Buran y el monstruo

Galería del Crimen | Capítulo 12

Miguel, un jubilado de 78 años de apariencia pacífica pero con un terrible pasado, confesó a la Policía que mató y descuartizó a la mujer y arrojó sus restos a un pozo

Viaje al interior de la bestia

Ilustración de Buran y el pozo donde fue encontrado su cadáver. / Miguel Guillén
Pedro M. Espinosa

06 de julio 2024 - 07:00

Cádiz/Los monstruos resisten bien el paso del tiempo. Los años les conceden una pátina de honorabilidad de la que siempre han carecido y que les permite esconder su verdadera naturaleza. Porque quién va a pensar que un jubilado de 78 años, cuya principal ocupación es cuidar de su huerta, sea capaz de golpear con una machota a una mujer, acuchillarla hasta la muerte, desmembrarla, meterla en bolsas de basura, arrojarla a un pozo ciego y cubrirla de escombros únicamente por el hecho de haber desobedecido la orden de no fumar en su casa. Esta es la historia de Buran, una mujer a quien la vida se le puso cuesta arriba desde bien pronto y que, en el colmo de la desgracia, le tenía preparada una última desgracia con nombre de arcángel.

Buran Forouzan nació en Irán y tenía 64 años cuando Miguel, su asesino, la conoció. Podría decirse que su existencia no era sencilla. Había ido malviviendo desde que llegó a España hacía un tiempo por sus problemas con el alcohol. Buran, que residía en un albergue municipal de Jerez, se había distanciado de su hija hasta el punto de perder todo contacto. Con quién sí mantenía una relación fluida era con una hermana que residía en otra comunidad autónoma y a la que llamaba por teléfono con regularidad. De hecho fue esta quien alertó a la Policía Nacional de su desaparición. Porque el rastro de Buran se pierde el 6 de julio de 2023 y su cadáver no aparece hasta el 25 de agosto. Durante ese mes largo los agentes no tienen dudas de que ha corrido la peor de las suertes posibles.

Buran conoce a Miguel en un parque de Jerez. El pacífico jubilado de 78 años se mantiene en buena forma y le gusta el sexo. De hecho, le gusta mucho el sexo. Tanto que se ha gastado un dineral en una muñeca sexual hiperrealista que le calienta la cama. Pero además tira la caña a mujeres que se encuentran en situación vulnerable. Presas fáciles para un depredador que caza en solitario. Mujeres que viven en la calle, con problemas de adicciones, con vidas complicadas. Mujeres a las que manipular. Algo tuvo que ver Buran en los ojos de Miguel para que ese 6 de julio en que la tierra se la tragó enviara un mensaje de audio a través de su teléfono móvil a su hermana y le contara que se había citado con un hombre que no le daba buena espina. “Te llamo en un par de horas”, le dijo. Fue la última vez que escuchó su voz.

La llamada no llega. Su hermana se teme lo peor. Los agentes del Grupo de Desaparecidos de la UDEV Central son conscientes de que no están ante una marcha voluntaria. Se enciende la alarma de la experiencia. Empiezan a investigar por el albergue donde vive Buran. Así descubren que ha tenido varias riñas con otras personas sin hogar que habían buscado refugio bajo el mismo techo. Esa es la primera hipótesis, pero tras contactar con la hermana de Buran todas las miradas se centran en ese hombre con el que había quedado y con el que su sexto sentido le decía que debía tener cuidado.

La Policía hace su trabajo y sitúa a Miguel en la órbita de Buran. Los agentes descubren que en los últimos meses han quedado varias veces y que el hombre le ha entregado algo de dinero a la mujer a cambio de esporádicos encuentros sexuales. Cuando los agentes le aprietan Miguel reconoce que conoce a Buran, pero niega cualquier contacto carnal. Le preguntan si vio a Buran el 6 de julio, justo el día en que se le pierde la pista, y este reconoce que estuvo en su casa pero que luego la llevó a la zona de Hipercor y que no ha vuelto a verla. La Policía busca en las cámaras de seguridad de la zona pero Miguel no aparece por ningún lado. Tampoco Buran. Ella no ha estado allí y su teléfono móvil tampoco. De hecho, la última señal del terminal la sitúa en la casa del jubilado. Es la última persona que ha visto con vida a Buran. Miguel acaba de convertirse en el principal sospechoso.

Un pasado oscuro

Toda vez que la Policía fija su objetivo comienza un examen pormenorizado de su vida. Todos tenemos un pasado, y el de Miguel no es cualquier pasado. Rascando un poco descubren que el afable jubilado que cuida de sus plantitas como si fuera el padre Mundina pasó 22 años en la cárcel después de matar a un inmigrante con el que tuvo una discusión en un bar de Almería. Los investigadores comprueban su pasado violento y que antes de este crimen ya intentó asesinar en dos ocasiones a su ex mujer, con la que tiene cuatro hijos.

Miguel estuvo en la cárcel hasta 2019 y tras recobrar la libertad decidió alejarse de Almería y fijar su residencia en Jerez. Aseguran que tras la desaparición de Buran viaja a Almería e intenta visitar a su ex pareja. Uno de sus hijos le pide que se aleje de ellos. Miguel se pone farruco y le amenaza. “Ten cuidado conmigo”, le dice.

Pasan las semanas y Buran no aparece. La Policía tiene un sospechoso, pero necesita que dé un paso en falso, que se ponga nervioso. Y para ello hay que saber jugar la partida. Piden colaboración ciudadana en las televisiones. Se muestra la imagen de Buran, con su pelo corto rubio, con media sonrisa y atuendo deportivo, esperando aún que la vida le dé otra oportunidad. Confían en que Miguel mueva ficha. Y esto llega en agosto.

La Policía vigila de cerca sus movimientos. Por eso les llama la atención que en uno de sus paseos en bicicleta se desvíe de la carretera que lleva a su huerto y tome hacia El Cuervo. Es una zona amplía, con muchos pozos. La triangulación de su teléfono no es fácil. Es un enclave rural con pocos repetidores. No pueden fijar su posición sin margen de error, pero rastrean el espacio con perros de la unidad canina. No hay suerte.

El pozo donde fue hallado el cuerpo sin vida de la mujer. / Miguel Ángel González

Hay que estrechar el cerco. Así que la Policía pone a varios hombres sobre la pista de Miguel. No le dejan ni a sol ni a sombra. Se camuflan. Se mimetizan. Mientras, el caso de Buran cada vez ocupa más espacio en los medios de comunicación. Un día el jubilado vuelve a darse un garbeo. Será su último paseo en libertad. Toma el camino de El Cuervo nuevamente pero se desvía hacia un paraje conocido como el Cortijo de la Ducha. Le ven de lejos acercarse a un pozo ciego que se encuentra escondido tras unos matorrales y tirar unas piedras. Cuando se marcha los agentes corren hacia el lugar. Abajo distinguen cuatro bolsas de basura con piedras encima. El olor les dice que han encontrado lo que están buscando.

La confesión

Tras la detención Miguel se mostró frío. El disfraz de amable abuelito hace tiempo que se desprendió de su piel. Responde con dureza a las preguntas de la jueza durante la reconstrucción de los hechos, que se lleva a cabo junto al mismo pozo al que tiró los restos de Buran. Les dice a los agentes que después de tener sexo la mujer le pidió 500 euros y que, tras negarse, le amenazó con denunciarlo por violación. Los policías no le creen. Cuenta que Buran quería fumar y él no la deja hacerlo dentro de la vivienda. La manda a la azotea y ella obedece. Fuma tranquila hasta que Miguel llega por la espalda con una machota y le propina unos golpes en la cabeza que la dejan malherida. Luego la apuñala en el torso varias veces. Después la descuartiza, la mete en bolsas de basura, la introduce en su coche y la lleva hasta el pozo en que se encontraron los restos. Relata la secuencia de los hechos tranquilo y frío. Los policías que están con él recuerdan que va calentándose y que cada vez contesta con más furia a la jueza. Su mirada se enciende. El cazador ha sido cazado.

Ya en la cárcel Miguel se ha negado a volver a hablar de aquel 6 de julio en que su naturaleza violenta volvió a salir a relucir con la fuerza de un tsunami sangriento. En el registro de su casa la Policía, además de la muñeca sexual, encontró objetos personales de diferentes mujeres. Los vecinos les contaron que Miguel trataba a la muñeca como si fuera su pareja. Una esclava sexual de látex en la que poder volcar su lujuria sin frenos. Hay monstruos que no debieran relacionarse sino con muñecas.

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