso de Joaquín Linera, Niño la Leo, un tocaor acostumbrado a actuar varias veces a la semana en condiciones normales.

En todo caso, el zarandeo que esta crisis pandémica está dando al mundo cultural, y en especial al mundo del espectáculo y las actuaciones en directo, no deja de ser también una oportunidad para cambiar de una vez por todas el modelo cultural, la política cultural de un país, una autonomía o una ciudad (pongamos el nombre que pongamos a cada cual) que no acaba de concretarse por lo general en proyectos estables sino que, muchas veces, bailan al son de los gustos e intereses del responsable político de turno.

Un mundo precario, también con cuotas importantes de economía sumergida, que precisa de una estructura más potente, más firme, de una organización estable que permita hacer frente a este tipo de crisis, para cuando llegue, de una manera más efectiva. Ya pasó en 2008, cuando aquella crisis entonces puramente económica también afectó, y de qué manera, al mundo de la cultura. Entonces el IVA era un problema, pero no el único problema.

Pedro Fernández anima al sector a ver el lado positivo de lo que está ocurriendo: “Deberíamos sacar conclusiones y en ese orden de cosas, deberíamos pensar cómo se pueden crear estructuras que doten de una cierta estabilidad a la programación cultural. El año entero que queda por delante habrá que sortearlo echándole voluntad, pero deberían sacarse conclusiones en el mundo de la cultura, en qué ha fallado, que lo que le ha dado cobertura a otros sectores no se la ha dado a la cultura. Puede que no hayan existido muchas ayudas, pero por otro lado las que había no han caído sobre un terreno preparado para recibirlas”.

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