Joaquín Benítez
Luces y sombras en navidad
Crítica de arte
Eran los años ochenta de la anterior centuria, España se encontraba inmersa en un estamento existencial bastante turbulento. Se quería sacudir un tiempo pretérito que se necesitaba estuviese totalmente finiquitado. Había muchas ansias de dar pasos adelante en todo. Se era consciente de que la cultura podía ser un motor poderoso para conseguirlo. Los artistas levantaban la voz, querían conquistar una modernidad que se necesitaba para salir de la negrura impuesta; que lo que existía fuera llegase para quedarse y arraigar aquí. En algunos sitios, la voz se levantaba con mayor fuerza. La Movida madrileña fue una contundente caja de resonancias. No había vuelta de hoja y lo sombrío empezó a diluir sus perfiles en favor de unos paisajes con horizontes diáfanos.
La provincia de Cádiz, dinámica y apasionada, no perdió el tiempo. Había mucho interés por conquistar un tiempo nuevo y, además, existían muchos mimbres para ello. La Diputación de Cádiz apostó, desde un principio, por los postulados del arte contemporáneo y, desde ella, se puso en marcha un programa expositivo que fue importante y que abrió muchos caminos para que hasta Cádiz llegaran exposiciones de capital significación. Además, creó uno de los certámenes artísticos de mayor y mejor consideración que existió en aquel tiempo, el recordado ‘Aduana’. También las galerías, aunque no tenían, todavía, una función consolidada, empezaron su deambular y a Melkart le sucedió Benot que, en la calle Cobos, iniciaría una andadura que, aún, continúa en la avenida Ramón de Carranza.
Los arquitectos que, tradicionalmente, eran de conciencia artística más avanzada y de visión preclara para afrontar nuevas circunstancias, fueron en Cádiz de los primeros en asumir esa nueva realidad. En la sede de su institución se abre una sala de exposiciones, con una permanente programación, que levantaría mucha expectación y abriría los horizontes de un arte gaditano que quería y necesitaba mucho más de lo que había. Las muestras comenzaron a llegar a aquella ‘Aula Abierta’ fundada por José Luis Suárez Cantero, que era pintor, además de arquitecto. Así, poco a poco, fueron llegando exposiciones de autores de importancia; autores importantes de la zona junto a otros de calidad contrastada. Sin solución de continuidad comenzaron a hacerse presentes muestras de artistas importantes que ponían un sello de nuevo compromiso artístico. Nombres de buenos hacedores ocupaban la sede de la plaza de Mina; sobre todo, artistas arquitectos que generaban esa constante inquietud por una vanguardia que consolidaba la ansiada modernidad.
Los nombres de José Ramón Sierra, Juan Suárez o Gerardo Delgado, conocidos y respetados arquitectos colgaron sus obras en La Casa -así se la conoce a la sede colegial-, abriendo infinitamente las perspectivas artísticas para que esa dimensión plástica novedosa, que tanto se quería, fuese un hecho. Junto a ellos, otros artistas de cierta consideración; algunos, como Carmen Laffón, de muchísima consideración, fueron llenando serias y rigurosas programaciones que hicieron del Colegio de Arquitectos uno de los centros neurálgicos de aquella incipiente contemporaneidad artística gaditana. Aquellas exposiciones fueron el germen iniciático de la gestación de una incipiente colección de arte con obras que eran adquiridas a algunos de los artistas que exponían en la sala o que su obra despertaba un cierto interés. Una colección que respondía a los amplios postulados de la contemporaneidad.
Ahora, el Colegio de Arquitectos ha querido mostrar una selección de aquella feliz historia artística que se ha ido configurando a lo largo de estos años. Se ha gestado una exposición que viene a argumentar, además de la historia misma de la colección, los esquemas básicos del arte que se ha venido realizando en estas más de tres décadas. Así, el espectador se va a introducir en el ‘fondo artístico de la Casa’, encontrándose con la obra distinta, artística y conceptualmente, de autores que ofrecen credos, modos, idearios, filiaciones y argumentaciones absolutamente dispares y que responden a la abierta formulación de un arte de nuestro tiempo donde todos los planteamientos son aceptados como pertinentes en este paisaje artístico de tan dispar naturaleza. La pintura en sus más abiertas manifestaciones, desde una figuración oscilante entre los postulados ilustrativos de lo real -Hassan Bensiamar y Candi Garbarino- y la magia distópica de lo que se ha descontextualizado para mostrar episodios de sutil mediatez -Miguel Ángel Valencia y Javier Molina-; las sucintas manifestaciones de lo no concreto -Maruchi Molinero, Álvaro Patrón, José María Cortés, Laure Lachéroy y el grupo formado por Mónica Huang y María Varona; la escultura que genera posiciones diversas con lo tridimensional marcando estructuras compositivas dispares -Diego Ruiz Acosta, Sebastián Santos, Jaime Navarro y Tuti Márquez-; la absoluta plasticidad de la obra gráfica, con sus recursos materiales y sus ofertas episódicas donde el oficio es tan determinante -Fernando Bellver y Dimitri Papagueorguiu-; las amplísimas marcas definitorias de lo real en una fotografía que desentraña infinitos registros representativos -Manolo Laguillo y Joaquín Hernández, Kiki-; la fortaleza ilustrativa del diseño gráfico -Emilio Gil-; así como la contundente realidad plástica del determinante dibujo -Hernán Cortés-. Todo; en definitiva, desarrollando las abiertas formulaciones de un arte en absoluta expansión creativa.
El Colegio de Arquitectos de Cádiz abre sus fondos para definir los argumentos de un espacio y de un tiempo artístico con clara vocación de futuro. Nos encontramos con una exposición que se nos antoja fresca, que redunda en la plástica de nuestro tiempo; que, además nos reencuentra con la práctica de unos artistas que, todavía, están diciendo mucho en el panorama artístico actual y que pone en evidencia la buenas disposiciones de una institución que supo, sabe y quiere apostar por la creación artística.
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