Con la Venia

Ya te cogeré en mi calle. Por Yolanda Vallejo

  • Al paso que vamos, cada vez tengo menos dudas de que, tarde o temprano, todos vamos a tener una calle en Cádiz. Una calle, una plazuela, una rotonda, una casapuerta o una esquina, lo que sea, pero rotulado con su nombre o con el mío, eso seguro. Todo es cuestión de tiempo, –la muerte, que debería igualarnos a todos– o de costumbres o de impulsos, que, en estas cosas, ya se sabe lo que pasa, que empezamos comiéndonos el piquito del pan y acabamos zampándonos la telera completa, casi sin darnos cuenta. Sabe usted, porque lo he dicho cientos de veces, que a mí me habrían echado del Paraíso antes de que llegara la serpiente con el pero y las tentaciones, porque si el Dios del Génesis hubiese depositado en mí la responsabilidad de nombrar «a toda bestia del campo y toda ave de los cielos», no habríamos llegado a ninguna parte; porque si hay algo que detesto profundamente son los bailes de letras en el nomenclátor. Bueno, realmente, lo que detesto es que las calles –y los edificios públicos–tengan nombres de persona. Manías mías, claro está, como el coraje que me dan los platos de La Cartuja –lo de estar comiéndome una sopa y que, por debajo me salga una carreta rociera nunca lo he llevado bien– o como lo de no abrir un paraguas bajo techo. Qué se yo, cada uno tiene sus taritas y yo no iba a ser menos. Pero siempre he pensado que las calles no deberían llevar el nombre de ninguna persona porque, al final, todo se vuelve un problema ideológico, o político o, en el peor de los casos, un arma arrojadiza que le hace flaco favor a la memoria de quien rotula la calle, además, de manera innecesaria.

  • Y no, no pienso entrar en el estéril debate de las trece calles renombradas en los últimos días, ni en la polémica de los vecinos –y vecinas–, por no haberles consultado, ni en la oportunidad y el oportunismo de añadir, en el calor de la inmediatez, un nombre u otro al nomenclátor de la ciudad. A mí, ya lo sabe, todos los nombres me parecen igual de mal porque juegan con un imaginario colectivo y sentimental que no me parece ni sano, ni bueno para una ciudad. Y, por supuesto, –no vaya a malinterpretarme– no lo digo por las personas a las que se ha pretendido rendir homenaje poniéndoles una calle, sino porque entiendo que la ciudad no es el Monopoly y porque hay muchas maneras de honrar a nuestros vecinos sin necesidad de estar todo el santo día jugando al juego de la confusión. Que ya lo sabe, que luego los taxistas, los carteros y hasta los propios vecinos –y vecinas– van a seguir llamando a las calles como las han llamado siempre, que ya nos conocemos. Cuestión de referentes, claro está, o de referencias; o, mejor dicho, de falta de ellas.

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  • No hace mucho en Villamayor de Calatrava –no me lo he inventado, que el pueblo existe, y está en Ciudad Real–, decidieron quitar los nombres de Enrique Tierno Galván y de Pablo Neruda de sus calles porque «son nombres de personas nada conocidas y que nada han hecho por el pueblo», en palabras de su entonces alcalde, que se quedaría tan ancho después de decirlo. En su lugar, se eligieron los del General Sánchez de Molina –que era un general del pueblo, vale– y Canto de los Mayos, además de dedicarle una rotonda a la «Selección Española de Fútbol» que seguro que era más conocida y hasta puede que hubiese hecho algo por el pueblo, quién sabe. En Palma de Mallorca quisieron eliminar los nombres de Gravina y Churruca pensando que hacían referencia a los buques de guerra cuando, en realidad, estaban puestos por los dos marinos muertos en la batalla de Trafalgar. Madrid recuperó los nombres de Millán Astray o Caídos de la División Azul –que se había renombrado como Memorial 11 de marzo de 2004– hará tres años. Total, que como puede comprobar, no es algo original ni exclusivo de nuestra ciudad. En todas partes, en todas, cuecen las mismas habas. 

  • Lo que nos hace especiales –por llamarlo de algún modo– es la fórmula con la que se determina el cambio de nomenclatura o la ampliación del callejero en esta ciudad. Porque no existe, hasta el momento, una ordenanza municipal de Nomenclátor, pese a estar aprobada su elaboración desde octubre de 2020; una ordenanza que establezca un único procedimiento que «garantice la auténtica participación, seguridad jurídica y, lo que es más importante, criterios objetivos para que la ciudadanía pueda entender los motivos de cada modificación» como viene insistiendo el portavoz socialista en el Ayuntamiento. Y es ahí donde está el problema, en la falta de criterios objetivos y uniformes por las que debe regirse la comisión de Nomenclátor. 

  • Lo de ahora sí, ahora no, ahora retiro la propuesta, ahora la modifico, ahora no me han consultado, ahora quito y ahora pongo, y todo lo que hemos visto en estos días denota una falta de seriedad y de compromiso con nosotros mismos, con nuestra ciudad. Porque no todo vale ni todo es tan simple como quitar y poner nombres a las calles. Y al final, un acto de reconocimiento y distinción a determinados vecinos –y vecinas– se convierte en un espectáculo tan bochornoso como el del pasado Pleno municipal, con rifirrafe y reproches incluidos entre unos y otros, por no tener definidos los criterios que hacen a una persona o colectivo merecedores de rotular una calle sin levantar una polvareda de críticas. 

  • Y es que nunca hay que empezar la casa por el tejado ni la calle por el nombre.