Antonio Hernández, el oriundo de la cuna de poetas
El escritor murió ayer en Cádiz a los 81 años
Muere el poeta de Arcos Antonio Hernández
Conocí a Antonio Hernández allá por el año 1993, gracias a nuestra común amiga Isabel Oñate, que sabía que yo estaba investigando sobre la revista Alcaraván y la obra del también autor arcense Julio Mariscal. Fue en el Parador de Arcos, sobre la Peña. Quizá fuese mi juventud y mis inquietudes las que le llevaron a mostrar una generosidad sincera a mis preguntas y las respuestas de su parte no se hicieron esperar. Antonio siempre confesó públicamente su amor por la obra de Mariscal, cuando casi estaba condenada al olvido.
A partir de ahí, pudimos compartir encuentros y poesía. De hecho, en 2014 y cuando presentamos en Madrid La obra completa de Julio Mariscal, no dudó en acompañarme en la presentación. Posteriormente, participé en el homenaje que le brindó la Universidad de Cádiz en 2015 al amparo de José Jurado Morales y celebrado coordinadamente con el Centro Andaluz de las Letras siendo entonces su director Juan José Téllez. Y cuando ya pasaba más temporadas en Puerto Real que en Madrid, nos visitó en más de una ocasión en la asociación de Amigos de Quiñones cuando nuestra sede se encontraba en el baluarte del orejón junto a la puerta de La Caleta.
Pero vayamos a su obra, Hernández buscó siempre que se reconociera su faceta literaria amplia, no solo por su poesía sino por su narrativa e incluso por sus ejercicios de crítica literaria y sus trabajos de flamenco. La dilatada obra de Antonio Hernández ha sido reconocida con un importante número de prestigiosos premios: Premio de la Crítica de Poesía, Premio Andalucía de Novela, Gran Premio del Centenario del Círculo de Bellas Artes, Premios Rafael Alberti, Gil de Biedma, Miguel Hernández o Tiflos de poesía, entre otros.
De la misma manera, su temperamento de intelectual comprometido con la cultura de su época le llevaron a ser jurado permanente de diversos premios tanto de poesía como de narrativa, y es presidente de honor de la Asociación Andaluza de Críticos y Escritores y miembro de las directivas de Cedro y de la ACE. La totalidad de su trayectoria ha sido reconocida con el Premio Andalucía de la Diputación Provincial de Almería, el Premio Ciudadano que otorga la Asociación de Entidades de Radio y Televisión Digital o el Premio Valencia de Literatura de la Diputación Provincial de Valencia. Está traducido, como poeta y como narrador a veintidós idiomas, entre ellos los cuatro latinos peninsulares –gallego, portugués, catalán y valenciano–, francés, italiano, inglés, ruso, serbio, árabe, chino y coreano. Hijo Predilecto de su pueblo natal, Arcos de la Frontera. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2014 por Nueva York después de muerto.
Pertenece a lo que la crítica ha denominado generación o grupo de los sesenta, Antonio Hernández es un poeta que ha cultivado la memoria de la infancia, el lirismo y la emoción, siempre matizados o contenidos por el lujo verbal, el gusto por la precisión expresiva y formal y un profundo sentido del ritmo.
“Liza”: Junto a Cristóbal Romero, y José Antonio Rosado Arroyal entre otros, crea y dirige el grupo y la revista Liza en Arcos de la Frontera junto a José María Velázquez Gaztelu que se publicó allá por el año 1961 y que es donde está el precedente de la obra poética de Antonio Hernández. La revista alcanzó cinco números. Unos cuantos poemas para convencernos de que el joven poeta de Arcos llegaría lejos. Esta revista sería el precedente de su primer poemario: El mar es una tarde con campanas (1965), al que seguirían Oveja negra (1969), Donde la luz (1978), Metaory (1979), HomoLoquens (1981), Diezmo de madrugada (1982), Con tres heridas yo (1983), Compás errante (1985), Indumentaria (1986), Campo lunario (1988), Lente de agua (1990), Sagrada forma (1994), Habitación en Arcos (1997), El mundo entero (2001), A palo seco (2007), Insurgencias (2010), Nueva York después de muerto (2013)…
Los temas en la obra de Antonio Hernández serían el recuerdo, el pasado y el presente, aunque otro elemento es la reivindicación del territorio: en sus libros la patria natal, Arcos de la Frontera y por extensión, el sur, Andalucía, el tercer elemento es el Yo Lírico.
La poesía de Antonio Hernández nace de la convicción del sentimiento y la conmoción. Asciende su plétora de humanidad y surca los inframundos, las quimeras, las sombras huidizas, el dulce bálsamo de la infancia, la curiosa y definitiva prótesis de la muerte. Posee la costumbre de las paradojas y las antítesis y mira hacia la profundidad de lo onírico, hacia la majestuosidad de la palabra no dicha. Su poesía le permite construir el tiempo, esa fábula en la que se han desvestido tanto Jorge Manrique como Antonio Machado, dos de sus valedores, dos de sus guías más afamados. Sabe que nacemos para crear nuestra historia personal y hacerla única. También su poesía aspira a ello en ese encuentro con la palabra translúcida, con su historia de insurgencias y valores. Siempre existe mucho de construcción de una historia personal en su lírica, una historia del corazón, una sumisión a Andalucía, al ámbito familiar, a sus afectos y a sus derrotas. Su poesía no puede permanecer ajena al pellizco del estremecimiento, de la emoción y a la cargazón de lo vital que rezuma una pasión encontrada. Pudo aspirar a la síntesis y a la contención pero su destino es la recreación verbal, los periodos oracionales largos que se consumen en la búsqueda intuitiva de los resortes que configuran una poesía sólida, pensada, amorosamente dúctil y cercana al corazón amplificado. Un corazón “rebelde y tierno”, como dice en el poema XIV de Con tres heridas. Pero no podemos dejar al margen una tendencia promiscua a la esencia de lo que somos, a explicar la evolución vital bajo los resortes de la indagación personal, a convertir el poema también en la dignificación del día a día, de la cotidianidad y sus procesos creadores. Si bien es verdad que bajo la férrea mirada de la conceptualización de un discurso que se presiente abstracto desde la concreción personal.
Existe en su obra un constante compromiso cívico con los más débiles de los que forma parte y con la historia de un pueblo, el andaluz, sobre el que zigzaguea permanentemente, al que no olvida nunca y en torno al que genera una constante trascendentalización nostálgica de esa temática propia: Andalucía. Su infancia y juventud, que tanto debe a su pueblo, Arcos de la Frontera, no puede ser enajenada de su especial visión de Andalucía con quien camina de consuno y ha sido recorrida por la nostalgia y la pasión del ausente a través de sus versos dolidos y sentimentales.
Hernández afirmaba que “la función de la poesía es iluminar una zona oscura de la realidad. Por tanto, aunque los haya relevantes, como veremos, vale cualquier tema si el poeta está dotado para hacerlo trascender universalmente, lo que no quiere decir a todo el mundo porque no todo el mundo tiene el mismo grado deseable de capacidad perceptiva.
Otros críticos han señalado que el conflicto que subyace en toda la lírica de Hernández provoca un “extrañamiento” del yo y unas vías para superar este conflicto a través de:
1) Andalucía (se produce un proceso de fusión de identidad entre el hombre y su tierra).
2) El amor humano (el yo ensancha su espacio vital).
3) La palabra (verbalización del yo).
Así es evidente la centralización de los temas poéticos en torno a un yo que se mira y analiza, en un sondeo permanente, descubriendo su identidad conflictiva: la incertidumbre agónica, el vértigo del absurdo, la angustia del desdoblamiento continuo y la coexistencia dual, la extrañeza ante el misterio del propio ser. Esta minuciosa visión introspectiva del yo sumerge también al poeta en un clima de evocación y recuerdo como vía de aprehensión de partes de ese yo imnovilizadas en el pasado.
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