Vida en La Casería aun sin casetas
Vecinos, hosteleros y asiduos de la playa y de este típico enclave hablan del primer verano tras el derribo de las construcciones y del potencial que mantiene el lugar
Reclaman que los planes de mejora previstos se ejecuten
El paisaje ha cambiado, más amplio, abierto, con más luz, por lo que su encanto sigue intacto
San Fernando/"La zona de La Casería se debería potenciar más porque es muy bonita. No todos los días, pero incluso tendrían que hacer cosas en invierno". Isabel reflexiona sobre el barrio, sobre la zona de la playa, que este este año ha vivido un verano diferente, sin las casetas de colores que tanto llamaban la atención, y a pesar de ello sin perder el encanto que ofrece este rincón de San Fernando. Es la opinión de los vecinos, pero también de los hosteleros que ven como siguen atrayendo a su clientela, la fiel y la visitante; y evidentemente de los asiduos al lugar. La Casería tiene vida con y sin casetas.
"Es un sitio que le gusta mucho a la gente de la Bahía y de fuera. He llevado allí a ministros, a escritores conocidos, incluso a algún Premio Cervantes. He llevado a muchos amigos, políticos, embajadores, previo aviso de que no era un restaurante, a lo que estaban acostumbrados, sino un bar, pero se quedaban encantados y querían volver", cuenta el escritor Enrique Montiel, un defensor de este rincón de La Isla. Arcadi Espada, Cayetana Álvarez de Toledo, Pérez Llorca o Caballero Bonald son algunos de los nombre propios que menciona este cicerone de La Casería para reforzar el mensaje que transmite sobre la atracción del lugar.
Para nada ha mermado la seducción de este enclave a pesar de que su paisaje ha cambiado. No están las casetas de pescadores y de algunos vecinos, cuyo derribo incitó numerosas protestas, pero sigue transmitiendo paz y belleza, a pie del saco interior de la Bahía de Cádiz, con una hermosa puesta de sol y el extremo opuesto de la bahía –Cádiz, el Puente de la Constitución, las grúas de los Astilleros– como telón de fondo para el momento de esparcimiento o gastronomía que buscan los visitantes. Lo comenta Montiel, "de una belleza inconmensurable", son algunas de sus palabras; dos vecinas como Inmaculada García e Isabel Jiménez, que cuentan sus sensaciones sobre este julio y agosto en el barrio, y que la califican como "una zona para disfrutarla"; o Ignacio Muriel, del Merendero La Chorcuela, que deja claro que "el encanto sigue".
La actividad hostelera continúa aprovechando esa fascinación de propios y extraños. "El verano ha ido bastante bien, igual que otros años, porque tenemos una clientela fiel a la que le gusta el entorno aunque no estén las casetas, que se echan de menos, pero la esencial no se pierde", explica Muriel. Sí creen que ha sido una temporada estival más floja que otras sus vecinos de la Cantina del Titi, más, conocida como el Bartolo, aunque no lo achaca a la desaparición de las casetas, sino a que "el año pasado la gente salió de la pandemia con muchas ganas, como locos", y a que hay "menos dinero" por la inflación que afecta a todos. "Estoy pagando tres veces más por el aceite, la gasolina está más cara también, que nosotros no tiramos de luz", detalla Macarena Muñoz.
El Muriel decidió pintar el lateral exterior de las instalaciones que daba a la zona de las estructuras perdidas y recuperó para ellos los colores que les daban viveza. Franjas verticales pintadas de rojo, verde, amarillo, blanco y celeste adornan esa pared que quedó demasiado "pobre", un gesto de recuerdo de unas casetas que durante años han servido de gancho para turistas e incluso para producciones audiovisuales que han inmortalizado el lugar para la posteridad. "Los clientes nos dicen que es una pena que se haya perdido, muchos almorzaban o cenaban y se ponían detrás para hacerse la foto", apunta Ignacio. "La gente de fuera ha preguntado mucho. Se interesaban por saber qué había pasado", añade Macarena.
La extrañeza de los foráneos se mezcla con la añoranza que en cierta forma queda en los lugareños que han crecido y convivido con las casetas de los pescadores. "La belleza que daba las casetas era otra cosa", admite Macarena Muñoz. "Se echa de menos, los chiquillos jugábamos por allí. Hay muchos recuerdos, muchas fotos", rememora Ignacio Muriel. Inmaculada García, que vive en las torres, se remonta "a cuando era una cría y nos traían nuestros padres, y se compraba pescado en un mercadillo que ponían los pescadores".
Este colectivo es el que más ha sufrido por la decisión de Costas de eliminar las casetas. Allí guardaban sus redes y aparejos de pesca, y las neveras para conservar el resultado de su faena en la Bahía antes de llevar las capturas para su venta. "El ambiente está crispado, no se ha cumplido con los planes para instalar las casetas en la ubicación definitiva, y siguen en el sitio temporal, que no es el idóneo. Los pescadores están molestos después de medio año en este lugar, con los módulos cerca de las viviendas", cuenta José María Domínguez, que durante meses ejerció de portavoz de los afectados que luchaban por mantener en pie estos espacios de trabajo para algunos, una pieza de sus recuerdos familiares para otros. "Para los vecinos ha sido muy extraño. Mi caseta, que era de mi abuelo, databa de 1961. Estábamos acostumbrados a ir a la playa y verlas. Ha sido duro", expone sobre el sentir de algunas personas del barrio.
"Se echa de menos porque era como un pueblo, con sus callecitas", describe Isabel Jiménez que sin embargo también aporta el lado positivo: frente a la estampa de las casetas –algunas muy cuidadas y curradas; otras hechas de retales de chapas, maderas o plásticos– se ofrece una superficie "más limpia, más abierta, más luminosa, más natural". Inmaculada particularmente prefiere la zona sin casetas porque había atraído, sostiene, mucha actividad nociva. "Ese atractivo ya estaba perjudicando", advierte. Se había convertido en un espacio para el botellón, prosigue. "Ahora hay más limpieza, es verdad. Por las mañana ya no hay vasos por todos lados y botellas, que había que recoger, al haber menos botellón", corrobora Macarena Muñoz.
A esa limpieza contribuyen los trabajos que ha desarrollado Costas, que ha retirado los restos que había, desde azulejos, hasta cristales, maderas, metales o neumáticos. Pero hace falta más, argumentan tanto Muriel como Montiel. "Tienen que arreglar la zona que ha quedado baldía, protegida por vallas para evitar el paso hacia la playa", explican del Merendero La Corchuela, cuyo futuro sigue en manos de la Justicia: será el Supremo quien lo dirima por la intención de Costas de derribar el establecimiento como ya ha hecho con las casetas.
"Necesita una buena inversión. Sería de poca vergüenza que hubieran hecho esto y se quedara así, sin las actuaciones para mejorar la zona porque es un sitio para el paseo y el esparcimiento", defiende el escritor que aboga por que el sitio no se pierda, ya sin las casetas. "Cuando vas al Bartolo y te pones arriba entras como en una cápsula espacial. Estás en medio del cosmos: solo está el bar, el aire que entra, el ruido del mar golpeando abajo en la pared y la puesta de sol. Los componentes que hacían mágico al Bartolo siguen existiendo", concluye. "Es de una belleza inconmensurable. Con el Bartolo, Muriel y el Club Náutico y su buena gastronomía, el buen pescado. Con un espacio abierto, para el disfrute del paisaje, de la puesta de sol", abunda. "La esencia no se pierde. Es igual de bonito llegar a la playa y ver la Bahía y el paisaje", incide Ignacio.
Estos ingredientes llaman al vecinos, al visitante y al turista, "en verano apetece venir porque es una zona muy bonita para que haya actividades", tercia Isabel Jiménez. El planteamiento de la Feria de la Casería fue este junio todo un éxito, también llevar hasta allí el concierto de Los 40. "Al ser algo puntual es perfecto, con mucha gente joven y familias en la calle. Un ambiente genial, sin botellones", puntualiza Inmaculada García, que sin embargo recuerda que en la zona viven muchas familias, que no todos están de vacaciones, y que por tanto debe respetarse su descanso. De ahí que estime que esta zona del barrio no puede convertirse en un lugar para actividades de esta índole continuas, diarias.
"La música de grupos que han actuado en los bares algunos días de la semana este verano terminaban a una hora prudencial", matiza Isabel Jiménez que no ve problema en que se incremente la actividad en el barrio, también en invierno, porque eso aporta economía. "Aquí la gente vive tan tranquila que cualquier evento que se sale de la normalidad llama la atención. Pero en invierno no se escucha un alma", detalla. Esta vecina observa el potencial del enclave y propone que se potencie "porque da vida a La Casería, y a La Isla", finaliza. Vida, aun sin casetas.
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